El partido de la vida
Víctor Vich*
La familia, el fútbol y la revolución son tres lugares donde muchos depositamos todo nuestro amor. La familia, el fútbol y la política son escenarios cargados de tensión, de errores y de tremendas derrotas. La familia, el fútbol y la política son dispositivos que nos hacen salir de nosotros mismos y que nos revelan que no somos exactamente individualistas. Es en esas instancias donde sentimos la necesidad del otro, de un equipo, de una comunidad.
Juan Carlos Ortecho ha publicado un libro extraordinario, (La fe del ayer: amor fútbol y revolución. Plaza Janés 2022) absolutamente maravilloso. A través de un sobrio relato testimonial, la narración se adentra en la sensibilidad de un niño que observa simultáneamente la crisis matrimonial de sus padres, las tensiones de la vida política, y los triunfos y las derrotas de su equipo más querido y de la selección peruana. El libro consigue orquestar lo público y lo privado en el marco de la sensibilidad hacia un deporte cuya pasión parece no tener explicaciones completamente racionales y cuyos elementos siempre exceden a lo propiamente futbolístico.
El fútbol se convierte aquí en una forma de vincularse con el mundo y es, sin duda, la manera de aprender a lidiar con la vida misma como una experiencia donde las cosas nunca salen exactamente como queremos que salgan. El narrador apuesta por el carácter sencillo y directo de una prosa que evade todo tipo de complicaciones simbólicas. Su condición lírica no reside en el lenguaje, sino en la mirada de una voz que desde el inicio la sentimos muy auténtica gracias a sus estrategias para comenzar a maniobrar con la vida y encontrar pequeños lugares de placer y felicidad. Como sucede en el fútbol, este es un niño que debe buscar espacios donde no parece haberlos, encontrar inusitados resquicios para lidiar con el partido de la vida.
¿A qué tipo de género discursivo pertenece este libro? ¿Al testimonio, a la llamada auto-ficción, a la nueva crónica latinoamericana? ¿Es ésta una “novela” como lo llaman los editores? Si es así, ¿Dónde radicaría su carácter ficcional? La condición inclasificable del conjunto marca su singularidad y su destacado valor. Pienso, sin duda, que se trata de un texto clave en la literatura peruana contemporánea. La narración, siempre realista, describe, con precisión y elegancia, las entonces urgentes reformas del velasquismo (a las que hoy está prohibido aludir), la fuerza de un movimiento social organizado, la presencia de una esfera pública mucho más ilustrada y los principales objetos de la escena cultural del momento. El lector se ve permanentemente confrontado con los hechos políticos del pasado, con un permanente repaso de la música y el cine de la época y con una descripción de jugadas de fútbol expuestas con un altísimo valor literario:
“Cueto avanzó hasta la media cancha, resistiendo el embate del propio Herrera, que quedó desparramado tras un fallido intento de desestabilizar al peruano. Al cruzar la línea media, salió a su encuentro desesperado, el primitivo defensor Jorge Porras. Cueto jaló el balón con el taco de su botín izquierdo, se detuvo en seco y lo hizo pasar de largo, dejando atolondrado, sin saber dónde continuar su alocada carrera. En ese momento, el volante de la selección peruana tenía veintinueve años, ya lo llamaban “el poeta de la zurda” y atravesaba el momento estelar de su carrera. Levantó la cabeza con parsimonia y aparente indiferencia y, antes de habilitar a Oblitas, quién salía en diagonal hacia la izquierda, se dio tiempo para hacer un paso de ballet: un movimiento con el mismo taco izquierdo hacia arriba, absolutamente innecesario para la consecución de la jugada, pero grácil, plástico y hermoso. Fue la confirmación final de que éramos francamente felices.”
Quien esto escribe se sorprendió mucho cuando, en 1986, en un recreo escolar, el autor me mostró el último número de la revista “El Gráfico” que estaba dedicado a la nueva promesa del fútbol argentino: “Claudio Canigga dará que hablar”, me dijo en ese entonces con gran ilusión deportiva. Quien esto escribe es, además, un fanático de Alianza Lima que, sin embargo, al igual que el narrador de este libro, ha sentido la misma e innombrable tristeza ante desastrosas goleadas. Quien esto escribe cree ya saber algo (siempre poco) de los durísimos laberintos de la familia y del amor. Quien esto escribe es un socialista “convicto y confeso” que acepta los fracasos y las derrotas de la izquierda global, pero que, al mismo tiempo, comprueba, día a día, el horror de un sistema que siempre quiere “pasar piola”, aunque es profundamente injusto, demencial y abyecto. Quien esto escribe se ha sentido profundamente conmovido por un libro que nos confronta con tres dimensiones centrales de la vida.
“La pelota no se mancha”, dijo Maradona. Quizá quiso decir que, aunque sabemos que es inevitable “meter la pata” en la familia, en el fútbol y en la revolución, lo cierto es que buscamos reaccionar “al toque” para intentar devolverle a esos lugares su condición entrañable, sagrada y verdaderamente indestructible.
* Crítico literario. Doctor Georgetown University, EEUU. Enseña en la PUCP. Ex-profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes.