María del Carmen Alva: Weracocha siglo XXI

Por: 

Vicente Otta R.

Weracochas, ingas y mandingas                

En el mes de la independencia, presente todavía los ecos de la celebración del Bicentenario una frase dicha, casi candorosamente por la todavía presidenta del Congreso, María del Carmen Alva en Piura:  El congreso es para todos: blancos e indios, pobres y ricos unidos. Nosotros no tenemos un discurso divisionista, de lucha de clases, … ha producido tremenda polvareda. 

Sal y ají a una herida que permanece abierta por siglos y que cada cierto tiempo exuda sangrado y purulencia. 

Los hondos y mortales desencuentros, frase exacta acuñada por Carlos Iván Degregori para graficar esta desgracia nacional, en la dolorosa lápida de la violencia demencial de los años 80-90, resume la historia de desgarramientos y exclusiones que todavía sobre llevamos como país.

Poco importa que estudios científicos afirmen la inexistencia de razas en la especie humana. La humanidad actual, bajo hegemonía occidental-anglosajona en los últimos dos siglos, se ha erigido sobre la deshumanización y muerte de millones de seres condenados por pertenecer a “razas inferiores”. Esta falaz idea y su pavorosa consecuencia redujo a escombros grandes civilizaciones como la Inca, Azteca, árabes, etc. Siendo lo más grave su instalación en el sentido común en buena parte del mundo.

Se estima que antes de la llegada de los españoles el Tahuantinsuyo tenía una población de 10 a 12 millones de personas. Al finalizar el siglo XVI la población indígena era de 1 millón 300 mil personas. Catástrofe demográfica que no se recupera sino hasta fines del siglo XIX.

De la república de blancos y república de indios establecida por la colonia, que María del Carmen Alva recuerda con naturalidad, se cambia a la república criolla que en 1854 suprime el tributo indígena mientras elimina la protección legal de sus territorios establecido por el régimen colonial-español, lo que da lugar a la expoliación de las tierras comunales y la formación de los grandes latifundios y haciendas, que se expanden y engordan hasta la reforma agraria velasquista de 1969. 

A su vez aprueba la contribución indígena como carga impositiva, cambiando la denominación tributo por contribución. Que subsiste hasta el año 1921 como Conscripción vial.
Los pueblos indígenas son considerados como sub humanos, carentes de mínimos derechos y es sobre su dolor, sacrificio y vida que el Perú colonial y republicano disfruta de boato y parasitismo.

Ciudadanos y personas de segunda y tercera y categoría.

La bonanza del caucho y la expansión “civilizadora” en la Amazonía se hizo bajo la premisa de que la selva es virgen, deshabitada, que había que colonizarla y poblarla. Bajo esta idea decenas de miles de indígenas fueron esclavizados y asesinados. 

El baguazo ocurrido en el cercano 2009, es la expresión lacerante de esta exclusión y eliminación de peruanos por su diferencia de color de piel, idioma y cultura.
Un presidente calificado de político moderno, director de un programa universitario de post grado en gestión pública, los llamó perros del hortelano, ciudadanos de segunda categoría cuando asumieron la defensa de su territorio y forma de vida. 

La actitud presidencial abrió las compuertas de la violencia y la muerte. Todo esto en pleno siglo XXI. 

Las reacciones de escándalo ante la magistral clase de ignorancia y torpeza política de la actual presidenta del congreso, no dejan de tener un cierto aire de lagrimones de cocodrilo.

Los luctuosos sucesos de la violencia terrorista y la guerra sucia de hace tres décadas tuvieron como principal víctima a los indígenas y campesinos. De las 69 mil muertes certificadas por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, las tres cuartas partes eran indígenas. 

En resumen, la opresión y sistemática negación de derechos de los pueblos indígenas sigue en plena vigencia a la fecha actual. Expresada también en los virulentos mensajes en las últimas elecciones, que encumbró a un maestro cholo, de extracción rural, a la presidencia del país.

¿Qué tan iguales somos?

La naturalización de la estigmatización y oprobio de la población indígena es el resultado de 450 años de dominación y exclusión. Profundamente interiorizado en el inconsciente y sentido común de gran parte de la población peruana.

Tanto así que en nuestros días las viviendas urbanas cuentan con una habitación denominada de “servicio”, para la trabajadora doméstica. Un cuartucho infame de dos metros por uno y medio, en que arriman a la empleada.

Pregunta que es útil para medir cuan democrático e igualitario somos en la vida cotidiana, incluyendo a demócratas, izquierdistas y progresistas: ¿la trabajadora doméstica comparte la mesa con tu familia?

En estos detalles se manifiesta el verdadero sentido de igualdad con nuestros semejantes, con nuestros compatriotas. ¿Nos consideramos iguales, de la misma comunidad nacional?

Existe infinidad de carteles en los edificios públicos y negocios con la leyenda: En este lugar está prohibido el racismo; saludo a la bandera. Algo similar al rasgado de vestiduras ante la infeliz expresión de la presidenta del congreso, que es tan torpe que, aunque pretende ofrecer, para la tribuna, una imagen de amplitud y democracia, termina sacando un racismo que le sale del forro. De los Alva gamonales cajamarquinos, parte del cogollo del poder oligárquico que sigue vivo y ofendiendo al pueblo peruano.

No son pocos los pichones oligárquicos y citadinos aculturados que creen que todavía estamos en un país en que los weracochas escupen y tratan látigo en mano a ingas y mandingas.

Para muestra, doña María del Carmen.

Hay hermanos muchísimo que hacer, Vallejo dixit