La gran paradoja: Más hambre en un mundo en el que sobra alimentos
Alejandro Narváez Liceras
La producción mundial de alimentos, sigue marcando récords históricos año tras año, tal como se dio en 2020 – 2021, e igual comportamiento se espera en la campaña 2021 – 2022. Sin embargo, esa mayor producción de alimentos no ha sido suficiente para detener el alza de precios internacionales y menos para reducir el hambre en el mundo que azota aproximadamente a 811 millones de seres humanos, según la FAO.
El reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) de febrero de 2022, revela que la producción mundial de alimentos (trigo, maíz, cebada, sorgo y arroz) aumenta cada año. En el periodo 2018/2019 se llegó a producir 2,647 millones de toneladas. En el siguiente periodo 2019/2020 pasó a producirse 2,712 millones de toneladas de alimentos. Entre el 2020/2021 la producción mundial aumento nuevamente llegando a 2,771 millones de toneladas. Por último, para la campaña 2021/2022 se estima un récord de producción de alimentos, equivalente a 2,793 millones de toneladas, que representa un aumento de 22 millones de toneladas respecto al periodo anterior.
Sin embargo, el buen rendimiento del campo no ha servido para frenar el aumento de los precios internacionales de los alimentos. Según el índice de precios de los alimentos de la FAO, que viene a ser una medida de la variación mensual de los precios internacionales de una canasta de productos (carne, productos lácteos, cereales, aceites vegetales y azúcar), los precios de estos alimentos en 2021 alcanzaron en conjunto un aumento del 28.1%, su nivel más alto desde 2012. Los beneficiados de estas alzas históricas de precios son los países exportadores y los complejos agroindustriales controlados generalmente por las grandes multinacionales de alimentos, inmersas en el negocio agroalimentario mundial.
Entre las principales causas que se esgrimen como impulsoras del aumento de precios de los alimentos son: la crisis energética y de los insumos productivos que se usan en el campo (abonos, fertilizantes, plásticos, cartones, etc.) y el acopio de cereales por parte de China en previsión de una futura escasez. Otro factor no menos relevante, es la persistente sequía en el hemisferio sur, concretamente en Argentina y el Brasil, dos importantes productores de cereales en el mundo. Son factores externos que, sin embargo, impactan directamente en la economía doméstica o nacional, de los países importadores, principalmente.
Hambre cero para 2030, una utopía
A pesar de la producción global de alimentos aumenta cada año, no obstante, el mundo atraviesa sus peores momentos de hambruna. Hoy, la situación es mucho más dramática que hace siete años, cuando los países firmantes de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) se comprometieron a cumplir el objetivo de poner fin al hambre, la inseguridad alimentaria y todas las formas de malnutrición para 2030. Desde 2015, año en el que se firmó el compromiso de hambre cero, el número de personas malnutridas y hambrientas en el mundo, no ha dejado de aumentar. Según las cifras de la FAO, en 2014 había 607 millones de personas que padecían hambre en todo el mundo, en 2015 un total de 615 millones, en 2019, año de prepandemia el hambre alcanzó a 650 millones de personas. En 2020, bajo la sombra de la pandemia, padecieron hambre 811 millones de personas. Para el año 2030, se pronostica que habrá 841 millones de personas hambrientas en todo el mundo (véase, “El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo 2021” de la FAO).
Por regiones, del número total de personas que padecieron hambre en 2020 (811 millones), más de la mitad (418 millones) viven en Asia, un poco más de un tercio (270 millones) en África, mientras que corresponde a América Latina y el Caribe (ALC) cerca del 8% (65 millones). En comparación con 2019 de prepandemia, en 2020 padecían hambre 46 millones de personas más en África, 57 millones más en Asia y unos 14 millones más en América Latina y el Caribe.
El hambre en ALC se extiende
El hambre en América Latina y el Caribe está en su punto más alto desde 2000. El reciente “Informe Regional de Seguridad Alimentaria y Nutrición 2021” de las Naciones Unidas, revela un escenario sombrío para el futuro de la región. Desde 2014, el hambre en la región no dejo de aumentar. En ese año la inseguridad alimentaria moderada (personas que ven reducidas la calidad y/o cantidad de sus alimentos) o severa (cuando no se consumen alimentos durante un día o más) alcanzaba a 154 millones de personas (24.9%), en 2019 estuvo en 207 millones (31.9%) y al cierre de 2020 esa cifra se había incrementado a 267 millones de personas lo que equivale al 40.9% de la población total de la región. No menos importante es señalar que la inseguridad alimentaria no afectó a hombres y mujeres por igual. En 2020, 41.8% de las mujeres sufrió algún grado de inseguridad alimentaria, en comparación con el 32.2% de los hombres.
No cabe duda de que una parte de esta situación de más hambre puede atribuirse al impacto de la pandemia del coronavirus, que redujo los ingresos de millones de personas en la región. Sin embargo, la pandemia no es la única responsable de la expansión del hambre, ya que las estadísticas regionales del hambre llevan siete años consecutivos aumentando.
Por otro lado, hay otras secuelas por la falta de una adecuada alimentación. Por ejemplo, en la región, uno de cada cuatro adultos sufre de obesidad. El sobrepeso infantil ha aumentado en los últimos 20 años y es mayor que la media mundial, afectando a 7.5% de los niños menores de cinco años en 2020. El sobrepeso y la obesidad tienen importantes repercusiones económicas, sociales y sanitarias en los países, ya que provocan una reducción de la productividad y un aumento de la discapacidad y la mortalidad prematura, así como un incremento de los costos de atención y tratamiento médico.