¿Arde América Latina?
Nicolás Lynch
Claro que arde nuestra región del mundo y es muy importante señalar por qué. Pero no son vándalos los que la hacen arder, como nos quiere vender la derecha continental a través de su monopolio mediático. Tampoco son los pueblos, hartos de explotación, que se levantan a pedir justicia, paz y soberanía nacional. Son las fuerzas del abuso y el saqueo las que hacen arder la región, las que mandan a reprimir brutalmente y prefieren el incendio a la paz para defender sus intereses.
No ha sido fácil visibilizar el problema de manera continental como está sucediendo hoy en América Latina. Tuvieron que pasar una década de movimientos sociales antineoliberales a fines del siglo XX, 18 años de gobiernos de izquierda, entre 1998 y 2016, así como las idas y vueltas de los últimos casi cuatro años para que las cosas estén claras también en las calles. El problema es el modelo económico neoliberal que promueve el Consenso de Washington, que no es otra cosa que el ajuste permanente de la economía para pasar los recursos públicos y sociales, los recursos de todos pero especialmente de los más pobres, a los bolsillos de los ricos para que cada vez sean más ricos. “La epidemia de las grandes fortunas” como dicen los laboristas británicos, que es la mayor y más mortífera enfermedad de nuestro tiempo.
Este modelo es el que ha pretendido poner los derechos sociales en el mercado, buscando convertirlos en mercancías, como ha sido el caso con la educación, la salud, el trabajo y las pensiones. El resultado, treinta o cuarenta años después, ha sido nefasto para la región. Entre el 70 y el 90% de los latinoamericanos, dependiendo de cada país, ha quedado excluido del sistema y sumido en un esquema de desigualdad imposible de superar de acuerdo a las reglas establecidas. De allí las movilizaciones, que deben enfrentar no sólo la injusticia y la represión, sino también la criminalización de la protesta y el bloqueo político para conseguir sus objetivos.
Esta visibilización, que se expresa en las calles, es un punto de quiebre en la historia contemporánea porque rompe con varias décadas de hegemonía neoliberal en América Latina.
Un punto clave en este proceso es el curso de la lucha democrática en la región. Cuarenta años atrás, en la época de las transiciones a la democracia, nos vendieron también la idea de que la democracia se restringía a los derechos civiles y políticos, y a votar cada cierto tiempo por nuestros representantes. Sin embargo, al confluir las transiciones con los ajustes económicos dictados por el FMI y el Banco Mundial, estas democracias se mostraron como lo que eran: democracias de élites, donde estas se turnaban cada cierto tiempo en el poder para gozar de los privilegios del mismo pero seguir con el programa de abuso y saqueo neoliberales.
Frente a estas democracias de élite que avalan los privilegios de los más ricos, surgieron en las últimas décadas democracias que gobernaron implementando reformas a favor de las mayorías con singular éxito en movilizar a sus pueblos, repartir la riqueza y enfrentar a los poderes imperiales extranjeros, especialmente al gran imperio del norte. Desde el inicio, sin embargo fueron difamados y cercados por sus opositores, quienes no han reparado en recurrir al golpe de Estado, duro o blando, para derrocarlos y establecer una persecución judicial contra sus líderes que recurre a la condena “por convicción” y no “por evidencia” por parte de jueces venales como sucede con Lula y Rafael Correa. Empero, con sus éxitos y fracasos, le han dejado claro a nuestra América que hay otra posibilidad democrática que no tiene por qué contar con la venia de los Estados Unidos.
Esta América Latina movilizada no solo ha detectado el modelo económico neoliberal como el problema, sino también sino también la democracia precaria y restringida en la que hemos vivido en las últimas décadas y la existencia de una alternativa que ha vivido ya en varias experiencias de gobierno pero que persiste, sobre todo, en la lucha de nuestros pueblos.
Los cambios constitucionales que se desarrollaron en países como Venezuela, Bolivia y Ecuador, no aparecen entonces arbitrarios, a la luz de lo que vive Chile, el supuesto “Oasis de América” de años pasados donde gritan la necesidad de cambiar las reglas para superar la desigualdad. Justamente, ese mismo espíritu refundacional que se grita en las calles de nuestro vecino del sur en estos momentos, marca la pauta del futuro inmediato de la democracia en la región.
Vemos así que el tren de la emancipación latinoamericana marcha en el continente. La velocidad y los ritmos no son los mismos, ni tampoco la capacidad de reconocer avances y retrocesos, aciertos y errores, pero avanzamos. Todo esto es una gran lección para países como el Perú, con una hegemonía neoliberal férreamente establecida desde 1990, pero con grietas de tamaño mayor en los últimos años, que nos deben llevar a lanzar decididamente un proceso constituyente que nos permita alcanzar a nuestros hermanos de la Patria Grande, para construir juntos una gran democracia latinoamericana
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