Ninguna mujer con Dina
Lucía Alvites
“Ni siquiera los animales exponen así a sus hijos... no se les puede llamar madres a las que llevan a sus hijos (a las movilizaciones) … yo dudo que sean las madres, tal vez en la extrema necesidad que se encuentren algunas mujeres llevan a alquilar a sus hijos...”. Son las palabras de un tal ministro de Educación, Óscar Becerra, dos días antes de hoy 8 de marzo, para referirse a las madres aymaras, que con sus hijos en las espaldas se movilizaban pacíficamente en Plaza San Martín y a quienes la Policía recibió lanzándoles bombas lacrimógenas directamente al cuerpo. Un hombre blanco, puesto en el lugar de máxima autoridad para la política educativa en el Perú, representante del Estado, diciendo en televisión nacional lo que no es una madre, más aun menospreciando desde el machismo y racismo a las madres puneñas.
Y es que el régimen de Dina Boluarte no solamente ha sacado al fresco lo más cruento de un Estado racista que se construyó despreciando a una mayoría indígena, sino también el machismo y clasismo hoy avalado y profundizado sin ningún pudor por quienes ejercen el poder de manera ilegítima. La dictadura Boluarte llegó y puso una vez más frente a nuestros ojos que, en el Perú, como canta el valse, “los seres no son de igual valor” y, también, nos vino a recordar que las mismas mujeres no valemos lo mismo. Que ser mujer, ser serrana, ser aymara te hace menos ciudadana que otras mujeres que no lo son.
La dictadura, además, trazó diáfanamente, que no era suficiente que gobernara una mujer, que no era suficiente tener un gabinete paritario, que la representación y su igualdad de género en los máximos cargos del Estado no importaba, si se había llegado al gobierno sin haber ganado las elecciones y en alianza con los sectores más fascistas. No importaba si teníamos una jefa Suprema de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, si se gobernada matando a otras mujeres y sus hijos. Porque al unísono que Dina Boluarte se jactaba de tener un gabinete paritario, disparaba a los hijos menores de las madres puneñas y ayacuchanas; a la vez que alardeaba sistemáticamente ser la primera presidenta del Perú, su gobierno disparaba contra Yamileth Aroquipa, adolescente de 17 años, estudiante de Psicología, que murió por un proyectil en Juliaca; mientras se atrevía a exigir “sororidad” a las peruanas, su brazo judicial castigaba a Yaneth Navarro, mujer apurimeña que viajó a Lima para hacer escuchar su voz, con 30 meses de prisión preventiva por llevar consigo S/1900 producto de la solidaridad a las protestas en el territorio nacional.
Todo esto profundiza una reflexión desde los feminismos que recorre América Latina hace mucho, y nos afirmaba que el feminismo, si no comprende la racialización de nuestros pueblos y cómo la idea de raza sigue siendo un mecanismo central de la actualidad que aún define en buena parte qué mujer eres en el Perú, no será un movimiento de justicia y verdadera igualdad. Es imprescindible comprender, desde los feminismos, que el sol de la igualdad solo alumbró a unas cuantas, y que mayorías de mujeres indígenas siguieron en la sombra, y lo que hoy se palpa en cómo la represión del régimen apunta sobre todo a ellas.
Este 8 de marzo lo vivimos con dolor e indignación: la primera dictadora de la historia republicana del Perú, ha desatado una violencia solo comparada con la época siniestra de la dictadura fujimorista. Su violencia afecta diferente a las mujeres, porque articula el racismo, el clasismo y el machismo para avasallar a las que han decidido decirle basta. Hoy asistimos a un Perú oficial que criminaliza a las madres por marchar con sus hijos en las espaldas y que, también, las criminaliza si dejan a sus hijos en sus territorios, como el caso mencionado de Yaneth Navarro, que para que la “justicia” resolviera su prisión preventiva argumentaron que no tenía arraigo porque “no estaba cuidando a sus hijos”.
Hoy es 8 de marzo y ayer se cumplieron tres meses de la dictadura de Dina Boluarte, que juramentó ante un hemiciclo que minutos antes había recibido entre aplausos a los altos mandos de las Fuerzas Armadas, dejando constancia del régimen que se venía. Hoy ninguna mujer esta con Dina; hoy las mujeres, como desde hace tres meses, seguimos luchando por una verdadera democracia.