Crisis de gobierno o crisis de régimen que requiere cambio constitucional
Vicente Otta R.
"El socialismo en el Perú es un difícil encuentro entre el pasado y el futuro. Redescubrir las tradiciones más lejanas, pero para encontrarlas hay que pensar desde el futuro” A. Flores Galindo
Referéndum: adelanto de elecciones, asamblea constituyente
La angustia ante una cotidianeidad cada vez más difícil de sobrellevar hace que las miradas se concentren en un ejecutivo desbordado por la ineficacia y las corruptelas y en un congreso convertido en un agencia lobista y traficante de intereses subalternos. El reconocimiento de que asistimos a una severa crisis del régimen fujimorista instalado en 1993, parece difuminarse por el trafago del día a día que amenaza llevarnos al abismo por la incapacidad de los que ocupan el ejecutivo y legislativo.
Los 230 mil muertos y el desastre sanitario que produjo la pandemia calatearon a la actual constitución fujimorista. Esta severa denuncia de los hechos parece subsumirse ante una aguda crisis económica y social, configurando la normalización de lo anómico.
Dejemos de mirar el dedo y miremos el sol. La eficacia más elemental en la gestión gubernamental para sacar al país del desastre en que nos ha sumido 30 años de constitución neoliberal, hecha ex profesamente para enriquecer a los más ricos y someter al país a los intereses transnacionales, requiere su cambio por una constitución de democracia real y defensora de nuestra soberanía nacional.
Es la verdadera raíz de la crisis nacional y no podremos salir de ella sin un cambio radical.
República sin ciudadanos y Ciudadanos sin república
En los años 80 del pasado siglo, Alberto Flores Galindo el brillante intelectual socialista definió al Perú como una Republica sin ciudadanos. Contradicción en los términos que graficaba de modo rotundo una independencia falaz, que no había cambiado realmente la matriz de la dominación colonial ni lo sustancial del poder político. El país seguía el patrón de ordenamiento geofísico que la colonia estableció fracturando el orden incaico de organización territorial y social desde los andes, a diferencia del orden hispánico desde la franja costera. El interés colonial no era la optimización de la producción interna sino la exportación de metales preciosos hacia España y Europa.
De similar modo, los que se hicieron con el poder desde 1821 no fueron otros que los hijos de encomenderos y burócratas virreinales, esto es, españoles de nuevo cuño, que continuaron con el poder y la razón colonial.
La inmensa mayoría de la población peruana, indígena en sus tres cuartas partes, estaba excluida del poder y la sociedad oficial. El estado privilegiaba la costa y lo extranjero, funcionaba en español, las autoridades, la burocracia y las políticas públicas seguían funcionando y reproduciendo en español.
A esta república criolla es que Flores Galindo llamó Republica sin ciudadanos.
Treinta años después, Alberto Vergara, un sociólogo de la nueva generación y escuela, publica una respuesta impertinente y tardía: Ciudadanos sin república. Afincado en los conceptos de democracia vacía que el neoliberalismo aplica y difunde, sin contenido de justicia social, igualdad y libertad, sostiene que la democracia en nuestro país, existiendo procesos electorales, alternancia y equilibrio de poderes, lo único que requiere es una mayor vigencia de la institucionalidad. Con eso la sociedad estaría muy bien organizada y la relación estado-sociedad sería de maravilla.
La ciudadanía reducida al consumo. Todos podemos participar en el mercado, aunque sea de voyeristas sin comprar nada. Pero tenemos ese privilegio. Es lo que nos hace iguales. Consumidores o potenciales consumidores.
Velasco y la Revolución democrática de viejo tipo: Reforma Agraria, soberanía nacional
El Perú tuvo el triste y trágico privilegio de ser el centro de la administración colonial, albergó a la burocracia, encomenderos y potentados de América del sur. No es casual entonces que se convirtiese en la ciudad de los virreyes ni que haya sido el último bastión de la dominación española.
Fue la causa por la que tuvieron que venir Simón Bolívar y tropas de diferentes países para sellar la independencia tardíamente, en Ayacucho el año 1824.
La herencia de esta cultura y tradición colonial sobreviven hasta el presente. Ahí se origina el conservadurismo y la mentalidad racista y estamental de los sobrevivientes de encomenderos, oligarcas y gamonales.
Las reformas del gobierno militar encabezado por Velasco, especialmente la Reforma Agraria, produjeron cambios económicos y sociales muy importantes: tierra para los campesinos, eliminación de la servidumbre, Ley de comunidades nativas, reconocimiento del quechua como idioma oficial etc. Pero no lograron avanzar en el cambio de las mentalidades, de la cultura. Que es un proceso de larga duración y que tiene que librarse en el terreno de la sociedad y la cultura, con fuerzas y corrientes políticas y culturales comprometidas con el cambio, militantes de ese cambio en todas las esferas sociales.
No se construyó ciudadanía: Igualdad y libertad, pero también obligaciones compartidas y asumidas como integrantes de una comunidad de iguales, una auténtica comunidad nacional
El SINAMOS (Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social) no logró convertirse en el SIN AMOS que algunos izquierdistas, al interior del velasquismo soñaban. En realidad, esto era una completa quimera. Imaginar que el principal pilar del sistema de dominación (Fuerzas Armadas) se convierta en su contrario.
Este era el límite estructural del reformismo velasquista.