El “negacionismo”: una ideología reaccionaria
Alberto Adrianzen M.
“La verdad y los hechos están amenazados”. La frase pertenece a la historiadora norteamericana Deborah Lipstadt especialista en el holocausto judío durante la segunda guerra mundial. Lipstadt fue el personaje central de la película “Negación” que cuenta la historia del juicio que enfrentó cuando David Irving, historiador inglés y “negacionista” del holocausto, la acusó de “calumnia”. La historiadora norteamericana, curiosamente, tuvo que demostrar con pruebas y evidencias que el holocausto existió y que, por lo tanto, lo que decía Irving no solo era falso, sino que esa postura era consecuencia de su admiración por Hitler y el fascismo.
Sin embargo, Lipstadt no se quedó ahí. Sostuvo también que el “negacionismo” se basa en un revisionismo de la historia disfrazado de académico que al modificar conscientemente los hechos y las evidencias se negaba a aceptar lo que “era innegable”. Por eso también sostiene que una cosa es un punto de vista que deviene de una postura ideológica y otra es la verdad de los hechos. Lipstadt, por otro lado, añadía que el “negacionismo”, sobre todo en esta época, estaba asociado al rol preponderante de los medios de comunicación que pueden convertir una mentira en una verdad, es decir, lo que hoy se llama la “postverdad”. También podemos definir el “negacionismo grupal”, como afirma Michael Spector, cuando “todo un segmento de la sociedad, a menudo luchando con el trauma del cambio, da la espalda a la realidad en favor de una mentira más confortable”. Estamos en la época la “postverdad” y de las “mentiras más confortables”.
Por eso el “negacionismo” no solo tiene que ver con el holocausto judío o Shoá o con el genocidio armenio en 1915 por los turcos, sino también, por ejemplo, con negar la existencia del cambio climático pese las evidencias científicas o negar la importancia y necesidad de las vacunas para prevenir determinadas enfermedades, o negar bajo argumentos religiosos la igualdad entre los géneros.
Esta corriente “negacionista” en nuestro país, se podría decir, que hizo su debut cuando la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) publicó en el 2003 su famoso informe sobre los años de la violencia en el Perú (1980-2000). Como muchos saben o recordarán, cuando se publicó este informe algunos no solo criticaron su contenido, algo que es normal, aceptable y respetable, sino que otros comenzaron a negar hechos sobre los cuales había evidencias. Uno de ellos fue que no existió una violación sistemática de los derechos humanos por las fuerzas del orden, es decir, que no existía un mismo patrón de comportamiento en la lucha antisubversiva y que por lo tanto, no existió una política de Estado sino más bien hechos aislados; también negar el número de víctimas -que mayoritariamente eran quechuahablantes- con argumentos nada serios. En estos últimos días hemos tenido la confirmación, gracias a una sentencia del poder judicial, que en el cuartel Los Cabitos, en Ayacucho, no solo fueron asesinados 53 campesinos, sino que, además, existió, algo que se negó siempre, un horno crematorio para desaparecer a las víctimas.
En este contexto hace unas semanas ha sido publicado el libro de María Cecilia Villegas “La verdad de una mentira (El mito de las esterilizaciones forzosas)” que trata sobre la política de esterilizaciones durante el gobierno autoritario de Alberto Fujimori. El libro de Villegas en un tono académico afirma que, si bien hubo una política de Estado respecto a las esterilizaciones, las forzosas y aquellas que se hicieron sin consentimiento, fueron hechos ajenos al programa y episódicos, es decir, un mito, inventado por los grupos izquierdistas y feministas.
Y si bien las críticas de Salomón Lerner Febres, Francesca Denegri, Camila Gianella, Christina Ewig, Aída García Naranjo, Juan Pablo Murillo, Mirko Lauer, Susana Chávez y otros, me parecen correctas ya que apuntan, con argumentos sólidos, a desmitificar la “verdad” de Villegas -Susana Chávez (Otra Mirada: 21/08/17), por ejemplo, afirma que el Perú fue uno de los cinco países a nivel mundial “donde se evidenció la violación de la Enmienda Tiahrt, establecida en el marco del acuerdo entre USAID y el Ministerio de Salud, al demostrarse que la oferta forzosa de la AQV venía con incentivos (ropa, trabajo, alimentos, etc.”, como también “con perdida de apoyo alimentario, si se negaban a aceptar dicho método”-, lo que me parece igualmente importante es decir que no es la primera vez que Villegas arremete en contra de lo que llama los mitos creados por la izquierda.
