La verdad de la Comisión, una respuesta
Joseph Dager Alva, Historiador y Vicerrector Académico de la UARM
Hace muy poco, el pasado 14 de setiembre, el doctor Carlos Contreras, reconocido historiador, investigador y profesor universitario, publicó en las páginas de El Comercio, su balance sobre el Informe que produjo la Comisión de la Verdad (CVR) al estar conmemorando 20 años de su entrega a las autoridades estatales.
Lo primero que debo destacar es que Contreras reconoce como un mérito de la CVR la firmeza con la que señaló a los grupos subversivos como los principales responsables de la violencia. Igualmente, no escatima elogios a la seriedad con la que la Comisión asumió la paciente y escrupulosa labor de consulta de documentos y ordenación de testimonios (casi 17 mil) que permitió, finalmente, la reconstrucción de lo acontecido en el período. Esfuerzo en el que participaron los comisionados, investigadores, analistas, asistentes y muchos, pero muchos estudiantes universitarios; trabajo intelectual sin parangón en nuestra historia republicana.
Pero pareciera que allí acabarían los méritos de la CVR. Sucede que, apelando a la realidad irrefutable de que las verdades históricas son producto de la interpretación y de su propia historicidad, Contreras pretende confinar a la categoría de “una versión de los hechos” el impresionante trabajo de la Comisión de la Verdad, los 9 tomos del Informe, sus anexos, la enorme masa documental reunida. Se pregunta entonces: ¿hay verdad en la Historia? Y casi que provoca contestar con otra pregunta: ¿Cómo no la habría? En Historia claro que hay verdad, si no la hubiese, qué sentido tendría nuestro quehacer intelectual, para qué investigaríamos lo ocurrido. Otra cosa distinta es que toda verdad histórica tenga algo de subjetiva, y que -casi- ninguna tenga la condición de inmutable.
En efecto, hoy los historiadores ya no suscribimos el realismo ingenuo que creía posible reconstruir el pasado “tal cual fue”, según la máxima rankeana y metódica. Hoy sabemos que toda verdad histórica tiene estrecha relación con la interpretación del historiador, pero ello no es igual a creer que mis opiniones sobre los hechos o mi perspectiva sobre lo acontecido sea una verdad, “mi verdad”. Una verdad histórica no es sólo opinión, perspectiva o versión.
La verdad que nos alcanza la Comisión de la Verdad es una verdad histórica, historiográfica, producto del monumental y riguroso trabajo de acopio e interpretación que tanto valoró Contreras. Pero no es una verdad con mayúscula. Tal vez eso quiso subrayar el profesor Contreras. ¿Cuándo dice “versión” quiso decir verdad con minúscula? Pero, no es lo mismo. Una verdad con minúscula no es una “versión de los hechos”. Toda verdad científica, toda verdad del comprender es una verdad con minúscula, ni siquiera sólo la histórica, toda verdad es susceptible de ser perfeccionada, o eventualmente cambiada. Pero, ello no quiere decir que sea una verdad relativa, pues no hay aquí un referente absoluto al cual mirar. Las verdades con minúscula son verdades; no versiones.
Los historiadores somos hoy conscientes, como dice la hermenéutica, que, al hablar de verdad, hablamos del itinerario de la verdad, el camino a la verdad. En esa ruta, iremos obteniendo verdades con minúscula, unas matizarán a otras, las enriquecerán; otras reemplazarán a unas antiguas, pero todas serán verdades con minúscula, y ello no las hace ni menos válidas ni endebles. Y mucho menos las hace una “versión de los hechos”. Hoy en el ámbito académico o científico no nos es posible hablar de verdades con mayúscula. Ésas son nuestras condiciones de posibilidad del acceso a la verdad. No es relativismo porque no hay otro tipo de verdad que podamos desocultar, ni en historia, ni en el comprender humanista, ni en el saber científico; y si me apuran, ni en la vida misma.
¿Hay algún método que pudiera convertir una verdad en minúscula en verdad en mayúscula? Si hubiera esa maravilla ni aún el gran Gadamer logro hallarlo. Reconocer que llegamos a verdades con minúscula no es relativizar el conocimiento; no es restarle importancia al método, a la heurística; es sólo ver cómo suceden en realidad las cosas. Pero equiparar una verdad a una “versión de los hechos” es ponerla en el lado de la opinión. En el fondo es deslegitimarla, aunque quizás no sea la intención. Una verdad no es opinión o parecer. La hermenéutica no da carta abierta a la politiquería para que pase por verdad sus intereses, o sus versiones libres que no toman en cuenta los hechos.
Está en el marco de las posibilidades, que aparezcan otras verdades con minúscula respecto de la verdad que nos ha ofrecido el Informe de la CVR. Podrían ser alternativas a la interpretación eje, pero tal vez lo más probable es que profundicen la verdad ya entregada, que la completen, precisen o maticen. Si nuestro presente nos urge con nuevas preguntas sobre el período de violencia, se puede responder con un esfuerzo de acopio documental similar al ya hecho por la Comisión, y con nuevos ojos investigar allí. O más fácil, sumerjámonos en ese regalo inmenso que es el archivo que reunió la CVR. Y entonces interpretemos de modo diferente en ese corpus documental, pero con método, con heurística, con contexto. Si eso hacemos, el resultado sí que será distinto de versión. Aún en tiempos posmodernos, es preciso distinguir, doxa de episteme.
Que el racismo, o la discriminación, o el desprecio cultural, afectaron profundamente el desarrollo de nuestra República, obstaculizando la consolidación plena de nuestra democracia, no es una “versión de los hechos”. No es un parecer. No es “culpa limeña” ni “autoflagelación católica”. Es una constatación casi diaria, observable en un sinnúmero de hechos históricos, es pues una verdad. Basta ver lo que declaran actualmente algunos lideres políticos o empresariales sobre la protesta social de fines del 2022 e inicios del 2023, para darnos cuenta de su marcada presencia. Si leemos, con la luz de las conclusiones de la CVR, la violencia social en las mencionadas protestas, observaremos lo reluciente de sus verdades, pues hubo violencia en los que protestaban y en los que reprimían, en especial en los últimos. Muchas de las muertes no tienen por explicación la legítima defensa. Organismos internacionales llegaron a usar el término “masacre”.