Segunda vuelta electoral: La izquierda francesa entre Escila y Caribdis

Por: 

Leyla Bartet

Mientras Jean Luc Mélenchon anuncia su propuesta de asumir el Premierato en el próximo gobierno y llama a participar en la “tercera vuelta electoral” que constituyen las legislativas, Francia, séptima potencia mundial, y Europa entera contienen el aliento esperando los resultados del próximo domingo 24 de abril.

No hubo mayores sorpresas en la primera vuelta de las presidenciales francesas. Como auguraban los sondeos, Marine Le Pen del derechista partido Rassemblement National (Reunificación Nacional. RN 23 %) y Emmanuel Macron, actual presidente y candidato a la reelección por La République en marche (la República en Marcha. LREM. 27,8 %) encabezaron los resultados del escrutinio.

La sorpresa, si la hubo, fue en todo caso la votación obtenida por Jean Luc Mélenchon, candidato de la izquierda por La France Insoumise (Francia Insumisa, FI) De hecho con el 22 % de los votos, Mélenchon habría podido alcanzar la segunda vuelta de haber obtenido el apoyo del Partido Comunista Francés (2,3%) y de los Verdes (4,6%). Muchos le acusan de no haber negociado suficientemente con el resto de la izquierda. Sus muy buenos resultados se deben más a un voto de rechazo a los otros candidatos que a una verdadera convicción política. En la segunda vuelta del escrutinio y como ocurrió en el 2017 los electores de izquierda tendrán que elegir entre Escila y Caribdis….o sumarse a los que se abstienen (en la primera vuelta, 26% de los inscritos) con los riesgos que esta opción supone.

Entre Escila y Caribdis

Entre Calabria y Sicilia, en el actual estrecho de Messina, se encontrarían los dos lugares señalados en La Odisea. Ulises debía elegir a qué borde acercaba el Argos para pasar el estrecho y en ello se jugaba la vida y la de su tripulación. Escila era un monstruo de 12 patas que podía devorar a media docena de hombre de un solo golpe. Caribdis provocaba remolinos violentos que absorbían todo lo que estuviera a su alcance. La bruja Circé le aconseja a Ulises optar por Escila pues era preferible perder seis argonautas que hundir el barco con todos los marinos dentro. Esta figura mitológica se adapta bien a lo que ha sido la segunda vuelta electoral francesa en los últimos años. En el 2002 pasan a segunda vuelta Jean Marie Le Pen por el entonces Frente Nacional y el presidente Jacques Chirac, del centro-derechista Reunificación por la República RPR. Le Pen vuelve a la escena política en el 2017 con su hija Marine frente Macron. Gana este último y se encuentran nuevamente en las elecciones del domingo. Una vez más, los votantes de izquierda deben elegir “el mal menor” pero, entre tanto, mucha agua ha corrido bajo el molino: existe hoy una fractura social, una crisis de modelo político, una frustración en amplias capas de la población difícilmente soportables.  El electorado exhausto y doblemente golpeado por las crisis del Covid y de la energía que la guerra Rusia-Ucrania agudiza, ha dejado de creer en los partidos tradicionales, en la manera de “hacer política” de sus dirigentes y una parte importante ha optado, sin reparos, por la extrema derecha populista.

Cabe recordar que Europa se construye paso a paso, después de la Segunda Guerra Mundial, como una opción democrática con una presencia importante del Estado, abanicos salariales relativamente reducidos, niveles de movilidad social y de empleo estimulantes, sindicatos poderosos y diversidad de organizaciones políticas, incluyendo partidos comunistas y socialdemócratas. Y esto más allá de la persistencia en la Península Ibérica de gobiernos dictatoriales y de persistentes guerras coloniales (Viet Nam, Argelia, etc.). El compromiso con políticas sociales igualitarias parecía asumido por casi todos y en esto el modelo de Estado de bienestar escandinavo jugó un importante papel. 

