Mélenchon: lecciones francesas
Manolo Monereo
Sorprende mucho la poca atención que se presta en España a la experiencia de la izquierda francesa en un momento, dicho sea de paso, en el que se habla de nuevos inicios y de operaciones más o menos fundadoras. En Francia, en un contexto muy negativo, con una fuerte polarización entre liberales y populistas de línea dura, se ha ido construyendo un tercer espacio nacional-popular, plebeyo, desde una plataforma programática alternativa al neoliberalismo dominante. Cuando comenzó el ciclo electoral nadie daba mucho por el viejo león de la izquierda francesa que, de nuevo, protagonizaba una iniciativa política fuerte y sin ningún apoyo mediático. Mélenchon ha demostrado –y sigue demostrando- que se puede derrotar a las fuerzas de la extrema derecha y, lo más importante, ganar a una parte mayoritaria de unas clases trabajadoras y asalariadas que se creían definitivamente pérdidas para la izquierda.
Existe un empate técnico entre el bloque liberal y las fuerzas unidas de las izquierdas. Eso significa disputarle directamente la hegemonía a los grandes poderes económicos y mediáticos y la posibilidad de una victoria. La táctica cuenta, la sabiduría cuenta. La habilidad de Mélenchon ha sido unir presidenciales y legislativas desde una propuesta fuertemente autónoma, unitaria y diferenciada. Ha sido algo más que un sorpasso; se trata de la reconstrucción de una izquierda distinta con voluntad de mayoría y de gobierno desde un programa socialista. Como he dicho antes, la experiencia ayuda mucho a (re)pensar la izquierda en una Europa que camina aceleradamente hacia la disolución de los proyectos transformadores y democrático-populares. Llama la atención, en primer lugar, que la propuesta no se deja corromper por las modas imperantes: Mélenchon es una persona mayor (70 años), con poderosos enemigos, polémico y al que no es fácil avasallar. Defiende sus ideas con tesón, asume riesgos y transmite credibilidad. La gente con él sabe a qué atenerse.
“La gente con Mélenchon sabe a qué atenerse”
Una segunda enseñanza es atreverse a ir contra lo “políticamente correcto”. La Francia Insumisa, la Unión Popular, no tiene miedo a la batalla de ideas, al debate político-cultural. Lo ha hecho siempre en dos direcciones: frente a la extrema derecha, sus valores y sus propuestas y frente a las políticas neoliberales que impulsa Macron y que defienden las élites económicas, los grandes medios. En el centro de su propuesta, el mundo del trabajo, la mayoría social, las clases populares y una juventud que necesita futuro desde un presente cada vez más adverso. No tiene miedo de hablar de nacionalizaciones, de reducción de la jornada laboral, de democracia económica y empresarial, de planificación ecológica y territorial.
Un tercer aspecto es más significativo: la importancia del programa entendido como un contrato con la ciudadanía, asumible por las mayorías sociales, posible y, a la vez, transformador. Su eje vertebrador es iniciar un proceso constituyente que ponga fin a la “monarquía presidencial” y que sirva como proyecto-plan para una democratización sustancial de la democracia, de la economía y del poder.
La cuarta enseñanza tiene que ver con una cuestión cada vez más definitoria de los valores y de la cultura alternativa de la izquierda. Me refiero a Europa. La Nueva Unión Popular Ecologista y Social tampoco en esto tiene miedo a ir contracorriente. El tipo de integración que la Unión Europea asume y defiende es claramente neoliberal, beneficia descaradamente a los grandes poderes económicos y corporativos, restringe las libertades públicas y erosiona gravemente la soberanía popular. La estrategia está bien definida: un conjunto de políticas que cuestionan el neoliberalismo dominante y que se enfrentan a lo que se ha venido en llamar el “consenso de Bruselas”. Melènchon sabe perfectamente que las políticas que defiende llevan a un conflicto con la UE. Lo quiere convertir en un instrumento de agregación política, de movilización social en defensa de los intereses generales de Francia. En lo referente a la guerra en Ucrania, la posición también ha sido clara: rechazo a la intervención rusa y apuesta decidida por la salida de Francia de la estructura militar de la OTAN como paso previo a su abandono definitivo. En el espacio político en construcción no todos están de acuerdo con estas posiciones, pero asumen una política clara de paz, no alineamiento y democratización de las relaciones internacionales.
El momento de la izquierda en Europa no es bueno. En muchos sitios está literalmente desapareciendo, en otros pervive con grandes esfuerzos, con coraje y frecuentemente a la defensiva. Francia nos enseña que hay, al menos, dos caminos para la (re)construcción: uno lleva a convertirse en una izquierda atlantista, complementaria de la socialdemocracia dominante, parte de un sistema político en crisis y sin capacidad de renovación; el otro define una izquierda enfrentada a las políticas neoliberales, comprometida con las clases trabajadoras, defensora de la soberanía popular; sujeto activo de una Europa de base confederal y fuertemente autónoma. Una izquierda –como dice Mélenchon- rupturista y que hace de la confrontación con los poderes dominantes identidad y posición política.