Hubo un tiempo en el que, para mí, Bagua era el Perú.
Trabajaba entonces en Londres, como monitor de libertad de expresión para América Latina (o algo así) en Index on Censorship. Perdido entre las modas y actualidades eurocéntricas, Perú no era más que Machu Pichu y unos simpáticos gorritos de lana. Una lejanía sin interés alguno.