El neoliberalismo y la crisis de los partidos políticos
Felix Jiménez
La economía peruana va camino al estancamiento económico en consonancia con la disminución de los precios de los commodities y el débil dinamismo de la demanda externa. Este entorno internacional desfavorable tardará varios años en revertirse. Si se considera que en los últimos quince meses los sectores manufactura y construcción han registrado tasas negativas de crecimiento, se puede afirmar que, para propósitos prácticos, la economía ya se encuentra en recesión. De otro lado, el bajo crecimiento del empleo registrado recientemente (alrededor de 2%), es de baja calidad. Crece el subempleo mientras el empleo adecuado ya no crece.
La composición de las planchas presidenciales para las elecciones generales de abril de 2016, revela la crisis profunda por la que atraviesan los partidos políticos de nuestro país. Sin ideario ni principios, vacíos de contenido y varios de ellos vinculados directa o indirectamente con el narcotráfico y la corrupción, estos partidos han constituido sus planchas presidenciales sobre la base del oportunismo y sin visión de país.
En la constitución de sus fórmulas presidenciales han primado los intereses privados y oligárquicos, junto a una práctica proveniente de marketing, ambas prácticas ajenas a la virtud cívica y a la democracia.
PARTIDOS SIN CONTENIDO IDEO-POLÍTICO
Hay varios factores que explican esta situación. El neoliberalismo desapareció completamente las diferencias ideológicas de casi todos los partidos políticos. El mercado auto-regulado y la economía se impusieron sobre la política.
La oposición a la intervención económica del Estado desapareció a los proyectos políticos nacionales. El individualismo se impuso sobre lo social y el bien común. Este proceso de indiferenciación ideológica condujo al total abandono de la ética en las acciones políticas.
La política se convierte en marketing para acceder al poder y usufructuarlo en provecho propio. El recurso a la “política social” en el discurso electoral es el mecanismo a través del cual se busca el apoyo electoral de los votantes en los procesos de elección popular.
No hay interés por la vida en común y menos, ciertamente, en el fortalecimiento de los mecanismos democráticos de control popular a sus elegidos o representantes.
El otro factor de indiferenciación de los partidos y vaciamiento de sus contenidos fue la caída del muro de Berlín. La existencia de este muro era el símbolo de la diferenciación entre partidos de derecha e izquierda. El definitivo derrumbamiento de los países llamados socialistas, puso al descubierto dos cosas.
Primero, la ilegitimidad de ese régimen debido a la contradicción entre el discurso a favor de la clase obrera “emancipada de la dominación burguesa” y la práctica política antidemocrática, la presencia de un poder burocrático autoritario, oligárquico y, por lo tanto, privilegiado económica y socialmente.
Segundo, la ilegitimidad de la democracia liberal debido a la constitución de una clase política que opera siguiendo una lógica totalmente ajena a la idea democrática de la soberanía de la comunidad de ciudadanos.
Como dice Eloy García, “la lógica del poder –la política concebida en el sentido weberiano de la lucha por el liderazgo, la dominación y la consecución de un séquito— sustituye a la política de las ideas entendidas como un instrumento de transformación desde la razón y la ilusión que, según sus propios postulados, debiera caracterizar al régimen liberal-democrático”.
Los partidos de derecha, sin embargo, aprovechando la caída del muro de Berlín contribuyeron, todos, a la imposición del neoliberalismo; pero, al hacerlo, dejaron de tener identidad y apoyaron la pérdida de soberanía de sus Estados Nacionales, contribuyendo a erosionar aun más las instituciones democráticas.
Con el neoliberalismo y la globalización se amplió el ámbito de los contratos y se redujo el de las leyes en casi todas las democracias, lo que significa –según Todorov– que “se restringió el poder del pueblo para dar libre curso a la voluntad de los individuos”.
Dado que la globalización “no procede de ningún Estado ni de ninguna legislación, se recurre exclusivamente a los contratos. Poco le importan los países”. El Estado pierde soberanía a tal punto que puede ser juzgado por tribunales internacionales si, en opinión del capital transnacional respectivo, incumple esos contratos.
Los partidos ya no son “instrumentos de sociabilidad política”, ya no importa el ideario que les proporciona identidad. En este contexto –como dice Eloy García—se abre paso la Ley de Gresham de la oligarquía partidista; “solo que en este caso es el militante burdo y disciplinado –y no la moneda mala—el que expulsa al inteligente y con iniciativas”.
El neoliberalismo y la crisis de los partidos políticos
LA AUSENCIA DE REACCIÓN DE LA IZQUIERDA
Si bien la indiferenciación de los partidos tradicionales con la pérdida de sus identidades no alcanzó a las izquierdas partidarias e intelectuales de nuestro país, éstas no remozaron sus idearios y propuestas políticas. No redefinieron la relación entre el Estado y el Mercado, a pesar que la construcción definitiva de la nación requiere de la creación y desarrollo de mercados internos.
No fundamentaron su adhesión a la democracia ni construyeron un ideario democrático basado en la noción de bien público, de la virtud cívica, de los mecanismos de control de los representantes del pueblo para evitar la enajenación de su soberanía, de la pluralidad y, lo que es peor, no recusaron la tradición del partido de la clase obrera y de la dictadura del proletariado. Como no lo hicieron, queda la duda de si su prédica a favor de la emancipación social es compatible con la democracia.
Por las mismas razones, los partidos de izquierda no tienen una concepción explícita de la libertad como no-dominación que es la que sería compatible con el principio democrático del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Esta concepción de la libertad es distinta de la liberal y neoliberal que fundan la libertad en la ausencia de interferencia del Estado en las decisiones individuales.
La libertad concebida como ausencia de dominación exige condiciones materiales de existencia. Finalmente, hay que señalar que tampoco sabemos si las izquierdas tienen el esbozo de las características de un “modelo” distinto al capitalismo neoliberal compatible con la democracia.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Por la ausencia de renovación de su ideario, los líderes de la izquierda siguen actuando con la misma lógica de las oligarquías partidarias de derecha. Se perciben distintos, pero en realidad son iguales en su práctica política. No actúan con ética ni transparencia. Son calculadores y desleales. Por lo tanto, no hay nada nuevo en sus maneras de hacer política. Su fragmentación es resultado de la ausencia de un ideario común. Divididos como están, serán incapaces de impedir, en las próximas elecciones, la continuidad de los partidos del neoliberalismo.
Publicado en el Diario Uno, 02 de Enero 2016
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