El Muqui mutilado
Víctor Caballero Martín
El Muqui, duende mitológico prehispánico que vive en los socavones de los cerros donde hay oro. Convive con los mineros en las entrañas de las minas; es juguetón, a veces, le gusta lanzar penetrantes silbidos que advierte el peligro o genera desconcierto y miedo. Les esconde las herramientas, lanza voces y risas para asustarlos o para hacerles más ameno el duro trabajo de picar los cerros; normalmente les trae suerte, aunque, a veces, les hace perder el tiempo. En la tradición andina, al Muqui se le describe como un enano, de cuerpo fornido, de rostro colorado, con los ojos rojos, cubierto de vellos; posee una barba larga, sus pies son de tamaño anormal calza botas claveteadas, viste un poncho o uniforme, está provisto de un casco con cuernos y un pico para perforar rocas, carga herramientas de oro, lleva colgado de la mano un farolito. Es el guardián de la riqueza de las minas; los mineros para llevarse bien con él, le dejan comida, coca, licor y cigarros, como ofrenda; hacen pactos para que les ayude a encontrar oro, plata o cobre y compartir la riqueza hallada, si no los cumplen, puede ocasionarles accidentes, desastres e incluso la muerte.
El Muqui, representa la relación entre los seres humanos y las fuerzas de la naturaleza, y la importancia del respeto y la reciprocidad en la obtención de riquezas.
Pero los tiempos han cambiado. La ambición, que es la madre de todas las desgracias, la búsqueda de la ganancia fácil, el afán por sacar todo el oro sin importarles nada, sin pedir permiso a la madre de tierra y sin considerar al Muqui, ya está afectando a nuestros queridos duendes juguetones.
El Muqui que encontré en una de las oficinas improvisadas de una Dirección Regional de Minería, de triplay y calamina, estaba casi escondido, debajo de una mesa, asustado, con el brazo derecho mutilado, en su boca yace un cigarro prendido que algún minero le dejó para calmarlo del miedo que le significa estar lejos de sus cerros y minas. Veía pasar funcionarios, empresarios, mineros deseosos de explotar cuanto antes los cerros, pero nadie de ellos se fijaba en él. En su mano izquierda tiene pequeñas rocas de oro para ofrecerle a quien lo reconozca y se apiade. Está con su atuendo de mineros, su pico, su casco con linterna y dos cachos que emergen del casco, pero su rostro es de desconcierto.
¡Es un Muqui! exclamé
¿Qué hace debajo de estos muebles?
No hubo respuesta. Su cuerpo herido, su mirada desconcertada decía mucho sobre pasando en las zonas mineras en donde la violencia y muerte está imperando, en donde las ambiciones desbocadas han arrasado con todo, incluso con nuestras tradiciones prehispánicas.
¿Pero, por qué está mutilado? Pregunté.
Hay tres hipótesis, o tres razones que me han dado los pobladores de la zona.
La primera, como es un duende juguetón, travieso, quiso ayudar a unos mineros improvisados que estaban dentro de un socavón estrecho y oscuro. Quiso ayudarles y prender un cartucho de dinamita con su cigarro prendido para lanzarlo a un costado del túnel, pero con tan mala fortuna que se le quedó enredado en su manga y explotó volándole su brazo derecho; corrió desesperado dando gritos y se perdió en las profundidades de la mina. No se supo nada de él
La segunda, dice que estaba acompañando a un grupo de mineros dentro de un socavón cuando de pronto aparecieron los parqueros de una banda criminal que a punta de balas y golpes los desalojó; en el forcejeo y cruce de balas se produjeron derrumbes internos, y el Muqui que estaba con los trabajadores perdió su brazo derecho que quedó atrapado entre las rocas; huyó ya sin su brazo derecho. Lo vieron correr desesperado, aullando de dolor.
La tercera, cuentan que de pronto, en los cerros donde antes trabajaban en armonía el Muqui y mineros artesanales, aparecieron empresarios muy poderosos, con máquinas inmensas para hacer túneles tan grandes que fácil entran un volquete o una camioneta para extraer en el menor tiempo posible todo el oro de los cerros. Cuando dinamitaban los cerros y cuando sus poderosos taladros horadaban las laderas, toneladas de piedras fueron extraídas y puestos en volquetes. No pedían permiso a los duendes, tampoco les dejaban cigarros y alcohol. Volaban todos. Algunos, dicen, vieron surgir a un Muqui mutilado que, sin su brazo derecho, corría desesperadamente tratando de guarecerse en otro cerro, pero ya todo estaba concesionado. El Muqui mutilado desapareció de las regiones mineras. Pocos recuerdan de él.
El Muqui mutilado que vi está en el suelo en una oficina sin nombre. La gente pasa por su costado, nadie lo ve, nadie pregunta por él. Es el mudo testimonio de nuestros tiempos de violencia y dolor.
Ojalá que vengan nuevos tiempos donde los pobladores andinos se reconcilien con su duende protector, y, como señal de amor y respeto le dejen las ofrendas que se merece. Tan importante que el oro, debe ser el hermanamiento de los seres humanos con los seres mitológicos andinos como el Muqui.