Esta propuesta funcionó hasta aproximadamente 1973, cuando el embargo petrolero que siguió a la guerra del Yom Kippur provocó en unos meses una subida del combustible del 400%. Para entonces el sistema financiero mundial basado en los acuerdos de Bretton Woods (1944) ya hacían agua, en parte como consecuencia del enorme déficit norteamericano causado por la guerra de Viet Nam. Las políticas económicas neoliberales que se implantaron en los años siguientes pusieron punto final a los consensos sociales alcanzados hasta entonces. El papel del Estado en la economía se fue difuminando. Los sectores financieros y especulativos fueron los grandes beneficiarios y el continente europeo empezó a desindustrializarse. La clase obrera se resquebrajó. Perdió fuerza política y autonomía mientras perdía estabilidad laboral y poder adquisitivo. Esta situación fue utilizada de manera creciente por la extrema derecha para lanzar discursos de odio y de exclusión.

En años más recientes se ha cosechado los frutos de esta deriva perversa. Los populismos de derecha han crecido de manera exponencial en Europa al punto que el tradicional centro-derecha (como el Partido Popular en España, los Republicanos en Francia, etc.) han empezado a copiar este relato de intolerancia y racismo en un ejercicio suicida. Francia ilustra bien este caso: la candidata republicana Valérie Pécresse imagino equivocadamente que endureciendo su discurso frente a la inmigración y acercándolo al de Le Pen recuperaría parte de los votos a su derecha. Grave error: sólo obtuvo algo más del 4 por ciento, lejos del 7,1 de Eric Zemmour, el ultraderechista puro y duro.

En un artículo reciente, el politólogo Sami Naïr  explica la progresión continua y sostenida de la derecha francesa como un fenómeno ideológico basado en la narrativa de exclusión del otro. La retórica del odio y la intolerancia maniquea se han banalizado y han penetrado la consciencia de partes importantes de la ciudadanía. En paralelo, Marine Le Pen ha suavizado su discurso, pretendiendo defender una “concepción social del Estado”. Este fenómeno de “normalización de la derecha extrema” es analizado y denunciado por el historiador Steven Forti  quien sostiene que la nueva extrema derecha no reniega de la democracia en general sino de la manera como se concibe y practica actualmente. Afirman que la democracia actual está desconectada del pueblo…que ellos sí representan. Y así, con este nuevo look más formal y alejado de las formas skin head como Mateo Salvini (Lega Norte) en Italia, Santiago Abascal (Vox) o la propia Marine Le Pen, han entrado en las instituciones y en los gobiernos locales permeando nuestro presente y alcanzando una dimensión global gracias a su presencia en las redes.

Sin embargo, a los factores históricos, económicos y sociales mencionados es preciso agregar la responsabilidad de las elites políticas. Estas últimas -como lo señala Naïr- no supieron adaptar su praxis a la nueva realidad social de la diversidad étnica, cultural y confesional que hoy se vive en los grandes países de Europa occidental. No supieron (o no quisieron) proponer un proyecto social inclusivo y cohesionante. Con su arrogancia cínica, Macron ofendió el sufrimiento y el dolor real de grandes capas desfavorecidas de la población, provocando una violencia extrema como la del transversal movimiento de los Chalecos Amarillos, la misma que fue reprimida con brutalidad. A pesar de las promesas realizadas tras su elección en circunstancias parecidas, en el 2017, Macron llevó adelante una política de clase defendiendo intereses sociales minoritarios y criminalizando las organizaciones confesionales y las protestas, incluyendo aquellas de los magistrados que defienden la independencia de la justicia.

Un gran peligro acecha además en el mediano plazo. La ley electoral francesa permite un máximo de dos mandatos. Macron iniciaría su segundo gobierno si los sondeos se confirman y gana esta segunda vuelta. Pero LREM no es un partido político. Es un líder autocrático y un conglomerado de votantes sin estructura organizativa ni ideología detrás. No se perfila nadie como delfín de Macron. En el 2027, Marine Le Pen tendría el camino despejado y serias posibilidades de llegar a la presidencia. 

Es con dolor y preocupación que buena parte de la izquierda ira a votar el domingo. No lo harán, una vez más, por el mejor candidato sino por el “menos malo”. La llegada de Reunificación Nacional al poder significaría un retroceso aún mayor y riesgos gravísimos para amplias capas de la población descendientes de las diversas migraciones árabes y africanas que habitan hoy en Francia. 

Habrá que elegir a Escila para no hundirse en Caribdis.