La madre tierra clama que sus hijos no la destruyan
Róger Rumrrill
22 de abril día de la tierra
El 22 de abril se celebra el Día Internacional de la Madre Tierra que, de acuerdo con la versión bíblica del libro de Génesis, fue la gran y perfecta obra de Dios; esa misma Tierra que los griegos personificaron en Gaia, la diosa suprema y madre de todas diosas y que, para los evolucionistas y darwinistas, luego de miles y millones de años de evolución, dio como resultado final el planeta Tierra y a la especie humana. Ni los creacionistas ni los evolucionistas podrán negar, como dice la misma Biblia en el libro del Antiguo Testamento, en Romanos, capítulo 8 y versículo 22, que “toda la creación gime a una, con dolores de parto” y la ciencia sostiene sin tapujos ni medias tintas que la Tierra está enferma, gravemente enferma.
“Si el planeta Tierra se sometiera a un chequeo anual, similar al examen físico de una persona, nuestro médico diría que la Tierra está realmente muy enferma en este momento y que lo está en muchas áreas o sistemas diferentes, y que esta enfermedad está afectando a las personas que viven en la Tierra”, afirma Yoyeeta Gurta, la copresidenta de Earth Commission y profesora de medio ambiente de la Universidad de Amsterdam, Holanda. De acuerdo a otro experto internacional, Seth Borenstein, la Tierra ya ha pasado siete de los ocho límites establecidos científicamente y ya se encuentra en la “zona de peligro” por el recalentamiento del planeta y por el insaciable e irracional uso y abuso de sus bienes que hace la especie humana.
La Tierra está en la sala de cuidados intensivos
De acuerdo a los científicos, la Tierra está ya en la sala de cuidados intensivos. Las causas de su grave situación de salud, todo el mundo lo sabe. En primer lugar, el uso del petróleo, el carbón y el gas ha calentado la temperatura de la Tierra. En este momento se está a punto de traspasar la barrera de seguridad planetaria que es de 1.5 grados Celsius. Este calentamiento está provocando extremos climáticos en todo el planeta en este momento: escasez y racionamiento de agua en Bogotá; calores infernales en España; inundaciones diluviales en Kazajstán y otras zonas del planeta.
El agua, el único recurso no renovable de la Tierra, es ya el bien de la naturaleza más escaso y motivo de disputas y guerras. Un estudio reciente revela que entre los años 1950-1983 estallaron 1800 conflictos por la posesión del agua y entre 2020-2023 se desataron 200 enfrentamientos por el líquido vital. La escasez de agua es fatal. Cada día mueren 4 mil niños por falta de agua en el mundo. Pero esta escasez, esta sequía se agrava cada día más porque los glaciares, que son los mayores reguladores del agua y de las lluvias, se están secando en todo el planeta. Tanto en el Himalaya, que aporta el agua a los mayores ríos del Asia, como los glaciares de los Andes tropicales, han perdido el 50 por ciento de sus reservas.
El obsceno extractivismo, la colonización de la naturaleza, “la gran desmesura antropocéntrica de la modernidad”, como señala el Papa Francisco en su reciente Encíclica Laudate Deum, están barriendo con los bosques del planeta y de la Amazonía, que son las verdaderas fábricas de agua dulce de la Tierra. Porque los bosques de la cuenca amazónica generan y producen el 30 por ciento del agua dulce del planeta y son el mayor banco genético que aún atesora el 80 por ciento de la diversidad de la Madre Tierra. Pero la extracción aurífera que contamina con el deletéreo mercurio y los combustibles fósiles los ríos, quebradas y lagos y envenena la biomasa pesquera, la flora y la vida humana y las leyes del embudo que promulgan las parásitas y rentistas mayorías congresales están a punto de provocar una debacle ambiental y ecológica en la Amazonía Peruana. A causa de la deforestación planetaria y el desarrollismo fósil que está eliminando de cuajo muchas formas de vida en la Tierra, aproximadamente 1 millón de especies de animales y plantas están al borde de la extinción. Todo ello, pese a que más del 50 por ciento del producto bruto interno (PBI) mundial depende de la naturaleza.
