Ayacucho: otro bicentenario fallido
Nicolás Lynch
Hoy 9 de diciembre de este 2024 es el 200 aniversario de la victoria de Ayacucho, que cierra el ciclo de aniversarios bicentenarios que se abrió con el bicentenario de la independencia nacional, el 28 de julio de 2021. Sin embargo, pocos peruanos hemos recordado y menos celebrado estos muy importantes aniversarios patrios. La celebración, impulsada desde la autoridad e incluso desde la sociedad organizada ha sido modesta, por no decir pobre y en muchos casos inexistente. Incluso si comparamos este período bicentenario con los centenarios que se celebraron durante el oncenio leguiísta, o los sesquicentenarios durante el gobierno de Velasco, los tiempos actuales quedan muy mal parados, parece que hubiera menos patria hoy que en ese epitafio del poder oligárquico que fue el leguiísmo o durante el gobierno nacionalista, pero dictadura, al fin y al cabo, de Velasco Alvarado.
Por esta razón me permití llamar a este período de bicentenarios “el bicentenario fallido”, publicando un artículo académico del mismo nombre en la Revista Mexicana de Sociología un año atrás , en el que me preguntaba cómo era posible que un aniversario de tal calado, cuyas celebraciones podrían haberse extendido a lo largo de los últimos tres años, ha merecido tal indiferencia de la sociedad en general.
Para dar una respuesta a un asunto de esta magnitud que nos interpela como país de manera existencial, trato de desarrollar una mirada crítica en la contribución señalada, a la revisión histórica ocurrida en los últimos 30 años sobre la independencia y a sus intentos de recuperación de las visiones tradicionales sobre el tema, anteriores a la década de 1970.
Si el velasquismo, más allá de sus propias posiciones conservadoras sobre el sesquicentenario, nos trajo una época de transformaciones en la que existieron historiadores con grandes ideas, pasamos luego al mundo de las muchas investigaciones, algunas de ellas muy valiosas, y a la “empiria contrastable” que nos ha dejado en la orfandad, porque la abundancia de datos si carecemos de horizonte —nos señala Eric Hobsbawan— sirve de poco. A contrapelo de esta regresión en la interpretación histórica, señalo el poco impacto que tuvo el proceso de la independencia en la transformación del legado colonial y el fracaso de sucesivas reediciones republicanas, para finalmente plantear cómo el nuevo fracaso republicano que vivimos, la actual “república neoliberal” si caben los términos, también se nutre de la fragilidad de origen del Perú y da pie a esta fallida celebración.
Pero vayamos más al fondo de las cosas. Trascendiendo la querella académica, el golpe y consecuente daño que significa para el Perú este período de bicentenarios fallidos, no es algo que podemos dejar pasar sin quedar disminuidos, sin ser al fin y al cabo menos peruanos hoy que hace tres años. Es un baldón que no podemos asimilar porque tendríamos menos patria como resultado. De allí, la inmensa responsabilidad que significa decir “hay que revertir esta situación” porque a diferencia de otros temas no podemos señalar que haya otro u otros que tengan el monopolio de la culpa. De alguna manera, en diferente grado ciertamente, todos formamos parte de esta culpa, podemos decir que hay un “nosotros” caótico en la desgracia.
Es imposible no revisar el pasado para entender por qué no nos damos cuenta de los bicentenarios. La república criolla que se funda en 1821 ha tenido sucesivas reinvenciones que han fracasado y querer reencauchar un muerto sólo tiene como resultado que la descomposición se hace cada vez más fétida. Por ello la necesidad de un nuevo comienzo que tendrá que construir sobre el pasado ¡qué duda cabe! pero no para recostarnos en él, sino para desarrollar una mirada crítica sobre el mismo, de nuevas y grandes ideas como hicieron nuestros maestros hace cincuenta años, que de pie a un nuevo encuentro entre los peruanos. El liderazgo para ello está vacante y es indispensable, pero no quiero mirar entre generaciones heroicas pero agotadas, prefiero hacerlo entre los más jóvenes y espero no equivocarme. Aunque la juventud por sí sola tampoco sea garantía de nada, tiene la virtud de asumir la esperanza con más facilidad.
Si para algo sirven estos aniversarios de tiempos largos es para las reflexiones que gustan a algunos y disgustan a otros. En nuestro caso, la urgencia es para dejar de languidecer y seguir tercamente existiendo como un país que, en el próximo cincuentenario, por lo menos, tenga algo que celebrar y lo celebremos.
Seguramente buena parte de los que estamos ya no lo veremos, pero es el mínimo de futuro que nos podemos prometer. No sólo por los más cercanos, la historia con mayúsculas o minúsculas o las ciencias sociales en general, sino por el Perú, que ojalá convoque a las generaciones venideras de una forma que, lamentablemente, no nos ha convocado a nosotros.