Los efectos de la desconexión entre la economía real y la economía financiera

Por: 

Alejandro Narváez Liceras

La creciente desconexión entre la economía real y la economía financiera ha sido un tema de debate constante en el mundo académico y empresarial durante décadas. Este debate se centra en cómo los mercados financieros, que deben apoyar la economía productiva, han tomado un carril propio, en muchos casos desvinculándose de la producción de bienes y servicios, el empleo y el bienestar económico general.

La cuestión de la relación entre la economía real (que incluye la producción y consumo de bienes y servicios, la inversión en infraestructura y el empleo) y la economía financiera (que se refiere a las transacciones de activos financieros, como acciones, bonos y otros productos de inversión) tiene sus raíces en el pensamiento económico clásico. Ya en la década de 1930, J. M. Keynes (1936) advertía sobre los peligros de una "economía de casino", donde los mercados financieros se volvían especulativos, en lugar de servir como un motor de inversión para la economía real. Esta preocupación se ha mantenido vigente, especialmente con la globalización y la liberalización de los mercados financieros en las últimas décadas.

Economía real vs economía financiera

Desde la perspectiva académica el debate se ha centrado en cómo los mercados financieros deben funcionar como un mecanismo para asignar eficientemente el capital hacia proyectos productivos. Sin embargo, muchos economistas, como Stiglitz (2019) y Piketty (2014), han argumentado que la desregulación y la búsqueda de ganancias rápidas han llevado a una especulación desenfrenada, lo que a menudo resulta en burbujas financieras y crisis que impactan negativamente a la economía real.

Según el enfoque empresarial, la desconexión entre la economía real y la financiera también genera tensiones. Las empresas productivas, que se enfrentan a desafíos como la productividad, la innovación y la creación de empleo, a menudo se ven afectadas por las fluctuaciones de los mercados financieros que no necesariamente reflejan sus fundamentos económicos. Un claro ejemplo de esto es la volatilidad en el precio de las acciones de empresas que cotizan en bolsa. A pesar de generar buenos resultados en sus operaciones, pueden ver caer sus valoraciones debido a factores externos y el sentimiento de los inversores.

Al mismo tiempo, el mundo empresarial ha sido un actor importante en la promoción de la economía financiera, ya que muchas corporaciones recurren a la emisión de acciones, bonos y otros instrumentos financieros para financiar su crecimiento. Sin embargo, la presión de los accionistas por rendimientos a corto plazo puede llevar a que las empresas se enfoquen más en mejorar su desempeño financiero que en realizar inversiones de largo plazo que beneficien a la economía real. 

En definitiva, la creciente desconexión entre la economía real y la economía financiera plantea uno de los desafíos más complejos del siglo XXI. Requiere una discusión profunda y acciones concretas para equilibrar la relación entre ambos sectores y asegurar que la riqueza financiera también contribuya al bienestar de la sociedad en su conjunto.

Los efectos de la desconexión 

La crisis financiera de 2008 puso de manifiesto esta desconexión de manera drástica, demostrando cómo una burbuja especulativa puede destruir la riqueza real y afectar el empleo, los ahorros de las personas y la estabilidad económica global. Desde entonces, las políticas monetarias de baja tasa de interés y estímulo cuantitativo (Quantitative Easing) implementadas por los bancos centrales han alimentado nuevamente a los mercados financieros, llevando a niveles históricos los precios de los productos financieros (acciones, bonos, etc.), mientras que la economía real ha mostrado un crecimiento muy modesto. Acemoglu y Robinson (2012) argumentan que las crisis financieras “revelan los peligros de una economía desequilibrada, donde el crecimiento del mercado financiero no refleja el desarrollo de la economía productiva”.

A diferencia de la economía productiva, que crea empleo y produce bienes y servicios que mejoran la calidad de vida de la gente, la economía financiera especulativa tiende a ser excluyente, beneficiando principalmente a aquellos que tienen acceso al capital y sofisticadas herramientas de inversión. Según el Banco Mundial (2021), el 80% de los empleos globales provienen de sectores de la economía real, mientras que la economía financiera representa un pequeño porcentaje de los empleos totales. 

El modelo económico de más mercado y menos Estado, ha generado un desequilibrio estructural, en el cual la economía real se ve subyugada por los capitales financieros. En tiempos de crisis, el impacto se multiplica: cuando estallan las burbujas especulativas, las consecuencias recaen principalmente en la economía real, afectando los empleos, el consumo y los ingresos de la población general. A largo plazo, este sistema basado en la especulación crea un crecimiento económico insostenible y una desigualdad que erosiona la cohesión social y la estabilidad política.

Por otro lado, la desconexión entre ambas economías afecta negativamente a la clase trabajadora y a la clase media. La falta de inversiones en la economía real se traduce en una menor generación de empleos de calidad y en salarios estancados. De acuerdo con Piketty (2014), además, el aumento en el costo de vida debido a la especulación financiera y a las políticas de austeridad implementadas por algunos gobiernos para equilibrar sus presupuestos afecta directamente el poder adquisitivo de los trabajadores. 

Algunas propuestas para mitigar la creciente desconexión

Regulación y Transparencia: Los gobiernos y organismos reguladores deben imponer límites más estrictos en el apalancamiento y en el uso de instrumentos financieros de alto riesgo. Además, la transparencia debe ser una prioridad, exigiendo a los inversores institucionales que revelen sus posiciones y estrategias de inversión para que los riesgos sean más visibles y gestionables.

Impuestos a las Transacciones Financieras: La implementación de un impuesto a las transacciones financieras, podría disuadir la especulación de corto plazo, reduciendo la volatilidad del mercado y promoviendo una inversión más estable y sostenible. Este tipo de impuestos, también conocido como impuesto Tobin, podría generar ingresos que se destinen a programas sociales de apoyo a los pobres.

Incentivos para la Inversión en la economía real: Los gobiernos pueden ofrecer incentivos fiscales y financiamiento a los inversionistas institucionales que destinen una parte de sus fondos a proyectos productivos en sectores clave de la economía, como infraestructura, energía renovable, salud y educación. Esto ayudaría a reorientar el capital hacia la creación de valor real y reducir la brecha entre la economía financiera y la economía real.

Algunas conclusiones

La divergencia entre la economía real y la financiera ha exacerbado la desigualdad. Mientras que una pequeña élite con acceso a los mercados financieros acumula riqueza, una gran parte de la población experimenta estancamiento en sus ingresos y oportunidades laborales limitadas. 

La desconexión entre los dos sectores económicos es uno de los desafíos más complejos del sistema capitalista actual. Este fenómeno no solo beneficia a una minoría mientras perjudica a la mayoría, sino que también aumenta el riesgo de crisis económica y social. 

La acumulación de riqueza financiera sin un aumento equivalente en el bienestar económico de la mayoría de la población puede llevar a la frustración social y la pérdida de confianza en las instituciones. En última instancia, un sistema económico equilibrado y justo requiere de una economía financiera que apoye y complemente a la economía real. Solo así se podrá construir una sociedad más equitativa y resistente a los choques económicos. 
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(*) Es Doctor en Ciencias Económicas y Profesor Principal de Economía Financiera en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
(**) Este articulo también puede leerse en: www.alejandronarvaez.com