La salida no está en las alturas
Nicolás Lynch
El escándalo de corrupción que sacude el país y atraviesa transversalmente a la clase política alcanza un punto de crisis irremediable al haber tocado al Presidente de la República Pedro Pablo Kuczynski. Por más que sus detractores fujimoristas y apristas no puedan ocultar sus malas intenciones y sepamos de antemano que señalan al otro para protegerse ellos, el núcleo del poder político ha sido tocado.
Este hecho, ha desatado así una crisis que se define por la imposibilidad de continuar gobernando el Perú de la manera como se venía haciendo. El catalizador de la crisis es la corrupción, definida como el aprovechamiento privado de los recursos públicos desde posiciones de poder. Curiosamente, el mismo fenómeno de corrupción que desató la crisis política anterior, veinte años atrás, cuando la dictadura de Fujimori y Montesinos dejó claras sus intenciones de permanecer en el poder más allá de promesas y plazos, con un objetivo similar: continuar asaltando las arcas públicas.
El robo, como la forma privilegiada de ejercicio del poder y la impunidad mafiosa para protegerlo, no solo tiene que ver con uno o algunos gobernantes o con el régimen político, porque se dio ayer en dictadura y hoy en democracia (Alberto Fujimori y Ollanta Humala presos, Alejandro Toledo prófugo, Alan García y Keiko Fujimori investigados). Tiene que ver con el Estado Neoliberal mismo que se instituyó con el golpe del cinco de abril de 1992 y tuvo su partida de nacimiento con la Constitución ad hoc que se impuso en 1993. La corrupción entonces, más allá de los antecedentes en la tradición patrimonial republicana, está inscrita en esos dos hechos funestos. Se trata por ello de una crisis estatal y constitucional. Su resolución entonces no puede ni debe tener una resolución que no sea de cambio estatal y constitucional.
Por eso digo que la crisis ha empezado pero no tiene visos de terminar. Si la examinamos más detenidamente hasta ahora es una crisis intensa pero localizada en las alturas. Es más, sus protagonistas, me refiero al gobierno de PPK y la bancada fujimorista, ilusamente creen que va a tener una resolución en estas alturas. La vacancia, por ello, más allá que deba o pueda suceder, es una solución pegada con babas, ya que en el mejor de los casos solo daría solución temporal a la crisis en las alturas.
Hay otros niveles de crisis que existen de manera latente pero todavía no se han manifestado en forma activa. Me refiero a la crisis económica y a la movilización popular. La primera reviste una importancia central. Uno de los grandes triunfos hegemónicos ha sido hacernos creer que el Perú ha tenido una época de auge económico. Pasado un cuarto de siglo y más del ajuste de agosto de 1990 comprobamos que el crecimiento ha sido muy importante pero el reparto mínimo, en especial la creación de trabajo con derechos que es hoy menor que antes del ajuste. Esto se ha agravado con la crisis del modelo primario exportador de minerales por la caída de los precios internacionales de los mismos. Hoy dicen que estamos viviendo una recuperación pero lo que en realidad sucede es un hipo en una crisis planetaria irresuelta que en el mejor de los casos nos llevará, por menos tiempo, al crecimiento que reproduce desigualdad.
La movilización popular, por otra parte, ha ido activándose en los últimos años pero todavía de manera espasmódica y sin continuidad en el espacio y en el tiempo. El ejemplo más notable, la huelga magisterial de mediados de año, ha sido una excelente señal pero todavía no marca una pauta. Podemos decir que hemos tenido acciones colectivas de envergadura pero todavía no movimientos sociales duraderos que le den otro talante al reclamo social y a su representación política.
Asimismo, la hegemonía ideológica que fue sustento fundamental del neoliberalismo, está gravemente erosionada, en primer lugar por la corrupción, quizás si el tema de mayor potencia para vaciar de contenido el mensaje del poder. Pero también porque la promesa del “chorreo” no ha llegado a ser tal y cada vez parece alejarse más. Ambas cuestiones rompen el encanto neoliberal. Por esta razón más que por otras, el gobierno del Perú en los términos en que se ha venido dando en este último cuarto de siglo ya no tiene futuro.
Por eso la crisis actual no tiene solución ni a corto ni a mediano plazo, ni cambiando presidentes —más allá de que existan las causales respectivas y deba hacerse— ni adelantando elecciones. Deben confluir la movilización social con el deterioro económico y la crisis en las alturas, para que pueda aparecer algo nuevo, una alternativa que plantee una manera distinta de conducir el país. Por ello, señalo que este podrá ser el tiempo de la crisis en las alturas que avanza como crisis del gobierno de PPK y revela la crisis del régimen que nos legó la transición a la democracia del 2000, pero que debe madurar, hay que hacerla madurar, como crisis estatal y constitucional para alumbrar algo nuevo y distinto que haga valer la pena el próximo Bicentenario de la Independencia el 2021.
Esta crisis en las alturas, sin embargo, ha hecho que avizoremos el encuentro, como pocas veces sucede, de la coyuntura con la historia. Una coyuntura de ingobernabilidad con una oportunidad histórica de darle salida a un bloqueo ancestral de nuestra política. Me refiero al carácter ajeno a la sociedad peruana y a cada uno de nosotros que tiene esa estructura vetusta que se llama república criolla. La forma republicana, la manera como se encuentran el Estado con los ciudadanos en el Perú no nos pertenece. Esta república no es nuestra república. De allí la necesidad de planear una refundación republicana como única salida de fondo a la crisis actual. La necesidad de refundarnos como república democrática para que los ladrones de ayer y de hoy no sigan manejando a la entidad colectiva llamada Perú y, por lo que nos toca, cada una de nuestras vidas.
Por ello, las consignas, aparentemente maximalistas, de nueva Constitución para una refundación republicana, no son tales, sino meras propuestas de caminos posibles y reales frente a los retos del presente.
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