La falacia de la prosperidad eterna

El maestro Basadre se refería a la prosperidad falaz como el periodo en que el Estado peruano recibió enormes ingresos por la exportación del guano -allá por la segunda mitad del siglo XIX- pero que no fueron invertidos en industrializar al país, lo que nos llevó a la posterior dependencia del crédito externo y la consecuente bancarrota fiscal. A Pesar de que varios personajes de la época, como Manuel Pardo que fue Presidente del Perú, alertaron esto con sus ideas políticas en discusiones, artículos en revistas (La Revista de Lima 1859 – 1863), proyectos presentados en el parlamento y cátedras en la universidad en torno a: “dificultades para crear un mercado interno, vías de comunicación como solución principal a este problema, concepción de progreso e industrialización, medidas para las clases productoras en el crédito e integración”. Hoy, más de un siglo después, estamos casi en lo mismo.

Sin tomar en cuenta la historia, y siendo adicta al dogma del desfasado Consenso de Washington, la tecnocracia peruana y su prensa ayayera celebran el buen desempeño de la economía nacional que en agosto ha crecido 6.33%.

Es que a pesar del sombrío panorama mundial, el PBI sigue expandiéndose, afirman quienes no ven que estamos todavía en el auge económico, pero que el declive vendrá inexorablemente si no se hace algo por evitar el eterno boom-bust de la economía nacional.

Ese auge-declive se cumplirá una vez más porque los años de bonanza no se han traducido en avances sustanciales por infraestructura, diversificación productiva, calificación/educación y tecnología. Incluso se cerrará este periodo sin una industria petroquímica derivada de nuestra riqueza natural, porque las trasnacionales que lucran con el gas peruano durante los últimos dos gobiernos  no quieren dejar este importantísimo negocio.

Y cuando se les recuerda a los analistas y políticos neoliberales que seguimos siendo tan dependientes de la demanda internacional -pues más del 60 por ciento de las exportaciones son minería, y de ella depende más de la quinta parte del presupuesto nacional- nos dicen acalorados que el Perú viene creciendo en estos meses por el dinamismo de la demanda interna. Creen que con eso demuestran que todo va bien.

Se equivocan porque no hay políticas públicas dirigidas a promover el mercado interno. Predomina la inercia y arrastre de la apuesta primario-exportadora y cuando eso termine, también caerá el dinamismo del que se enorgullecen. El boom de la construcción, que hizo que los precios inmobiliarios no tengan nada que ver con los salarios y que la especulación campee en el sector, llegó a su techo y el fin de fiesta parece comenzar.

En efecto los salarios siguen en el piso, a pesar del incremento en 25% de la remuneración mínima del actual régimen, y el consumo sigue siendo alentado a punta de crédito de consumo. Seguimos siendo un país tremendamente desigual, al margen de los esfuerzos marginales que representan los programas sociales que apenas  hacen que algunos peruanos asomen la cabeza por la línea de la extrema pobreza cada mes al recibir su cash transfer. Y eso nos lo venden como la inclusión por la que la mayoría optó en las elecciones del año pasado.

Los bancos siguen haciendo de las suyas, con créditos caros, en lugar de tener un mercado de capitales en moneda nacional que haga que se esfume la restricción de financiamiento barato hacia la producción nacional.

No hay manejo macroeconómico serio, solo piloto automático. No decidimos que queremos comprar ni que vender al mundo. En lugar de prendas chinas y comida, deberíamos importar bienes de capital que nos sirvan para la industrialización. En lugar de vender piedras y gas, deberíamos exportar más manufacturas.

El Perú sigue siendo un país de necesitados y eso se notará más cuando la prosperidad falaz de estos años termine.

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