La Amazonía en el día mundial del agua
Róger Rumrrill
El 22 de marzo, se celebra el Día Mundial del Agua y como todas las celebraciones que tienen que ver con los bienes de la naturaleza, sobre todo agua y biodiversidad, más que un día de celebración debe ser un día de reflexión, de mea culpa, de arrepentimientos, de cambios y transformaciones en la mentalidad y la conducta humana con relación a la Madre Naturaleza.
Porque mientras nos preparamos a celebrar ese día, los organismos mundiales han declarado en estado de alarma la situación del planeta Tierra, señalando que las cuatro mayores amenazas que se ciernen sobre nuestro hogar terrestre y la especie humana son los eventos climáticos extremos, los cambios críticos en los ecosistemas terrestres, la pérdida de la biodiversidad y un posible colapso ecosistémico y la cada día mayor escasez de recursos naturales. Sobre todo, del agua.
Mientras nos aprestamos a celebrar la existencia de ese líquido vital e irremplazable para la vida, las cinco mayores petroleras del mundo, de acuerdo a Global Witness, BP, Shell, Chevron, Exxon Mobil y Total Energie, que han ganado con la guerra de Ucrania 281 mil millones de dólares, han recibido subsidios para seguir invirtiendo en la explotación del combustible fósil, el petróleo, la causa y origen principal de calentamiento global y el derretimiento de los glaciares del planeta.
La lista de acciones, iniciativas, decisiones y hechos que el hombre está realizando en este momento para destruir su hábitat son interminables, alucinantes e imposibles de entender y lo que confirmaría la frase de un filósofo europeo que dice que el “hombre es una única especie que corta el árbol donde vive”.
En efecto, es la única especie que destruye por puro egoísmo, angurria, ambición, inmoralidad, inconciencia y diría estupidez y ceguera su hogar, la Tierra. El mayor ejemplo de esta inmensa estulticia lo acaba de dar el Congreso de la República que ha modificado la Ley Forestal y de Fauna No. 31973, los artículos 29 y 30, abriendo las puertas del arrasamiento de los bosques amazónicos y también las propuestas de construcción de carreteras en la Amazonía, sin previos estudios técnicos sobre todo de impacto ambiental.
Quienes alientan e inventan leguleyadas, trafican y destruyen el bosque amazónico están, como ha dicho el experto Sergio Ferrari, cometiendo un genocidio ecológico, porque el bosque amazónico es, todavía, la mayor fábrica de agua dulce del mundo.
El agua, los glaciares y la vida en la tierra
El agua es, sin ninguna duda, el recurso más valioso del planeta Tierra. Un recurso irremplazable que se está agotando gota a gota.
Los estudios científicos estiman que el volumen de agua en la Tierra es de 1,400 millones de kilómetros cúbicos. De ese total, 97.5 por ciento es agua salada, el 2.5 por ciento es agua dulce. Se afirma que de ese 2.5 sólo nos resta el 1 por ciento de ese líquido vital que el 70 por ciento se utiliza en la agricultura, el 20 por ciento en la industria y el 10 por ciento para el consumo humano y doméstico.
La Amazonía, lo repiten los científicos hasta el cansancio, entre ellos el Dr. Ricardo Giesecke, destacado físico y experto ambiental, es la mayor fábrica de agua dulce del mundo. Cada árbol amazónico produce y arroja al espacio mediante la evapotranspiración, mil litros de agua cada día. Esas aguas en forma de nubes, son empujados por los vientos alisios del Atlántico hacia la Cordillera de los Andes donde, al chocar con las montañas, se convierten en lluvia y luego en glaciares.
Los glaciares son los mayores reguladores del agua y los que proveen del recurso hídrico a los ríos, lagunas, puquiales y bofedales en la Costa y los Andes. Sin esas aguas no habría vida.
Pero estos glaciares se están extinguiendo por el calentamiento atmosférico. El Dr. Vinio Flores, miembro de la Asociación Peruana de Ingeniería Hidráulica (APIHA) afirma que el 50 por ciento de los glaciares han desaparecido en los últimos 60 años en nuestro país. Sólo entre 2016-2020 se han extinguido en el Perú 175 glaciares. Y esta catástrofe ocurre en todo el planeta con devastadoras consecuencias para la vida en la Tierra.
La cada vez más escasa dotación de agua -que los genocidas ecológicos ya lo han mercantilizado convirtiéndole en un producto de la bolsa de valores- causa dramas y tragedias inconmensurables en el mundo. En el África Subsahariana no tienen acceso al agua potable 340 millones de personas; se estima que, en 2030, el 67 por ciento de la población mundial no tendrá servicios de saneamiento; el 80 por ciento de las enfermedades que azotan a los países pobres tienen una relación directa con la falta de agua.
El agua y el bosque amazónico
Los científicos han calculado que la cuenca amazónica genera el 20 por ciento del agua dulce del planeta. Sólo la Amazonía tiene aún el 97 por ciento del agua disponible del Perú y, nuestro país, es el octavo del mundo con más agua.
Pero los genocidas ecológicos están haciendo lo imposible para terminar con esta maravillosa riqueza, con la destrucción del boque.
