La renuncia del Papa*
Imelda Vega-Centeno B.
La abdicación de Benedicto XVI no era previsible -a pesar de existir como posibilidad en el Código de Derecho Canónico- pues hacía más de 600 años que ningún Papa había renunciado. Sin embargo, hace dos años Benedicto XVI había afirmado que el Papa tiene el derecho a pensar en dimitir, pero que en determinadas circunstancias tenía el deber de retirarse, si sentía que le faltaban fuerzas físicas, sicológicas y espirituales (2010). Ha dado muestras de lucidez y modernidad al tomar racionalmente una decisión radical.
Benedicto XVI nos ha recordado que sus capacidades físicas estaban seriamente disminuidas y que padece de ciertas enfermedades. Los graves problemas que atraviesan a la iglesia católica exigían de él una toma de posición radical frente a los integrismos, la corrupción en materias económicas y de disciplina eclesiástica, además del grave daño causado por los problemas de pederastia largamente ocultados y apañados por la jerarquía católica. Por estas razones desde el inicio de su pontificado fue exigido y criticado. Reinaba, pero no gobernaba, su fragilidad era evidente.
Con decisión plena de grandeza, el 11 de febrero ha comunicado su decisión de “renunciar al ministerio de Obispo de Roma”. No se trata de un acto institucional y protocolar –los cardenales se jubilan a los 75 años- La concepción del papado que implica esta renuncia es profundamente moderna, está más referida a la teología de Hans Küng que a la de la infalibilidad pontificia del Vaticano I (1870).
Entre las causas inmediatas que habrían motivado su decisión se habla de un dossier que le habría sido entregado a comienzos de diciembre, en el que se le informaba de la situación de la curia romana frente a los graves problemas arriba reseñados: el documento mostraba la división de los cardenales, falta de transparencia en la curia, denuncias y ataque recíprocos entre sus miembros, episodios ocultos aun no revelados. El documento era palmario, chocante y dramático. Sería este el momento en que comprobó que no tenía más energías para llevar a cabo la inmensa tarea de limpieza y renovación, tan urgentes como indispensables, que requiere la Iglesia católica del siglo XXI.
La decisión de Benedicto XVI es inesperada, valiente, lúcida, rompe con la convicción de que el “vicario de Cristo” es infalible en sus posiciones doctrinales y que debe permanecer heroicamente en su cargo a pesar de sus disminuciones físicas y morales, pues el Espíritu Santo supliría sus carencias. Gesto que enaltece al papa saliente, y que muchos hombres de estado debieran tomar como ejemplo.
A mediados de marzo 117 cardenales se reunirán en Cónclave para elegir al nuevo papa, pero a quien elijan deberá asumir funciones sin límite de edad… lo que no deja de ser contradictorio. Los miembros del Cónclave –de menos de 80 años- han sido nombrados por Juan Pablo II y por Benedicto XVI, los problemas que desafían a la iglesia requieren de un papa más joven y que en este contexto será, sin duda, conservador.
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