No son las únicas heridas que está sufriendo la Tierra, que son también las heridas que sufre el hombre, porque nuestro cuerpo es la miniatura más fiel de la Madre Tierra y sus heridas son, dolorosamente, nuestras heridas. Otras heridas y muertes tienen como causa y origen la contaminación de la atmósfera que ocasiona el fallecimiento de 8.3 millones de personas cada año; el hambre que igualmente mata millones de personas en el mundo.
La Tierra clama por su salvación
La Tierra clama por su salvación, con medidas y decisiones de emergencia vital como cero consumos de combustibles fósiles, cero deforestaciones, detener la acidificación de los océanos ahora convertidos en basureros de plástico, puesta en cuestión y revisión del antropocentrismo por un cosmocentrismo y biocentrismo que reconozca los derechos de la naturaleza. Sin embargo, mientras la Madre Naturaleza clama por su vida, sus hijos, la especie humana, víctimas de la amnesia social, embobados por el mantra del Capitaloceno, en conciliábulo con la “tribu global de los políticos ultras”, (Pablo Stefanoni, dixit), corren a galope desbocado a la destrucción de su hogar, la Tierra.
Por eso, todos los acuerdos de las Conferencias de las Partes del Convenio de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COPs), o la mayoría de ellos, son letra muerta o falaces soluciones, como los han calificado los mejores y mayores expertos a los negocios verdes, las soluciones basadas en la naturaleza y el extractivismo verde.
No hay fondos para la vida, pero sí para la muerte
Pero algo peor que eso está ocurriendo en este momento de demencial distopía en el mundo con una guerra global, desigualdad social y colapso ecológico: los fondos para la vida son muy escasos o simplemente no existen. De acuerdo a las Naciones Unidas, se requiere una inversión de 8.1 billones de dólares antes de 2050 para invertir en el clima, evitar la destrucción final de la biodiversidad y detener la degradación de la Tierra. Sin embargo, en la mayoría de nuestros países nada podrá detener la destrucción de la naturaleza no sólo por la vigencia de un extractivismo insaciable e inagotable, sino también porque este extractivismo se nutre de una concepción antropocéntrica y colonial de la economía, la cultura y todo el sistema de vida.
A contracorriente de los saberes, prácticas, ciencia, cosmologías y cosmovisiones indígenas. “Porque en contraste con el antropocentrismo europeo-americano (de larga fecha en la herencia cultural judeocristiana-islámica y científica). Los pueblos indígenas durante milenios construyeron sistemas cosmocéntricos y policéntricos basados en la lógica de la diversidad y en la lógica de la reciprocidad”, escribe el notable antropólogo Stefano Varese.
Pero el dinero escasea o no existe para salvar la vida. Pero sí para la muerte. Sólo en el año 2022, los gastos en armas para la guerra alcanzaron la estratosférica cifra de 2,24 billones de dólares. Estos 2,24 billones equivalen al 2,2 por ciento del PBI mundial. Los 15 principales grupos del complejo militar-industrial, entre ellos Lockheed, RTX (antes Raytheon), Boeing y Northrop, han ganado 764 millones de dólares con las guerras en Ucrania y con el genocidio en Gaza. Sólo en la Unión Europea los gastos en armas este año treparon a 380 mil millones de dólares. Con un gasto de 33 billones anuales en 10 años, se pondría fin al hambre en el mundo, afirma José Graziano da Silva, exdirector de la FAO. También las multinacionales petroleras, las principales contaminadoras del planeta, están haciendo su agosto con la guerra y las sanciones que EE. UU. ha impuesto a Rusia. Según Global Witness, British Petroleum, Shell, Chevron, Exxon Mobil y Total Energie han amasado con la guerra 281 mil millones de dólares.
La Madre Tierra está enfadada con la especie humana
La Madre Naturaleza está enfadada con la especie humana. Porque, como señala Gustavo Duch, “el ser humano es el único animal que se tropieza veintiocho veces con la misma piedra”. “La policrisis que vivimos en todo el planeta es una crisis antropológica: es la crisis de la humanidad que no llega a ser humanidad”, escribe el filósofo Edgar Morin. Es decir, debemos volver a ser humanidad para salvar a la Madre Tierra y sobrevivir como especie humana.
Porque al final de cuentas, nuestro cuerpo es la miniatura más fiel de la Madre Tierra. Si la salvamos a ella, también nos salvamos nosotros de la muerte y la extinción.