Sólo en la última década, en la cuenca amazónica se han perdido (estudios de FOSPA, REPAM Y ANA) 870 mil kilómetros de bosque amazónico y están en estado de deterioro 1’036,080 kilómetros cuadrados. Causas: deforestación, incendios, contaminación de las aguas y suelos por agroquímicos, narcotráfico, hidrocarburos, monocultivos de soya, palma aceitera, ganadería y expansión de la frontera agropecuaria y la minería aurífera.
La minería aurífera, legal, ilegal e informal está originando una verdadera catástrofe ambiental en la Amazonía peruana. Con un precio de 2000 dólares la onza troy (28 gramos) que, en los ochentas del siglo XX, costaba 100 dólares, el oro aluvial amazónico es ahora una auténtica quimera y una ilusión que ha provocado el éxodo de decenas de miles de peruanos de los Andes y la Costa hacia la Amazonía.
De acuerdo a un reciente pronunciamiento de los ocho Vicariatos de la Amazonía, 20 ríos amazónicos están capturados por los mineros ilegales. Además, es una actividad, asociada al narcotráfico, tráfico de tierras, de personas y al crimen organizado y, lógicamente, a la destrucción ambiental: la minería aluvial erosiona e infertiliza las tierras aluviales, la várzeas, las más fértiles de la Amazonía, deforesta miles de hectáreas de bosques y envenena los ríos, quebradas lagos y a toda la biomasa pesquera con mercurio, aceites, gasolina y otros combustibles fósiles.
Increíblemente y como una asombrosa paradoja, el metal precioso, el oro, que es una garantía del sistema capitalista en tiempo de crisis y sirve de ornamento a las diosas de la India y de lujo a los ricos, es el metal que está destruyendo la Amazonía. De acuerdo al experto José de Echave, de CooperAcción, los mayores compradores de oro del Perú son Canadá, India y Suiza y la exportación entre los años 2015 y 2019 fue de 720 toneladas. Pero en ese mismo período se exportó 2,242 toneladas sin registro. Es decir, oro ilegal a costa de la devastación de la naturaleza.
¿Qué hacer frente a este apocalipsis que amenaza al río Amazonas y a sus bosques que son todavía la mayor fábrica de agua dulce del planeta Tierra?
Porque para la mayoría de los científicos y expertos, entre ellos el brasileño, Carlos Nobre, la Amazonía está llegando “a un punto de no retorno”. El más importante climatólogo brasileño ha planteado algunas medidas de emergencia sin las cuales será imposible salvar el bosque amazónico y el agua: deforestación cero, evitar la degradación de los bosques, cambiar el modelo agrícola y crear una nueva economía amazónica, aprender de las poblaciones indígenas, la selva en pie, innovaciones tecnológicas y demostrar que la biodiversidad puede generar una economía más potente y sostenible que las economías extractivas.
Tal como hemos afirmado en muchas ocasiones, una de las soluciones en la Amazonía peruana es cambiar el modelo-extractivo mercantil y primario-exportador por una bioeconomía y una economía circular. Porque el modelo extractivista es una verdadera fábrica de pobres y una máquina trituradora de la naturaleza. Pero no sólo se trata de cambiar el modelo extractivo, sino también la concepción antropocéntrica del sistema y de la naturaleza.
En el caso del Brasil, la deforestación en la Amazonía ha reducido las precipitaciones en 48 por ciento, poniendo al borde del fracaso todo el agronegocio brasileño estimado en más de 140 mil millones de dólares anuales de producción de café, carne de vacuno, caña de azúcar, soja, naranja y otros monocultivos.
Luciana Gati, del Instituto de Investigación Espacial del Brasil (INPE) afirma que el modelo de agricultura brasileña está en camino al colapso a causa de la deforestación y el cambio climático.
El Dr. Ricardo Giesecke, ex ministro del Ambiente, ha planteado la idea de declarar una moratoria del bosque amazónico peruano e, incluso, entregar su cuidado y vigilancia a las Fuerzas Armadas porque el bosque es un bien público, como el agua; avanzar en la Amazonía en el ordenamiento territorial y dejar de usar petróleo a partir del año 2030.
El Día Mundial del Agua, debe ser un día de reflexión, de toma de conciencia de que nuestra “Casa Común”, como llama el Papa Francisco a la Tierra, está en el límite de su sostenibilidad a causa de la “gran desmesura antropocéntrica de la modernidad” como señala el mismo Sumo Pontífice en su reciente encíclica Laudate Deum.
Que sea un día en que revisemos y pongamos en cuestión todas las falacias del llamado desarrollo y modernidad a costa de la vida. Porque la modernidad occidental -lo repito una vez más- es analfabeta. Porque ya no sabe leer el gran libro de la naturaleza. Peor que eso: lo está destruyendo, incendiándola y convirtiéndola en cenizas.
Defendamos a Gaia, a la Tierra. No esperemos que, en el futuro, ante nuestra indiferencia, mudez y temor, nuestros hijos, repitan esta durísima frase del gran escritor y pensador francés Albert Camus: “Los desprecio, porque pudiendo tanto se atrevieron a tan poco”.