La crisis en el Perú ha llegado a un punto de no retorno
Róger Rumrrill
Posibles salidas en el corto y mediano plazo
El Perú ha llegado a un punto de no retorno de una crisis sistémica y estructural que tiene 200 años. Ahora solo quedan un Pachakuti andino y un Ipámamu amazónico. “Lo único que nos puede sacar de esta situación es la utopía, en otras palabras, ¿Qué quiere decir esto?, que este sistema llegó a su fin, murió”, afirma el científico social y profesor universitario Héctor Béjar Rivera.
Quién está combatiendo para construir la utopía y qué hará posible este giro copernicano de la historia peruana es, como dice el analista Alberto Adrianzén, la “furia democrática” del pueblo que ahora se moviliza y expresa su cólera y su rebeldía de un extremo a otro del país, porque el Perú de estos días tumultuosos, violentos, dramáticos y trágicos, “está viviendo el más vasto y plural movimiento democratizador de la historia republicana”, afirma el sociólogo Sinesio López Jiménez.
Porque, así como no se ha podido volver a la “normalidad” con el coronavirus; tampoco se puede volver a la “normalidad” con un estado peruano capturado por las élites y con una democracia encorsetada y funcional a estos mismos grupos oligárquicos. El castillo de arena de la civilización occidental estuvo a punto de colapsar por el ataque de un virus invisible y ese mismo virus desnudó la precariedad del estado peruano construido a la medida y de acuerdo con los insaciables apetitos de los poderosos. Ahora, ese mismo estado y ese modelo económico, luego de 200 años, ya no puede seguir siendo solo el bastión y el festín de una minoría adversaria a muerte de los cambios y transformaciones de la sociedad.
El mar de fondo de la crisis
El mar de fondo de este sismo político y social que ahora sacude al Perú con un saldo trágico de más de un centenar de peruanos asesinados por la represión estatal y la destrucción de bienes públicos y privados viene de atrás. Tiene 200 años. Porque como han señalado los historiadores, entre ellos Jorge Basadre, la independencia política de 1821 no cambió estructuralmente el sistema económico, social y cultural de la colonia. La colonialidad del poder, de la cultura y la subjetividad, como dice el pensador Aníbal Quijano, siguió y sigue dominando el Perú.
En todo caso, fue un cambio de mocos por babas. A tal punto que el sistema colonial de las encomiendas se transformó en las grandes haciendas y latifundios republicanos, la base y estructura de la feudalidad más oprobiosa de la república que recién fue cancelada en 1969 con la Reforma Agraria del general Velasco.
Nación multilingüe y estado neocolonial
La construcción de la nación peruana es todavía una agenda pendiente. Porque la nación peruana es multilingüe, multiétnica y multicultural y estado peruano es de origen colonial, disfuncional a la nación. Por eso, la construcción de la nación peruana pasa, inevitable e irreversiblemente, por una profunda reforma del estado neocolonial, en la economía, la cultura, la salud, la educación y la justicia, entre otras reformas.
Solo un ejemplo. La justicia que ejercen los jueces, fiscales y magistrados es la aplicación y ejecución del derecho positivo romano y para quienes el derecho consuetudinario de los pueblos andino-amazónicos es letra muerta. Letra muerta el derecho consuetudinario de un tercio de la población peruana, con 55 familias etnolingüísticas, cuatro en los Andes (Kichwa, Uru, Aymara y Jacaru) y 51 en la Amazonía.
Esta enorme fractura entre la nación multilingüe, multicultural y multiétnica y el estado monocultural salió a flote en estos días en el comportamiento del estado agresivo y autoritario y de los políticos y los medios en estos días de cólera ciudadana: el racismo, el centralismo, la desintegración del país, la extrema polarización, el desprecio a los pobres y peor si son indios, entre otros males y problemas de la sociedad peruana.
Sin la reforma estructural del estado neocolonial peruano, como primer paso, y la refundación de la nación peruana, como paso subsiguiente, el Perú podría descarrilarse a la condición de estado fallido en las próximas décadas.
El huevo de la serpiente del fujimorismo
La crisis fundacional del estado peruano se profundizó aún más con el advenimiento de la cleptocracia fujimorista. Alberto Fujimori Fujimori y su alter ego Vladimiro Montesinos multiplicaron el huevo de la serpiente de la corrupción en la sociedad peruana. Pero no solo eso. Junto con la violencia de Sendero Luminoso (SL) y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) dinamitaron el país y abrieron aún más las grietas y rajaduras de la desintegración del país, rompiendo el tejido social e institucional, debilitando casi hasta la extinción a los partidos políticos y capturaron al Estado, ahora cautivo y rehén del gran poder económico nacional e internacional.
