Un gabinete débil que sí importa
De saque este gabinete es otra oportunidad perdida. Un equipo ministerial que por su debilidad podría hacernos caer en el error de no prestarle atención. Pero la situación del país es tan grave y la voluntad represiva tan alta que no podemos darnos ese lujo.
El propio Javier Velásquez Quesquén se ha puesto la soga al cuello cuando ha dicho que, como Presidente del Consejo de Ministros, será el portavoz del gobierno y el articulador de políticas sectoriales. Probablemente se ciñe a la letra de la Constitución fujimorista vigente, pero eso no es lo que esperaba ni necesitaba el país en estos momentos. Las afirmaciones de Velásquez Quesquén, no hacen sino corroborar el híperpresidencialismo que practica Alan García y la necesidad que tiene de un escudero y no de un Presidente del Consejo de Ministros, con la autoridad y autonomía de tal, para saber ponerse a la altura de la circunstancias, como ya ha sucedido con otros personajes en nuestra historia republicana en diversos momentos de crisis.
Las voces de orden que llevaron a la matanza de Bagua son las mismas que este gabinete levanta como programa. Cuarenta días de duro debate nacional parece que no han hecho mella todavía en Palacio. Hasta ahora el orden alanista lo que ha traído es harto desorden y aguda polarización. Si se persiste, parece que con dosis más fuertes aún, en más orden alanista, lo que tendremos será más desorden y polarización.
La fórmula en la que se insiste para este tercer gabinete es muy parecida a la de los dos anteriores. Neoliberales más apristas sumisos. Aquí no hay “Chiqutín Salazar” que valga, en referencia al primer Ministro de Agricultura de este gobierno, de origen aprista, que tuvo la dignidad de renunciar al chocar con la ultraderecha. En este caso, sin la cereza de la torta que fue Yehude Simon en el anuncio del gabinete anterior, por más que al final terminara como cualquier pieza del tablero presidencial. Pero la misma fórmula y repetida tres veces, sobre todo después de Bagua, es definitivamente una ofensa.
Eso sí, no podemos dejar pasar la vuelta de Rafael Rey, un fundamentalista reaccionario, que apoyó a la dictadura de Fujimori y Montesinos y expresa mejor que nadie la alianza de este gobierno con radicalismos indeseables que añoran la vuelta del autoritarismo. Su presencia en un sector tan delicado como Defensa es un peligro para el Perú. Tampoco la presencia de Martín Pérez, anteriormente un funcionario del grupo Romero, que reitera el gusto de García por servir a intereses particulares. Asimismo, la de Aurelio Pastor, agresivo alfil de Palacio, que se cuenta entre los apristas más cumplidamente neoliberales.
¿Podrá darse cuenta Velasquéz Quesquén, es decir García, que a sus mecedoras se le han roto todos los resortes? Es altamente improbable. ¿Cómo va a negociar entonces? ¿Cuál será la fórmula de su sebo de culebra esta vez? Por este entrampamiento de origen es difícil que este sea el último gabinete del gobierno como ha dicho reiteradamente el Presidente. Más parece que debiéramos esperar una nueva crisis ministerial en los próximos meses.
Quizás les quede una fórmula para ensayar, antes que cualquier imposible gabinete de verdadera concertación. Aquella que prefiere la derecha orgánica y que es con la que siempre cree poder defender mejor sus intereses, la del independiente exitoso, en realidad otro neoliberal más, que quisieran sacar del clóset para empujar definitivamente atrás a los alanistas. El problema es que los compañeros alanistas son profesionales en no dejarse empujar, por lo que esta fórmula puede postergarse hasta el nunca jamás. Habrá que ver nomás cuánto país queda para esos tiempos.
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