Perú: la resaca del 90 en la pandemia de 2020
Laura Arroyo Gárate
Respirar. Un verbo que en lo que va de este 2020 ha cobrado otra relevancia e intensidad. El COVID-19 nos ha ahogado a todos de alguna manera, pero no a todos por igual. Y la pregunta que cabe es si en la vieja normalidad, en la normalidad de siempre, podíamos realmente respirar o si estamos incubando ya, sin saberlo, dosis de ahogo que con esta pandemia se desbordaron.
Hago esta reflexión mientras pienso en Perú. Aquel país del que se dice que es un “milagro latinoamericano” por su crecimiento macroeconómico sostenido, pero sin mencionar también su crecimiento sostenido en desigualdad. Un país cuya hoja de ruta desde la dictadura fujimorista fue la de privatizaciones a diestra y siniestra que hoy, con una pandemia encima, nos ha llevado a ser el segundo país en la región –sexto en el mundo– con casos de COVID-19, pese a ser el primero en aplicar medidas de confinamiento y distanciamiento social. Un país donde el Estado de Bienestar es una utopía tan lejana que no llega siquiera a ser una aspiración popular. Un país que sigue regido por la Constitución que dejó una dictadura y donde los derechos como salud y educación son privilegios en manos de capitales privados. ¿Podíamos respirar antes de la pandemia o nos habíamos acostumbrado ya a ese otro virus que nos ahogaba poco a poco desde los 90?
Dicen que la pandemia ha sacado lo peor y lo mejor de cada quien. Esto vale para los países. Hemos visto de todo. Presidentes desestimando la gravedad del virus pese a los datos científicos, automedicándose y poniendo en riesgo a todo un país con dicho ejemplo, gobiernos que apostaron por proteger a la gente con medidas que les permitieran hacer frente a la crisis sanitaria con alguna garantía en los bolsillos y la nevera y quienes pusieron por encima los intereses de los grandes poderes económicos antes que el bien común. En Perú, lo que seguimos viviendo a día de hoy son todas las resacas de los 90 cuando se abrió la puerta al modelo económico que lejos de ser liberal, es una jungla neoliberal donde del “sálvese quien pueda” hemos pasado al “abuse quien pueda”. En esta pandemia, esto ha sido particularmente sangrante.
Lo sabíamos hace muchos años y pese a las evidencias la resaca laboral sigue siendo terrible. La informalidad laboral peruana supera el 70% de la Población Económicamente Activa (PEA), lo cual hace no solo que el Estado cuente con menor recaudación, sino que cientos de miles de peruanos no cuenten con derechos laborales, salarios estables ni contratos fijos. Una pandemia que te obliga a quedarte en casa y teletrabajar, en este contexto, es un privilegio que solo el 30% de la PEA podía permitirse. Romper el confinamiento no fue, pues, desobediencia civil, sino, en muchos casos, supervivencia pura y dura. ¿Cómo respiraban estos trabajadores y trabajadoras antes de la pandemia?
Si Fujimori nos dejó algo atado y bien atado en la Constitución peruana vigente, es la entrada voraz de capitales privados en nuestros derechos. La salud y la educación peruanas, por citar dos ejemplos, son terreno de especulación y abuso desde siempre. Las clínicas privadas cobran sumas astronómicas en un país donde el sueldo mínimo es de 930 soles (235 euros) y, sin embargo, incluso quienes denunciamos estos abusos y luchamos por una sanidad pública sabemos que confiar nuestras vidas a la salud pública supone estar en la absoluta vulnerabilidad. Es lo que ocurre cuando un país desmantela sus servicios públicos con voracidad.
Un Gobierno muy firme para enfrentarse al Congreso pero incapaz de hacerlo con los poderes económicos detrás de las clínicas privadas.
Esto ha causado que durante la pandemia, con los hospitales públicos colapsados, las clínicas privadas protagonizaran episodios vergonzosos llegando a cobrar hasta 10.000 soles por dia (2.526 euros) a los pacientes que en plena desesperación se endeudaron hipotecando hasta sus casas para no morir o ver morir a sus familiares. Muchos de ellos, pese al fallecimiento de sus seres queridos, siguen pagando una deuda que las clínicas no condonan. El Gobierno de Martín Vizcarra tardó más de 100 días en enfrentarse a estos abusos y nunca llegó a hacer lo que en otros países se hizo desde el inicio de la pandemia: asumir el mandato único de todos los establecimientos de salud. Un Gobierno muy firme para enfrentarse al Congreso –otra resaca corrupta de la dictadura fujimorista– pero incapaz de hacerlo con los poderes económicos detrás de las clínicas privadas. ¿Cómo se puede respirar cuando tu salud y la de tu familia es un privilegio que no puedes pagar?
Y ojalá fueran solo las clínicas, pero en esta pandemia las farmacéuticas han especulado con el precio de los medicamentos y ofrecido, como es habitual, medicamentos de sus propias marcas evitando mencionar los genéricos, algo que, aunque no lo crean, el Gobierno tuvo que regular mediante decreto de urgencia. Y, por si fuera poco, en el Perú de la vieja normalidad otro pendiente es el manejo monopólico de recursos que ha hecho que en esta pandemia, por ejemplo, recordemos (y algunos recién se enteren) que la producción de oxigeno medicinal está en manos de dos únicas empresas (Linde y Air Products) a través de varias subsidiarias. Ambas empresas han sido sancionadas por monopolizar la producción de oxigeno medicinal pero, además, según un informe de la Defensoría del Pueblo, una vez desatada la pandemia elevaron el precio del producto pese a que la gente moría, literalmente, por no poder respirar.
Y así llegamos a la “nueva normalidad” que se inició en Perú casi a la par que en España, con la diferencia de que en Perú, los casos continuaban en ascenso en varias regiones cuando se permitió iniciar el plan de reactivación económica. El Gobierno fue claro en su apuesta: esto no va de la salud de la gente, sino de la salud de los poderes económicos. El lema del Gobierno para esta “nueva normalidad” es elocuente: #PrimeroMiSalud. No hay colectividad, ni bien común, no hay un país entre todos y todas, sino individualidades. Y así ha sido desde 1990. Hoy vivimos la resaca que supone que desde la dictadura fujimorista, cambiaran presidentes, congresos, hubiera elecciones y, aun así, nunca se cambiara de políticas.
Hoy, con la resaca encima, con cientos de miles de peruanos y peruanas ahogadas por la falta de un Estado que garantice derechos y por el virus que lo ha desnudado todo, tenemos la oportunidad de disputar la batalla cultural y política que en los 90 ganó el neoliberalismo con sus falsas promesas de “meritocracia” y del mercado como “regulador”. Un modelo que, a todas luces, es incompatible con la vida. Es incompatible con un país que ha de construirse para y con sus ciudadanos y no solo para los poderes económicos que se sienten -porque de facto lo son- dueños del país. Si queremos volver a respirar toca una nueva normalidad, pero de verdad. Un nuevo pacto social, con una nueva Constitución, que ponga por delante los derechos y la sostenibilidad de un país que no puede seguir sobreviviendo a esta resaca.
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