La derrota de la vacancia y el disloque hegemónico
Nicolás Lynch
La derecha fue derrotada al no admitirse a debate la moción de vacancia presentada por sectores extremos de la misma el lunes 6 de diciembre. Aquí son importantes varias cosas, primero subrayar la palabra derrota poco repetida por los medios hegemónicos en días recientes, segundo ver cuál es la causa profunda, ya que las inmediatas han sido repetidas hasta la saciedad, de esta derrota derechista y tercero qué futuro puede tener el gobierno de Castillo luego de este suceso.
Efectivamente, la derecha ha sufrido una derrota con la moción de vacancia. A tal punto derrota que en los días previos llegaron al convencimiento que vertiendo rumores terribles sobre el presidente Castillo lo obligarían a renunciar, pero los rumores sobre supuestos audios se mostraron falsos y Castillo se quedó en su sitio. Además, los contactos que llevó adelante de manera abierta y en Palacio también ayudaron, junto con la denuncia del llamado a la injerencia en nuestros asuntos internos por parte de connotados líderes opositores. Un Castillo aislado, terminó con una oposición arrinconada, paradójicamente por sus propias mentiras.
Esto, sin embargo, nos permite señalar que la derrota de la derecha no ha sido necesariamente una victoria para el gobierno de Castillo. Más que propinarle un golpe a su contrincante ha esquivado el que le enviaban a él. Por eso, en el Ejecutivo deben ser realistas y observar que no están en una posición cualitativamente superior a la que tenían antes de esta última amenaza de vacancia, lo que exige que pugnen por una nueva correlación de fuerzas que esta vez coloque al Ejecutivo y no al Legislativo a la ofensiva.
Respecto de la causa profunda de la situación creo que ésta hay que buscarla en la erosión de la hegemonía neoliberal, que tiene como factor determinante a la corrupción que atraviesa el orden político en el último quinquenio. Esta corrupción, que se lleva de encuentro a buena parte de la élite política, es el disolvente de la ideología que brota del golpe del cinco de abril de 1992 y que había capturado a buena parte de la ciudadanía y la sociedad organizada. Esta hegemonía, con la formidable herramienta que significa el oligopolio mediático, creó un relato de país exitoso que solo fue tal para unos pocos pero que vendió la esperanza de prosperidad para millones. Así, señaló una forma de pensar durante casi tres décadas e hizo posible una opinión pública que ratificaba sus dichos.
Sin embargo, las múltiples crisis que atravesamos y que explotan con la pandemia, han resquebrajado la hegemonía neoliberal y el relato de éxito, erosionando seriamente la opinión pública que habían fabricado. Esto ha llevado a que la derecha se encuentre desorientada porque ya no tiene el control ideológico de hace pocos años y las campañas de sus medios no van más allá de los ya convencidos. Esto se vio con claridad en la segunda vuelta de las elecciones pasadas y se ha vuelto a ver en la fallida campaña por la vacancia. Este fenómeno es lo que he llamado el disloque hegemónico, que ocurre cuando una élite dominante pierde el control ideológico y quizás hasta cultural de la población, al probarse por las múltiples crisis que el relato de éxito no era tal.
Pero como sucede con la derrota de la vacancia el disloque hegemónico no tiene ante sí una construcción contra hegemónica que aproveche este resquebrajamiento y avance a cambiar el “sentido común” de la gente para darle una base distinta, no sólo social y política sino también ideológica, a la transformación que necesita el país. Para que otro relato aparezca el gobierno de Castillo y sus potenciales aliados tienen que cambiar su sentido de la política, pasando de los pequeños círculos de confianza anclados en la familia, el amiguismo y el paisanaje, a los que recurren producto de la fragmentación social que vive el país, a las lealtades mayores en torno a un programa de reformas y el proceso constituyente, que el país necesita con suma urgencia.
Si no se aprovecha este agotamiento de la hegemonía neoliberal vamos a un vacío político, que la derecha tampoco parece capaz de llenar, y ello nos depara un futuro poco alentador para el Perú.