El agro peruano y la guerra Rusia-Ucrania y otras calamidades
Róger Rumrrill
“La invasión de Ucrania es inaceptable. Lo que no se puede decir es que no fue provocada. Rusia, como gran potencia que es, no debió dejarse provocar”, afirma el filósofo y geopolítico portugués Buenaventura de Sousa Santos.
Coincido con este punto de vista. Pero agrego que el provocador es EE.UU. y su cancerbero militar y estratégico la Organización de la Alianza del Atlántico Norte (OTAN) y sus perritos falderos de la Unión Europea, sobre todo el Reino Unido que, por esas paradojas de la historia, de antigua metrópoli ha terminado como una sumisa y aborregada colonia de Washington.
En síntesis, cuando en el año 1991 se desplomó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y se desintegró el Pacto de Varsovia poniendo fin a la historia hegemónica imperial de los zares, también debería haber sido disuelta la OTAN. Pero EEUU no solo la mantuvo en pie, sino que amplió sus poderes y atribuciones por intereses de las tres oligarquías que gobiernan la política nacional e internacional y la democracia estadounidense: los complejos militar-industrial, el complejo gasífero, petrolero y minero y el complejo bancario-inmobiliario.
Porque, como han analizado los geopolíticos, habría que preguntarse si EE.UU tal como pretende hacer con Ucrania a través de la OTAN, aceptaría que Rusia pactara una alianza nuclear con México y Canadá, los vecinos más cercanos de Washington.
Jamás lo aceptaría aludiendo a razones de seguridad estratégica. Tal como ocurrió en 1960 cuando la URSS instaló una base de misiles en Cuba, a solo 200 millas de la costa estadounidense. John F. Kennedy, presidente de EE.UU. en ese entonces, puso en alerta roja toda su parafernalia nuclear y amenazó con una tercera guerra mundial si la URSS no retiraba sus misiles de Cuba.
Sin embargo, esa es la pretensión de Biden y de todos los halcones de EE.UU que quieren hacer de Ucrania su base nuclear en las mismas puertas del territorio ruso.
La sangrienta y destructiva guerra Rusia-Ucrania, con un incalculable sufrimiento humano, tiene pues dos imperdonables protagonistas, Rusia y EE.UU y otros actores secundarios, pero igualmente culpables.
Vivimos en el siglo de los límites
Los seres humanos, ilusos y esperanzados, creíamos y soñábamos que la pandemia bíblica del coronavirus y los impactos todavía iniciales del cambio climático eran los límites soportables en los que la sociedad humana había transitado.
Pero vivimos en el siglo de los límites. No solo “hemos chocado contra los límites biofísicos del planeta”, como señalan Antonio Turiel y Juan Bordera, también la guerra amenaza con colapsar todo el sistema-mundo y la alimentación mundial.
Se está produciendo una reconfiguración del poder y de la geopolítica mundial. “Hay que hacer todo lo posible para evitar un huracán de hambre y el colapso del sistema alimentario mundial”, ha alertado el secretario general de la ONU, António Guterres.
En efecto, la guerra Rusia-Ucrania ha hecho saltar por las nubes los precios de algunos alimentos básicos y de los fertilizantes a nivel global. Como ha señalado la ONU, Rusia y Ucrania producen la mitad del suministro global de aceite de girasol. Ambos países en conflicto, conocidos como los graneros del mundo, producen el 30 por ciento del trigo en el mundo.
De acuerdo a las cifras del organismo mundial, 45 países africanos importan un tercio de su consumo de trigo de Rusia y Ucrania y 18 importan hasta el 50 por ciento. Entre estos países están los más pobres del mundo como Burkina Faso, Somalia, Sudán y Yemen, donde una pavarosa sequía y peleas y conflictos caínitas en su mayoría generados por el Norte Global están poniendo al borde del hambre y la muerte a millones de personas, en especial niños.
En el caso del Perú, tal como afirma el notable analista Humberto Campodónico, a los riesgos de la estanflación (estancamiento del crecimiento económico y creciente inflación) hay que agregar el incremento de los precios de los alimentos, de los combustibles y los fertilizantes, pese a que este año 2022 nuestros ingresos por la exportación de minerales, con altos precios internacionales, estarán por encima de los 50 mil millones de dólares.