La piedra filosofal del modelo construido por el fujimorismo y sus aliados de la derecha económica y política fue la Constitución política de 1993, la llave maestra para cerrar la puerta del estado y abrir todas las puertas al mercado convertido en la biblia de la economía y el desarrollo. La Constitución que la ultraderecha económica y política ha ordenado a sus perritos falderos del Congreso que lo defiendan como un mantra intocable.
Una visión colonial de las regiones
El inmenso estallido social y político de estos días ha desnudado uno más de los grandes problemas del país: el hipercentralismo que, en el caso del Perú, no solo es político, sino también económico, social y cultural. La visión y el imaginario centralista de Lima sobre las regiones, sobre todo andino-amazónicas, es colonial. Solo ven a los Andes y a la Amazonía como territorios para extraer minerales, cobre, zinc, oro, petróleo, gas, madera.
Las 18 mil leyes que se dieron para la Amazonía entre 1821 y 1960 revelan esa miopía y casi ceguera. Por eso sostengo la hipótesis de que una alianza andino-amazónica que se está tejiendo ahora transformará a la Amazonía y los Andes en el espacio geopolítico, geoeconómico e hidropolítico del Perú en el siglo XXI. La protección, conservación y manejo sostenible del bosque amazónico, la mayor fábrica de agua dulce del mundo es uno de los ejes de esta alianza estratégica.
La lucha por el poder
La batalla que se da en las calles y ciudades del Perú en este momento es una lucha por el poder. Todo el discurso criminalizador, terruqueador, conspiracionista y confrontacional (sin negar que hay vándalos y destructores de la propiedad que tienen otros propósitos) del gobierno civil-militar de la señora Dina Boluarte apunta en una dirección precisa: seguir manteniendo el poder político y económico y por tanto la permanencia de ese mismo Estado, Congreso y gobierno.
Como escribe el analista Víctor Caballero Martín: “Lo que está en el centro del conflicto es una cuestión de poder, las reformas que el estado peruano requiere, por el debate sobre un nuevo consenso en el equilibrio de poder en los cuales el pueblo exige participar. Exige, que se les considere como actores políticos e interlocutores válidos con los cuales establecer las bases de una agenda política de reformas y en donde se incluya al pueblo movilizado, a sus organizaciones y líderes como actores políticos con los cuales dialogar”.
Por eso, la presidenta Dina Boluarte seguirá insistiendo en su monserga que la agenda con las multitudes de todo el país es solo social y no política. Porque lo ideal para ella y el poder que la tiene como cautiva y prisionera es, como sostiene Avelino Guillén, exfiscal supremo y ex ministro del interior, “escalar el nivel de violencia para quedarse hasta el 2026”.
La crisis actual revela, además, una suerte de fatalidad en la política y los políticos peruanos. La elección de Pedro Castillo fue una suerte de símbolo y de emblema. El primer presidente cholo, maestro rural, de origen popular, elegido presidente justamente en la celebración del Bicentenario de la Independencia. Muchos creímos que Castillo llegaba al gobierno para romper el atavismo colonial de los políticos que durante un bicentenario construyeron el castillo de arena del estado peruano. Pero Pedro Castillo fue realmente un castillo de arena que se desplomó.
Dina Boluarte, que sucedió a Castillo, la primera mujer peruana que llega al gobierno del Perú en 200 años debería haber retomado toda la agenda de transformación que había prometido Castillo en su campaña y que luego abandonó. Pero en vez de eso, la señora Boluarte, “cogobierna con el fujimorismo y la derecha, facciones políticas que fueron rechazadas en una titánica contienda electoral limpia. No solo ha abandonado sus banderas políticas, sino la voluntad popular”, afirma la politóloga Ariela Ruíz Caro.
La “toma de Lima” tiene que convertirse en la toma del poder. Elecciones adelantadas en este año de 2023. Que una gran coalición de centro, izquierda e incluso de derecha democrática, sumada a las multitudes que ahora se movilizan en todo el país, ganen las elecciones e inicien las grandes transformaciones: una nueva Constitución, reformas estructurales del Estado y la refundación de la Nación Peruana.