La Fiscalía está en Macondo
Fernando de la Flor A.
Hay quienes sostienen que algunos turistas despistados, cuando llegan a Colombia, piden ir a visitar la ciudad de Macondo. Creen que existe y que es posible, entonces, conocer los lugares que habitaron los Buendía. Es tan potente la ficción de García Márquez, que se confunde la mera invención con la pura realidad. Por eso es que se dice que en Latinoamérica basta leer a los novelistas para conocer su historia. Algo semejante está ocurriendo en el Perú con la Fiscalía, o también llamado Ministerio Público: parece una ficción, pero es la dura realidad.
El Fiscal de la Nación, quien encarna al Ministerio Público, tiene dos funciones esenciales: ser guardián de la legalidad y acusar a quienes cometen delito. Dichas responsabilidades se cumplen dentro de una estructura organizada jerárquicamente.
Resulta que el Fiscal de la Nación formalmente designado, está suspendido en el ejercicio de sus funciones porque se encuentra acusado en cuatro procesos – no uno, sino cuatro – ante el órgano encargado de supervisar su conducta. No se trata de una denuncia sino de cuatro procesos.
El Fiscal de la Nación imputado se ha defendido invocando el principio de la presunción de inocencia, es decir, que nadie es culpable mientras no se le demuestre su responsabilidad. En otras palabras, quiere seguir cumpliendo sus funciones – ser guardián de la ley y acusar a quienes delinquen – mientras no se acredite que es responsable.
Imaginemos que eso ocurra, que el Fiscal de la Nación objetado siga ejerciendo sus atribuciones, o sea, invocando respetar la legalidad e imputando delitos, y más adelante – es un supuesto – se le encontrase responsable de alguna de las acusaciones que se le hacen. ¿Cómo quedarían sus invocaciones a cumplir la ley y cómo las acusaciones a quienes él considera que han cometido delito?
Es cierto que existe la presunción de inocencia, que no hay distingos y es aplicable a todos, pero resulta incomprensible por consideraciones institucionales antes que jurídicas, que el titular de la acción penal pública, aquel que puede imputar de un delito a cualquier ciudadano, se proteja bajo esa previsión que debiera más bien garantizar el derecho de las gentes, antes que el de la principal autoridad en materia penal en el país. Existe el conocido aforismo, universalmente aceptado, de que no solo hay que serlo sino parecerlo.
Algo semejante a lo que enfrenta el actual Fiscal de la Nación objetado, está ocurriendo con el anterior, quien también, por el ejercicio de sus funciones, se encuentra seriamente cuestionado por algunos, eventualmente, inapropiados comportamientos en relación con determinados procesos penales en curso.
De manera pues, que las principales autoridades del Ministerio Público, la actual – suspendida –y la anterior, están siendo procesadas por severas imputaciones relacionadas con el incumplimiento de las funciones que la ley les tiene asignadas.
¿Cómo entender que quienes deben hacer las veces de guardianes de la ley estén procesados por su eventual incumplimiento?
¿Cómo comprender que quien es, a título exclusivo, el que tiene la prerrogativa de imputar algún delito a cualquier ciudadano esté reiteradamente procesado por inconductas que pudieran – se verá más adelante – configurar ilícitos penales?
No tengo una respuesta, la verdad.
Solo se me ocurre, otra vez, recurrir al escritor, pero no a quien fabula o inventa, sino a quien recuenta nuestra historia - como exhibiendo la materia prima de próximas ficciones – para una plausible explicación.
Gabriel García Márquez, al aceptar el premio Nobel de Literatura el año 1982, dio un memorable discurso. Rescato un párrafo, que no es fábula sino historia:
“El general Antonio López de Santa María, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general Gabriel García Morena gobernó el Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial…
Me atrevo a pensar – concluye García Márquez – que es esta realidad descomunal, y no solo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras”.
Algo así como lo que está sucediendo con la Fiscalía en el Perú: ¿no da acaso para una buena novela? Sin embargo, no estaríamos inventado nada sino solo contando una historia.
¿Será verdad entonces que Macondo no existe?
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