De acuerdo a Campodónico, el Perú importa 40 mil barriles de petróleo al día y consumimos un total de 230 mil barriles diarios. En el año 2021 el monto de importación petrolera fue de 6 mil millones de dólares, con un precio promedio de 68 dólares por barril. Con la guerra Rusia-Ucrania el precio del barril se ha disparado a 120 dólares el barril y, por lo tanto, nuestras importaciones de crudo subirán a 12 mil millones de dólares.
Siempre de acuerdo al mismo experto, en el año 2021, el Perú importó alimentos por un monto de 3,362 millones de dólares, principalmente soya, maíz, trigo, arroz, azúcar, carne y lácteos. En el año 2019, el trigo costaba 200 dólares la tonelada. El conflicto bélico ha hecho saltar la tonelada de trigo a 425.00 dólares.
En el caso de los fertilizantes, sobre todo urea, potasio y fosfóricos, las importaciones fueron de 1,449 millones de dólares en el año 2019; en el 2021, subió a 1,902 millones de dólares. Como la urea se importa de Rusia, el precio de la tonelada que el año 2019 era de 247 dólares, con la guerra el precio de esa misma tonelada en este año de 2022 ha trepado a 850 dólares.
Lo peor de este escenario, según Campodónico, es que el gobierno no solo no ha puesto en marcha un plan de masificación del gas para neutralizar el incremento del precio del petróleo; tampoco ha anunciado un plan de contingencia para paliar y enfrentar las consecuencias nefastas de la guerra Rusia-Ucrania.
Pero la guerra no es la única calamidad
Pero la guerra Rusia-Ucrania no es la única calamidad que afectará a la economía peruana, al agro y en particular a los pueblos indígenas. Una de estas calamidades es la sentencia 03066-2019-PA/TC expedida por el Tribunal Constitucional (TC) que sostiene que la Consulta Previa no es un derecho fundamental y que el Convenio 169 de la OIT no tiene rango constituyente.
Esta sentencia, votada por los magistrados Augusto Ferrero Costa, José Luis Sardón de Taboada y Ernesto Blume Fortini, tres jueces que sacaron su decisión del armario polvoriento y vetusto de sus conciencias genuflexas ante el poder político y económico han provocado un mar de reacciones críticas. “A 200 años de la república, es indignante que el máximo intérprete de la Constitución persista en pronunciamientos que solo visibilizan el racismo con los pueblos indígenas”, se ha pronunciado la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP).
No es para menos, el escalofriante e injusto fallo afecta todos los derechos de los pueblos indígenas contemplados en el Convenio 169: territorio, consentimiento, libre determinación, educación, salud, interculturalidad y otros derechos.
Por su lado, la Comisión Episcopal de Acción Social y decenas de Vicariatos y Pastorales de la iglesia católica de todo el país califican de regresiva y de una involución al fallo de la TC y llama y convoca a los magistrados a “recuperar la dignidad del TC y su rol de garante de custodio de la Constitución”.
Como si esta visión tortuosa de la realidad y toda la tramoya de artilugios en que fundamentan los tres magistrados su fallo contra el Convenio 160 no fuera suficiente, días después dictaron otro fallo declarando improcedente la demanda de amparo a favor de la Comunidad Nativa de Santa Clara de Uchunya.
Pero para el TC y los tres magistrados señalados todo lo hecho no es suficiente. Han querido pasar a la historia vestidos de monjitas de caridad decretando la libertad de Alberto Fujimori Fujimori y provocando en el Perú otra guerra, esta vez política.
Entretanto, el cementerio mental de la mayoría de los políticos y del Congreso de la República, con excepciones contadas con los dedos de la mano, solo chilla la palabra vacancia, y el presidente de la república, Pedro del Castillo Terrones y su séquito de rentistas y parásitos del Estado, solo son capaces de pactar si es posible con el diablo para sobrevivir al asedio de las derechas cavernícolas.
La guerra militar de Rusia y Ucrania y la guerra política en el Perú están sembrando calamidades. Pero felizmente no hay mal que dure cien años ni pueblo que lo resista.