El golpe de Estado al revés
Juan Carlos Escudier
Ya no se dan golpes de Estado como los de antes, tan súbitos y uniformados. Los de ahora, como el que desde este jueves se vive en Venezuela, donde un señor al que hace una semana sólo se le conocía en su casa se ha autoproclamado presidente interino, se anuncian con días de antelación, se supone que para ir tanteando el terreno. La otra novedad es el orden de los factores, que cambia por completo. Frente al modelo tradicional, que consistía en tomar el poder y esperar el reconocimiento internacional, en el ensayado en Caracas ha ocurrido al revés: cuenta ya con muchas bendiciones externas y se está a la espera de que la fruta madura –perdón por el juego de palabras- caiga mansamente del árbol.
El golpe en Venezuela se anunció la semana pasada cuando la Asamblea Nacional de Venezuela, en manos de la oposición, aprobó una resolución en la que se calificaba a Nicolás Maduro de usurpador, se arrogaba las facultades del poder ejecutivo y se señalaba a Juan Guaidó como sustituto temporal. Se preparaba así el terreno para las protestas de este miércoles, animadas en vídeo por el vicepresidente de EEUU, Mike Pence –“Estamos con ustedes”-, y en Twitter por el senador republicano Marco Rubio, recibido por Trump en la Casa Blanca. “Mañana será un gran día para la democracia y el orden constitucional en Venezuela”, escribió proféticamente.
Dicho y hecho. Rodeado de sus partidarios, Guaidó juraba con improvisada solemnidad asumir las competencias del Ejecutivo como presidente encargado de Venezuela “para lograr el cese de la usurpación”. Minutos después obtenía el reconocimiento de Trump y, en cascada, el de Colombia, Brasil, Perú, Costa Rica, Ecuador, Chile y Argentina, además del de Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal -la Santísima Trinidad de nuestra derecha- y de Felipe González, que no podía faltar a la cita. Al margen se mantenía López Obrador en México y, casi al margen la Unión Europea, que se limitaba por el momento a pedir a Maduro elecciones libres. Rusia y Turquía, por su parte, se alineaban con el heredero de Chávez, que anunciaba la ruptura de relaciones diplomáticas con EEUU y ponía a Guaidó en busca y captura.
Una vez declarado a cámara lenta el golpe de Estado, el asunto ahora es materializarlo, lo cual no es fácil por dos razones: la primera, porque el Ejército, al menos en su mayor parte, no parece estar por la labor; y la segunda porque Maduro no ha perdido el tiempo y parece haber logrado convertir su permanencia en una cuestión geopolítica atrayéndose el apoyo de Rusia.
Así que la única manera de que el golpe triunfe es que se desborde la violencia, ya sea por la represión de las autoridades y de sus grupos armados que actúan como policía paralela, o por acciones de los opositores, que no son exactamente ancianitas de la caridad y cuentan también con paramilitares a sueldo para extender el terror. Por el momento ya se contabilizan casi 20 muertos y es de esperar que la cifra crezca en las próximas horas.
Definir los acontecimientos de Venezuela como un golpe de Estado no significa comulgar con Maduro ni dejar de reconocer que la situación a la que ha conducido a Venezuela es insostenible. ¿Quién puede sobrevivir con una inflación de un millón por ciento en un país desabastecido de alimentos y medicinas ¿Cómo se soporta esta crisis humanitaria que empuja a la emigración forzosa a cinco mil personas al día y que ha conducido ya al éxodo a cerca de tres millones? ¿Qué revolución es esa que se niega a dar pasos atrás cuando su pueblo se muere de hambre?
Mientras se despreciaba la mediación de Zapatero, al que de manera injusta se le ha ninguneado entre acusaciones de colaborar con Maduro y hasta de recibir mordidas de petroleras, Venezuela parece encaminarse a un enfrentamiento civil de consecuencias imprevisibles. Los que tan alegremente se congratulan del golpe son los primeros en olvidar esos muertos que no importan a nadie.
*Escritor y periodista español. Columnista del diario digital Público.es
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