La nueva normalidad
Víctor Caballero Martín
“Un factor necesario para la evolución humana fue la cooperación entre individuos; sin él jamás hubiéramos evolucionado” Ashley Montagu: “La naturaleza de la agresividad humana”
220 000 ciudadanos se registraron en los padrones de los gobiernos regionales para ser regresados a sus provincias y comunidades de origen, declaró recientemente la Ministra del Ambiente, Fabiola Muños. En estos dos meses de confinamiento la cifra de los ciudadanos que han dejado Lima puede llegar a 300 000 ciudadanos de diversas regiones. De continuar la crisis, probablemente la huida de Lima en las siguientes semanas, puede llegar a cifras cercanas al medio millón de personas. El GORE Cajamarca dice que tiene más de 30 000 registrados que han retornado o piden que se los regresen a sus pueblos de origen; del GORE Cusco, informan que son más de 20 000; en Piura, más de 20 000; en Apurímac se registraron 13 421; en Huánuco más de 7 000. Falta saber los reportes de otros gobiernos regionales.
Poco sabemos de la inmigración de las regiones a las comunidades, aunque en Iquitos se informaban que hay más de 500 indígenas varados que pedían el retorno a sus comunidades nativas; iguales noticias se han registrado en Ayacucho, Cusco, Trujillo, en donde dan cuenta de centenas arrastrando sus pertenencias, cargando sus hijos; descansando a la vera de la carretera o de los caminos.
La sola imagen de centenares de personas caminando en las noches desafiando el toque de queda, exponiéndose masivamente al contagio del corona virus, conmovía profundamente. Nunca imaginamos ese escenario. Fue una sorpresa total. Fue un golpe de realidad, de aquella que cuesta creerla y menos asimilarla. Simplemente, no se esperaba que el retorno masivo de miles de ciudadanos de Lima a sus regiones. Las razones fueron saliendo con cada declaración recogían los medios de prensa escrita y televisiva:
• “Nos va a matar el hambre antes que el virus”, exclama, con voz de angustia, una mujer joven, de rostro cansado, que lleva en brazos a su hija de pocos meses.
• “Ya no tenemos qué comer, por eso regresamos a nuestros pueblos, donde algo tendremos. Caminando nos iremos, no tenemos de otra”,
• “Ya no aguantamos más, no tenemos nada ya, estamos viviendo en las calles, ya no tenemos para comer”, grita una mujer cuando se le acerca la cámara de un noticiero.
• “Ellos forman parte de este éxodo del hambre”… “Huyen del hambre”. “Es el éxodo de los olvidados, los excluidos, los pobres extremos, en plena cuarentena por el coronavirus” dice de manera acertada un periodista.
Para agravar más el panorama, se produjo la reacción de pobladores que, ante el temor del contagio que podían traer los retornantes, activaron sus rondas, comités de vigilancia en los puentes y entradas a los pueblos para impedirles el ingreso, por lo menos hasta que pasen la cuarentena obligada.
Pero había algo más en esta tragedia. Los pobladores que regresaban se encontraban agotados física y económicamente: enfermos la mayoría, sin plata, sin bienes acumulados, sin pequeños capitales. Venían expectorados por Lima, a la que llegaron con la expectativa de un trabajo o de educación con el que labrarse un futuro para él y su familia, para construir una nueva vida, y se encontraron no solo con la pandemia, sino con una ciudad carente de mecanismos de solidaridad, sin posibilidades de sobrevivir.
No hay experiencias similares en el Perú en las últimas décadas. Con los retornantes de la época del terrorismo fue diferente. Fue un regreso promovido por el Estado; con el apoyo de organizaciones nacionales e internacionales, con programas de reasentamientos que hicieron posible los reasentamientos. Pero aún en esas circunstancias, no fueron pocos los casos de conflictos de los pobladores que vieron en los retornantes a personas que huyeron de sus pueblos y que no tuvieron la fuerza de quedarse a combatir a los grupos terroristas; fueron varios los casos de mujeres que no lograron ser aceptados por sus familias y vecinos, acusándolas de convivir con las fuerzas que asolaron a sus pueblos.
Esta vez no es tan distinto, los retornantes vienen huyendo de Lima, de la pandemia, de la miseria que no la podía soportar un día más. Pero al regresar se encuentran con el rechazo de poblaciones que no los aceptan. No es solo temor al contagio, es también la falta de solidaridad la que se evidencia en muchos de los casos dramáticos que se ven en los medios.
Me pregunto ¿cuál es el daño más grande que ha ocasionado el modelo de crecimiento económico de las últimas dos décadas? Obviamente no es solo la desigualdad económica, que ya es bastante, y causa de muchos conflictos sociales. Tan grave como eso, es que dicho modelo terminó de destruir los mecanismos de solidaridad existente con el cual las poblaciones de los sectores populares construían sus barrios, sus pueblos, sus escuelas y sus pequeños negocios.
La nueva normalidad, en verdad, tiene que reconstruir las bases de una sociedad solidaria. El distanciamiento social, no se debe pretexto para excluir a personas, ni apartarlas de la vista. Hoy se requiere reconstruir las formas asociativas para la alimentación en comedores mientras dure la crisis; reactivar los programas de trabajo temporal sobre todo en las zonas rurales para ocupar los centenares de migrantes mujeres y hombres que pueden agregar valor al trabajo de mejora de vías, canales, pastizales; de mejorar los subsidios de los servicios básicos, a la vez que fortalecer las empresas de servicios básicos hoy más fundamentales que antes para contener el impacto del virus en la población.
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