¿Qué papel cumple Pedro Cateriano en el gobierno de Vizcarra?
Nicolás Lynch
Pedro Cateriano no es nuevo en política. Destaca por fiel a su credo proempresarial y a sus concepciones de derecha. Como integrante de Libertad, el partido liberal liderado por Mario Vargas Llosa, fue diputado y fue notoria su oposición al fujimorismo y la denuncia de la corrupción en el primer gobierno de Alan García. Reapareció en política como Presidente del Consejo de Ministros en el último tramo del gobierno de Ollanta Humala, buenos veinte años después, dicen que por recomendación del escritor. ¿Cuál fue su papel en la época? Administrar la traición de Humala para que este fuera finalmente aceptado por la derecha neoliberal. Acordémonos que luego de la ruptura con el grupo que lo llevó al poder y el abandono de toda versión del programa de la Gran Transformación, Humala se embarca en el proyecto de la “reelección conyugal” volviendo a pelearse con el orden establecido. Los grandes propietarios querían una entrega sin condiciones y Ollanta, en el fondo, ser aceptado por los que mandan. De ello se ocupa Cateriano.
¿Qué hace hoy día? En el fondo lo mismo. Ya no sabemos recomendado por quién, pero escogido por Vizcarra para que lo lleve al final de su gobierno. Esto significa, llevar a un díscolo, porque no seguía a pie juntillas las instrucciones de la Confiep, a que se amiste con los grandes empresarios. En otras palabras un intento de reunificar a la derecha, la DBA como los neoliberales vizcarristas para que lleven el barco hasta el 28 de julio de 2021 y eventualmente creen las condiciones para una candidatura de derecha que prologue el modelo más allá de la agonía actual en que se encuentra. Es difícil augurar hoy si esto unifica a las dos facciones de la derecha neoliberal frente a la crisis de régimen, pero es un intento. No en vano lo celebra la derecha toda y le revientan cuetes desde casi todos los medios.
El problema es que Cateriano tampoco tiene una salida que vaya más allá del corto plazo de la agenda neoliberal y los problemas, especialmente por la persistencia de la pandemia, van bastante más allá y requieren de una audacia que no demostró antes y no vemos, por lo propios padrinos que ahora lo arropan, que tenga ahora. En el año que le queda a Vizcarra, que suponemos es el que pretende cubrir Cateriano, hay tres puntos centrales a resolver. Primero la urgencia de un verdadero alivio al hambre de la población que no ha sido cubierto hasta ahora con los sucesivos bonos otorgados. Está en agenda el bono universal que no parece de la simpatía del poder y se espera un debate nacional al respecto. Segundo, el ajuste a la estrategia de combate a la pandemia que hasta ahora no parece amainar. Los números de muertes persisten pero el enfoque no varía.Y tercero, la realización de elecciones generales, que presentan un panorama complicado por la falta de una reforma política y lo ajustado del cronograma para llevarlas adelante.
Si el gobierno no hace un avance sustantivo en estos temas ya no solo está en riesgo el prestigio de la dupla Vizcarra-Cateriano, más allá del 28 de julio de 2021, sino el porvenir del modelo mismo. Se abre entonces un período crucial tanto para los defensores del modelo neoliberal como para cualquier oposición que considere indispensable dejar de lado el neoliberalismo para afrontar las cuestiones de fondo que impiden el desarrollo del Perú.
En estas condiciones está claro que la puerta del escenario político va a continuar cerrada para cualquiera que no piense como los que detentan el poder, más cuando acaban de unificar su frente y se sienten más fuertes que meses atrás. Por ello, hoy más que nunca es importante poner el pie e impedir que el régimen político dirima sus diferencias solo entre amigos e impida a los adversarios tomar la palabra o, peor aún, excluirlos por considerarlos enemigos irreconciliables.
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