Ganó Lula. Lecciones que aprender

Por: 

Víctor Caballero Martin

Imposible dejar de lado la reflexión necesaria sobre este histórico triunfo de Lula en Brasil. Fue un triunfo ajustado (menos de 2.0% de diferencia) pero victoria al fin que derrotó a la ultraderecha que representaba Bolsonaro y que usó todo el poder del Estado y el poder religioso. 

Saquemos conclusiones de esta victoria que es de todos los demócratas y de la izquierda continental.

Lula ganó porque supo leer mejor lo que los brasileños percibían como el peligro principal: la intolerancia, intimidación y liquidación de los derechos democráticos de los ciudadanos. Para vencer a semejante amenaza del Bolsonorismo se requería de una amplia alianza democrática. Lula lideró ese movimiento democrático que demandaba más democracia, más inclusión social, más respeto y entendimiento entre brasileros. Brasil había retrocedido peligrosamente en la lucha contra la pobreza y el hambre. De tal manera que se debe concluir que no es la izquierda la que ha ganado Brasil, es una alianza democrática liderada por la izquierda, en este caso por Lula da Silva, lo que, posibilitado tal triunfo, una alianza cuyos aliados principales ha sido los partidos del centro democrático, quienes le han dado credibilidad y votos. 

No obstante, la amenaza más peligrosa en estas elecciones ha provenido de los fundamentalismo religioso - evangélico y católico – que trataron de convertirlo en una guerra religiosa o en una guerra espiritual.  Este fenómeno no es nuevo en Brasil. En las elecciones de 2018, el apoyo que Bolsonaro recibió de las iglesias evangélicas fue abrumador, le permitió ganar con holgura; fueron estos grupos los que en estas elecciones trataron de convertir estas elecciones en “una lucha de Dios contra las tinieblas”, “los que asociaban a Lula como alguien que está contra la palabra de Dios”.

La tarea, por tanto, era formidable. No se trataba de enfrentar a los fundamentalistas religiosos, sino de desacralizar el voto, de dar un contenido ciudadano al voto sea evangélico o cristiano, respetando su fe, sus creencias, sin que ello signifique lo que Pérez Guadalupe define como la “confesionalización de la política pública”. Pero había que dar un mensaje específico a las fieles de las iglesias evangélicas en el respeto a sus valores cristianos, así como revalorar el rol de la iglesia católica en su opción por los pobres. 

Después de todo, el riesgo mayor de la hora presente es lo que Pérez Guadalupe ha denominado “el nuevo ecumenismo” en donde evangélico neo pentecostales aliados con los sectores conservadores de la iglesia católica, tratan de imponer una agenda conservadora en el Congreso y en el Ejecutivo. Recordemos sino lo que sucedió con la campaña de los grupos “Con mis hijos no te metas” promovido por los grupos evangélicos en alianza con el Opus Dei y el Sodalicium, cuyo objetivo es convertir el Estado Peruano en un estado confesional. 

En fin, ambas lecciones que nos deja el triunfo de Lula deben servirnos para repensar la estrategia de la izquierda de cara al futuro.