El progresismo latinoamericano en perspectiva
Fernando Villarán*
Luego de más de cuarenta años de aplicación del modelo económico neoliberal en América Latina, muchos gobiernos de derecha pura y dura que lo implementaron y el apoyo incondicional de Estados Unidos, el avance de la izquierda en la región es innegable. Los triunfos de Luis Arce en Bolivia, Gabriel Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia, y el probable triunfo de Lula da Silva en Brasil, no dejan ninguna duda. Se suman a los de Manuel López Obrador en México y Alberto Fernández en Argentina. Con algunas reservas, también podríamos incluir en este grupo el triunfo de Pedro Castillo en Perú.
Correspondería realizar un balance sobre el fracaso del modelo neoliberal en la región, responsable en buena medida de estos cambios, pero por el momento voy a seguir la línea de reflexión de tres importantes artículos publicados recientemente por Otra Mirada, los de Nicolás Lynch, José De Echave y Eduardo Gudynas, que califican e intentan explicar estos triunfos.
Empecemos con la calificación de los mismos: Lynch lo llama “el avance imparable de la izquierda en la región”, De Echave lo llama “el nuevo ciclo progresista en AL”, y Gudynas enfatiza la “diversidad de los progresismos”, comparando las propuestas de Petro y de Lula.
Hay evidentes tomas de posición en estas calificaciones. Si miramos al espectro de opciones que existen en este campo de la política, de más a menos radical, tenemos a: el comunismo, el socialismo, la izquierda, el progresismo y la centro izquierda. Dos autores ubican estos triunfos en el campo del progresismo y uno en el campo de la izquierda: es decir, en posiciones menos radicales.
En términos de la vieja discusión de la izquierda mundial, estos movimientos triunfantes se ubican claramente en el campo de las reformas y no en el campo de la revolución. Aceptan el capitalismo y a los capitalistas, practican las reglas de juego de la democracia y las elecciones, y están dispuestos a perderlas una vez en el poder, abrazan los derechos humanos con entusiasmo, defienden un Estado promotor y redistribuidor, tienen una postura ética de hacer lo que prometen, y afirman la identidad latinoamericana y las culturas propias.
Cabe una primera gran conclusión: estos triunfos significan un duro golpe a las posturas más radicales, sectarias, dogmáticas, excluyentes, que han poblado y siguen poblando a la izquierda en la región. Las desastrosas gestiones de los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua son también una expresión de este fracaso.
Hasta aquí podríamos decir que estamos más o menos de acuerdo con los autores de los artículos mencionados. Las discrepancias surgen cuando, sobre todo Gudynas y en menor medida De Echave, intentan establecer una división entre las diversas opciones progresistas. No es que no existan diferencias, que, por supuesto existen, y en buena hora; sino, por el tipo de diferencias señaladas.
Dividen a los gobiernos progresistas en dos: Pro Petro y Pro Lula. Los gobiernos que siguen a Petro son fieles partidarios del desarrollo sostenible, y los gobiernos que siguen a Lula son impulsores del extractivismo de minerales y petróleo. Esta división entre los gobiernos progresistas pierde de vista el tema central que los relaciona y que es la principal fuente de su éxito: la unidad nacional. El que mejor presentó el tema fue Petro: en Colombia no sobra nadie. El que la aplicó en la práctica fue Lula, cuando, durante su gobierno, Brasil tuve el mejor desempeño económico de América Latina, la mayor disminución de la pobreza, la mayor reducción de la desigualdad, así como elevadas utilidades de las grandes empresas, todo el mismo tiempo. Es decir, Lula forjó la unidad nacional en la práctica, haciendo que durante su gobierno todos ganen: los trabajadores, el pueblo, los empresarios y el Estado.
Y esto me lleva a poner en evidencia, algo que los tres autores se olvidaron de mostrar (quizás justificadamente porque estaban mirando a la región): al elefante del circo económico mundial, China. Nos guste o no, China es el gobierno de izquierda con el mejor desempeño económico y social en la historia de la humanidad: 10% de crecimiento promedio durante 30 años consecutivos, rescatando, en ese período, a 800 millones de personas de la pobreza. Estos logros se deben a las políticas de Deng Xiaoping, que abrió su economía al mundo, impulso el mercado, promovió la diversificación productiva, la industrialización y las exportaciones. El secreto: invertir en conocimiento, en mejores universidades, en ciencia y tecnología, atraer la inversión extranjera más avanzada y asimilar (copiar) su tecnología, creando una propia. Cuando Deng le dijo a su pueblo: “aprovechen el mercado, háganse millonarios”, estaba dándole un espacio a los grandes capitalistas en la nueva China; espacio que cerró la revolución cultural de Chiang Ching y la banda de los cuatro, reviviendo la vieja tesis marxista de los “enemigos de clase”. La clave del éxito actual: la unidad nacional, en la que todos ganan.
El modelo neoliberal, en América Latina y el mundo, excluyó a las mayorías de una educación de calidad, de la salud, de una jubilación digna, del trabajo bien remunerado y con derechos, permitió y alentó la informalidad generalizada, mantuvo el modelo primario exportador, depredó la naturaleza, y en alianza con los conservadores marginó a las mujeres, a los jóvenes y a los gay. Pero, así como en el pasado no funcionó del todo: los explotados nos unimos contra los explotadores, ahora tampoco está funcionando: los marginados nos unimos contra los marginadores.
En estos días, el salto cualitativo es que los candidatos progresistas plantean la unidad nacional, con todos, como Petro; a diferencia de la derecha que quiere eliminar a los disidentes y meterlos a la cárcel (en el Perú, en plena campaña, en mayo de 2021, el candidato de ultra derecha López Aliaga, propuso en un mitin matar a su rival Pedro Castillo). Y una vez en el poder, gobiernan para todos, como José Mujica y como Lula. Esta es la forma como el progresismo llega al poder y se mantiene en él, para el beneficio y el bienestar de las mayorías marginadas, que son su primera prioridad y su razón de ser, pero también para beneficio de todos. ¿Suena utópico?; no, si apuestas por el conocimiento, la educación, la ciencia, la tecnología, la innovación y el emprendimiento.
La discusión entre el desarrollo sostenible y el extractivismo, que plantean Gudynas y De Echave, puede verse como parte del necesario debate nacional sobre las estrategias de desarrollo que los gobiernos progresistas deben liderar y promover en sus respectivos países, y también a nivel de América Latina, entre todos los actores económicos y sociales. Algunos países pondrán mayor énfasis en el carácter sostenible de su desarrollo, otros en la industrialización, o en las energías renovables, el valor agregado a sus recursos naturales, en los programas sociales, el pleno empleo, u otras opciones posibles. Estas no deben ser vistas, por tanto, como campos enfrentados, sino como matices y complementos a sumar, hilvanar y lograr. No nos olvidemos que América Latina es la cuna de la mega diversidad biológica y cultural, la que también podría extenderse al campo político y económico.
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* Fernando Villarán. Ingeniero y economista, profesor principal de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM), y director de la Asociación Educativa Economía y Política Contemporánea (EPC).