Un nuevo momento de reforma política

Existe la idea de que las reformas políticas son inútiles, de que solo vale la pena reflexionar sobre cambios sociales o económicos. Sin embargo, el neoliberalismo llevó adelante un gran cambio político, bajo condiciones de dictadura, en la década de 1990, que es el origen inmediato de buena parte de nuestros males. Hay necesidad, por lo tanto, si queremos transformar el país en un sentido democrático, de plantear una reforma política que haga posible los necesarios cambios económicos y sociales.

Pero es cierto también que las reformas políticas no se pueden realizar en cualquier momento. La ciudadanía debe tomar conciencia de su necesidad para que estas puedan producirse y sean exitosas. Ollanta Humala, en sus dos campañas electorales de 2006 y 2011, logró crear un momento constitucional pero rápidamente lo abandonó frente a las necesidades de llegar y luego permanecer en el poder. La repartija, como la bautizó el pueblo movilizado, ha sido un nuevo momento de esa conciencia, una clarinada frente al exceso de nuestra representación que consideraba que una vez elegida podía hacer lo que le viniera en gana. La indignación, sin embargo, es un primer paso, que puede caer en saco roto sino logra algunas de sus reivindicaciones. Hay necesidad de conseguir primero una reforma política que mejore nuestra representación y segundo una reforma de fondo, constitucional, que nos lleve a un nuevo acuerdo entre los peruanos para hacer viable la democracia.

El problema es que hasta ahora no superamos la etapa de la indignación. De parte del Congreso parece que estuvieran jugando a que la población se olvide y a que todo siga como antes. De parte de la sociedad civil, los únicos que se movilizan son los trabajadores que anuncian un paro nacional entre cuyas reivindicaciones está “una Nueva Constitución”, lo que es importante pero no suficiente. Es que en este tema no es fácil pasar de la indignación a la propuesta, más todavía cuando en la última campaña electoral tuvimos al candidato ganador que juntó la mayor parte de sus votos con la promesa del cambio constitucional y luego se olvidó del mismo. El Congreso de la República y el Presidente Humala juegan al olvido, nos toca entonces, a contracorriente de los que quieren entornillarse sin escuchar el clamor popular, promover el recuerdo y hacer una propuesta.

La reforma inmediata es la reforma política de las leyes de partidos y electoral, que permita que las elecciones no solo sean libres sino también justas. Esto es que todos los que quieran competir puedan hacerlo. Para ello, hay que facilitar el registro de nuevos partidos, darles la ayuda económica indispensable para funcionar y eliminar el voto preferencial para reemplazarlo por elecciones primarias abiertas a la ciudadanía. De esta manera, se dará más importancia a la voluntad popular que al dinero en un hecho crucial de la democracia como son las elecciones. Asimismo, esta primera reforma debe preparar el camino para una segunda que es la constitucional. Esta última es la reforma largamente aplazada, de la que casi todos huyen porque significa enfrentar al establecimiento neoliberal. La reforma constitucional permitirá un nuevo contrato social, esperamos que favorable al pueblo, para darle estabilidad en el largo período a la democracia peruana.

La mesa entonces está servida, toca a los actores ponerse a la altura de las circunstancias y demandar que se inicie el proceso para que nuestra democracia se profundice y no termine maniatada por los que se aprovechan de ella.

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