En un artículo de su autoría, publicado años atrás en el diario Correo (14/09/13), afirma lo siguiente: “En el Perú durante los años que vivimos bajo la violencia murieron alrededor de 23,969 personas…Nosotros permitimos que una Comisión de la Verdad y Reconciliación escribiera una historia sin consultar siquiera con quienes lucharon contra el terrorismo. Los militares y policías. Permitimos que la izquierda, prima hermana de Sendero y del MRTA, controlara la CVR y que nos dijera que el Estado peruano ejecutó una política sistemática de violación de Derechos Humanos. Permitimos una agenda política de izquierda. Permitimos que una ideologizada Comisión Interamericana de Derechos Humanos nos obligara a construir un monumento, donde al lado del nombre de las víctimas del terrorismo, colocamos el nombre de los terroristas”.
Como sabemos, es otra la verdad. Aquí solo señalaré algunos puntos. Según la CVR las víctimas mortales fueron alrededor de 70 mil personas. De esa cantidad, un poco más de 20 mil estaban identificados con sus dos apellidos. Otro tanto, con un solo apellido. Para certificar la muerte de una persona con un solo apellido se requería de tres testigos. A ello hay que agregar, según la CVR, los ocho mil desparecidos (hoy la fiscalía habla de 15 mil desaparecidos). El número restante de víctimas para llegar a 70 mil se obtiene mediante un método estadístico que otras Comisiones de la Verdad han aplicado en diferentes países. De otro lado, la CVR sí entrevistó a militares y policías, en especial a los generales de los comandos político-militares de las zonas de emergencia, asimismo a otros oficiales, como también a soldados que se presentaron voluntariamente ante la Comisión para dar su testimonio. Asimismo, el monumento que está ubicado en el Campo de Marte, en el distrito de Jesús María, no fue ni una imposición de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ni hecho con dinero del Estado peruano sino más bien con el saldo que quedó de las donaciones externas para el proceso de la CVR, en especial el aporte de la Cooperación alemana que también contribuyó significativamente en la construcción del Lugar de la Memoria.
Y, por último, es una falsedad decir que la CVR, creada durante el gobierno del presidente Valentín Paniagua con el voto individual y secreto de cada miembro del gabinete de aquel entonces, haya estado integrada por “primos hermanos” del senderismo y del MRTA. Es difícil imaginar que el padre Gastón Garatea, Salomón Lerner Febres, Carlos Iván Degregori, Beatriz Alva, Carlos Tapia, Rolando Ames, el Gral. Luis Arias, Enrique Bernales, Sofía Macher, entre otros, hayan tenido inclinaciones prosenderistas o a favor del MRTA. Más aún cuando el propio informe de la CVR señala a Sendero Luminoso como el principal responsable de la violencia y de haber cometido la mayor cantidad de crímenes.
Queda claro que el mismo tono y orientación de este artículo de María Cecilia Villegas se reproduce, palabras más o palabras menos, en su reciente libro. Y ello tiene que ver no solo con la negación de los hechos y revisión de la historia, sino también con su postura de no preguntarse por qué las víctimas, sean en la época de la violencia o de las esterilizaciones, son siempre los más pobres e indígenas quechuahablantes en este país. El “negacionismo” además de negar los hechos, es también la negación de los otros, es decir, de las víctimas, como sucede en el debate sobre el holocausto.
Se podría decir que María Cecilia Villegas es parte de esta corriente “negacionista”, que se presenta con un lenguaje académico, de la que nos habla la historiadora Deborah Lipstadt y que busca, con un discurso sobre una “nueva verdad”, construir una lógica de dominación cultural mediante “mentiras confortables” para un sector social. Dicho con otras palabras, María Cecilia Villegas está más cerca del historiador inglés David Irving que niega el holocausto, en este caso no por sus simpatías hacía Hitler y el fascismo, sino más bien por su obvia admiración por Alberto Fujimori y el fujimorismo. El debate sobre quién escribe la historia si los vencidos o los vencedores, creo, está abierto.
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