Fin de la excepción española: tentaciones electorales en el extremo de la derecha
Laura Arroyo Gárate
Si de algo se ha enorgullecido España en los últimos casi diez años, es de ser una excepción en Europa respecto a las posiciones políticas radicales de derecha. El despertar y la fuerza del Movimiento de Indignados del 15M (2011) como movimiento y también como proceso de politización de la ciudadanía española, actuó de muro de contención para que un discurso extremista, autoritario, fascista y/o xenófobo, pudiera encontrar algún caldo de cultivo ya sea electoral o cultural. Este momento indignado primero y esperanzador después, originó cambios sustanciales en lo político, lo social y lo cultural, y constituyó también la que desde Podemos se ha denominado como “ventana de oportunidad” para una fuerza política de izquierdas que lograra transversalizar demandas e irrumpir con éxito en el escenario político español. Hoy, sin embargo, siete años después, existe una ventana de oportunidad, pero hacia el otro extremo del tablero.
No es lo mismo ser oposición que ser gobierno. Esto lo saben bien desde el Partido Popular, partido político que hasta hace unos meses fue gobierno en España y que hoy, desde la oposición y el intento de limpieza de los más de 800 casos de cargos involucrados en escándalos de corrupción e innumerable cantidad de tramas ilícitas, intenta volver a tomar la batuta opositora con la misma fuerza que antaño. En la oposición, el PP ha sido siempre un partido de derechas que ha buscado centrar el debate en la disputa cultural. Durante el gobierno de Rodríguez Zapatero (PSOE) el PP fue el partido que lideró y protagonizó los espacios de oposición a medidas que hoy permiten que España presuma de su vanguardia: el aborto, el matrimonio igualitario, la defensa de los derechos LGTBIQ y la memoria histórica. Estos han sido los temas que al PP le interesaba disputar con el PSOE en aquella España todavía bipartidista. No obstante, una vez en el gobierno, el PP se limitó a sostener el timón de la derecha conservadora en lo económico y lo social, pero sin apostar por llevar estos temas a la agenda gubernamental. Como decía, no es lo mismo ser oposición que ser gobierno y, por cierto, en la España de hoy, impulsar desde el gobierno retroceder en el matrimonio igualitario o en el derecho al aborto legal sería, probablemente, un suicidio político.
El PP sabe bien que para sostener a su electorado, necesita nuevamente disputar desde la derecha la batalla cultural y, por eso, ahora que han vuelto a la oposición después de una moción de censura que golpeó fuertemente al partido y noqueó -tal vez para siempre- a Mariano Rajoy, buscan repetir la receta. Pero ya no basta con la receta de antes. Estar a la derecha del PSOE no es suficiente porque en el tablero electoral existe una nueva variable: el partido político ‘Ciudadanos’ (Cs). Cs, que compite con el PP por el mismo electorado, ha desplazado el tablero de disputa hacia el extremo y hoy, en lugar de tener a un PP enfocado en su debate opositor contra el gobierno del PSOE, está antes interesado en disputar electorado con su principal y nuevo enemigo. Es en este escenario que se ha abierto la peligrosa ventana de oportunidad hacia la extrema derecha.
Durante estas semanas hemos visto al recién elegido Presidente del PP, Pablo Casado, y a Albert Rivera, líder de Cs desde el 2006, manifestar un discurso extremo que ha encontrado en determinados caballos radicales de batalla, la mejor manera de subir en las encuestas y disputar escaños en próximas elecciones. Esta lucha de derechas se evidencia en, lo que podemos llamar, “concurso por ser más de derechas” y los ejemplos sobran en cualquier medio de comunicación o red social.
El discurso es claro: acusar, incendiar, apuntar. El dedo acusador de las derechas ha caído ya sobre los inmigrantes en el contexto de crisis humanitaria que vivimos en Europa y también sobre los últimos de la cadena como son los sindicatos de manteros y lateros que trabajan en la absoluta informalidad y precariedad, como los principales responsables de la crisis, de la inseguridad y de la precariedad, como si no fueran las políticas laborales y económicas que ellos mismos defienden las que multiplican la desigualdad y la crisis en España. Han apuntado, asimismo, a combatir la memoria histórica con los típicos argumentos de quiénes nunca han sido capaces de deslindar del franquismo y así, defienden que los restos de Franco sigan en la mayor fosa común española como es el Valle de los Caídos, rechazan que se declare ilegal la Fundación Francisco Franco y se empeñan en incumplir la Ley de Memoria Histórica, entre otras perlas amnésicas. Pero, por supuesto, lo más utilizado en el manual del derechista español es Cataluña. Tanto PP como Cs asignan las causas de todos los males de España (y del mundo si es posible) a los catalanes que se consideran tanto independentistas como a aquellos otros que sólo quieren ejercer el derecho a votar, incluso para quedarse.
Agosto ha sido el mes de radicalización de discursos de esta derecha que se extrema a diario en la misma España que se sentía orgullosa de ser una excepción en Europa. Pero la española es una derecha con una diferencia. Si bien en Europa, la radicalización de las derechas sostiene los mismos discursos que he señalado líneas arriba, en España se da una particularidad: ni el PP ni Cs ponen ningún dedo acusador en “Europa”. Ni reniegan de la UE, ni del euro, ni le adjudican agencia en ninguno de los problemas que aquejan a España. Esta es, tal vez, la única diferencia entre las derechas en España y las que han conseguido fuerza y crecimiento en apoyo popular en países como Francia o Italia. “Los otros” que son necesarios en el discurso de los partidos que se encuentran en los extremos, no han sido designados fuera, sino dentro del país. Dicho de otro modo, para las derechas españolas, “los otros” están dentro de las fronteras.
Por ello, les resulta tan rentable como necesario el enfrentamiento con Cataluña y no hay momento en que no busquen sostener la polarización. Cataluña atraviesa un difícil conflicto político, pero hay que notar ciertos pasos -con todas las dificultades, limitaciones e insuficiencias que tienen- hacia la posibilidad de abrir puentes de diálogo entre el gobierno catalán y el español. Frente a ello, PP y Cs no cesan de dar voz y plataforma a cualquier excusa, por pequeña o grande que esta sea, para que el conflicto ni se acabe, ni se olvide. Les conviene que subsistan los “bandos irreconciliables”.
España asiste hoy a nuevos momentos de debate sobre asuntos que creía superados. La ventana de oportunidad que se abrió para la izquierda -y que sigue entreabierta pero con nuevas dificultades- ha encontrado una contraparte alarmante. Sin embargo, el proceso de politización ciudadana que nació con el 15M y se ha fortalecido hoy con la enorme marea de la Huelga Internacional Feminista 8M, permite ser optimistas sobre posibles desenlaces. Esperemos que ese optimismo se traduzca en los hechos y, sobre todo, que la disputa por el extremo de la derecha no sea otra cosa que una estrategia electoralista que pronto vea sus límites en un país que ha sabido poner freno al fascismo y al autoritarismo, desde sus calles y sus plazas.
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