Olvidando el lugar de la Memoria
Fernando de la Flor A.
El año 1980, Sendero Luminoso le declaró la guerra al Estado. Durante más de dos décadas, el Perú estuvo al borde del colapso institucional. Mucho se ha escrito, y más se ha dicho, acerca de ese fenómeno demencial. No es el caso, ahora, repetir lo que ya conocemos, porque lo vivimos o porque nos lo contaron. Lo relevante es que esa “locura” terminó.
Empezó luego el proceso de recapitulación: qué pasó, por qué, cómo, cuándo, dónde, fueron las preguntas que respondió la denominada Comisión de la Verdad y Reconciliación. Era necesario –indispensable se diría – saber lo que sucedió.
Desde el lado de la literatura, los aportes han sido variados y relevantes: Abril Rojo, novela de Santiago Roncagliolo (ganadora del premio Alfaguara 2006); La hora azul, de Alonso Cueto (ganadora del premio Herralde 2005), y Un lugar llamado Oreja de Perro, obra de Iván Thays (finalista del premio Herralde 2008), son algunas de las novelas que, desde la ficción creativa, abordan, descarnadamente y con crudeza, los sucesos que ocurrieron en la realidad durante esos aciagos momentos en el país. En estos días, Alonso Cueto ha presentado su nueva novela –La pasajera– relatándonos historias indeleblemente tristes, derivadas de esa guerra absurda. No obstante su invención (de eso se trata la literatura), todos sabemos que las historias que nos cuenta cada una de tales obras, con personajes ficticios, ocurrieron, sucedieron en los hechos.
La idea central del informe final de la Comisión de la Verdad y de dichas creaciones literarias, es que jamás vuelva a suceder lo que ocurrió. Por eso, en homenaje a ese deseo –que debiera ser decisión – se concibió el denominado Lugar de la Memoria.
Recientemente estuvo en el país en visita de Estado, el presidente de Alemania, Joachim Gauck, especialmente para inaugurar el Lugar de la Memoria. Debe saberse que Alemania financió, aportando varios millones de euros, la construcción de este importante monumento, que se yergue macizo, imponente, mirando al mar, en el acantilado de la Costa Verde que divide los distritos de Miraflores y San Isidro.
El Lugar de la Memoria debiera ser un tributo al recuerdo, un homenaje al desgarro, un reconocimiento de las cosas que, aún crueles y penosas, deben recordarse para no olvidarse; enfrentarse para no escindirse, vivirse para no huir de ellas. Se trata de que lo sucedido no vuelva ocurrir.
Sintomático: el presidente de Alemania asistió a la inauguración y no fue recibido por ninguna autoridad oficial del Perú. Estaba en visita de Estado, era su invitado especial, pero ninguna autoridad –léase bien – ningún representante del gobierno peruano estuvo en la ceremonia.
Más sintomático aún: fue la inauguración del monumento, del edificio, de lo construido; no de lo ocurrido, no del recuento de lo sucedido, de los niveles de horror, crueldad e insania que envolvió veinte años de nuestra historia. No había – hasta donde se ha conocido – habilitación, muestra o exhibición que mostrara, mediante un guión museográfico, conceptual e inteligentemente concebido (sobra la materia para ello), nada de lo acontecido. Y es que - según ha trascendido - el Estado no ha aportado ningún recurso, no ha realizado esfuerzo alguno (todo pareciera indicar que no lo tiene), destinado a cumplir su parte de instalar todos los elementos que le den sentido a la Memoria que se requiere, entendida ésta - en su acepción más sentida –como la potencia del alma por medio de la cual se recuerda el pasado.
El desconcierto de Alemania (con su conocida experiencia derivada del nazismo), ante esta ausencia, frente a este desgano oficial, debe haber sido magnifico e incomprensible: la finalidad del Lugar de la Memoria, no se está cumpliendo, se está olvidando.
Pero es típico del Perú: ante la constatación de un hecho desgarrador como el que originó el fenómeno terrorista y la necesidad de restañar las heridas, no ocultándolas sino enfrentándolas, se plantea ejecutar el Lugar de la Memoria, se construye el monumento y cuando corresponde que el Estado haga lo suyo, concurren, al unísono, coincidentes, como revelando su carácter, el desinterés, la falta de compromiso, el silencio.
El Lugar de la Memoria, con todo lo que representó la iniciativa, después de lo que ha pasado, es un revelador ejemplo de nuestra idiosincrasia.
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