La invasión fallida a Cuba
Hernando Calvo Ospina
El día 16 de abril de 1961 daba comienzo una operación militar contra la Cuba revolucionaria que la historia recuerda con el nombre de invasión de Bahía de Cochinos (o de Playa Girón). Fuerzas mercenarias anticastristas, organizadas por la CIA y apoyadas por fuerzas navales estadounidense intentaron establecer una cabeza de puente con la intención de constituir, en un “territorio liberado”, un gobierno provisional que Washington iba a reconocer para pedir inmediatamente ayuda a la OEA y derrocar al gobierno revolucionario de Fidel Castro. No lo consiguieron, fue el “fracaso perfecto”.
Grayston Lynch fue el primer hombre que tocó tierra cubana, en Playa Girón. Eran las 23h45 del 16 de abril de 1961. No lejos de ahí, en playa Larga, otro estadounidense también desembarcaba de primero: William ‘Rip’ Robertson. Ambos eran parte de la Brigada de Asalto 2506, que, entrenada y armada por Estados Unidos, pretendía invadir la isla y acabar con el gobierno revolucionario. En menos de setenta horas fue derrotada.
Dos años atrás se encuentra la génesis de ese fracaso perfecto, como lo llaman algunos conocedores. (1) El 19 de abril de 1959 se reunieron en Washington, durante tres horas, el entonces vicepresidente Richard Nixon y el Primer ministro cubano Fidel Castro. En su informe, Nixon aseguró que era necesaria una acción de fuerza contra Cuba, al concluir que los revolucionarios instalarían un sistema político contrario a los intereses estadounidenses.
Los hermanos Dulles, John Foster y Allen, secretario de Estado y jefe de la CIA, respectivamente, estuvieron de acuerdo. Y desde ellos nace el “Proyecto Cuba”, del cual responsabilizaron al director adjunto de la CIA, Richard Bissell. El 17 de marzo de 1960, e l presidente Dwight Eisenhower aprobó el plan diseñado por éste, que englobaba la guerra psicológica, acciones políticas, económicas y paramilitares. Teniendo como centro el organizar, entrenar y equipar a exiliados cubanos para constituir una fuerza invasora.
Nixon asumió como suya la preparación de la agresión: “El adiestramiento secreto de los exiliados fue adoptado como resultado de mi apoyo directo”. (2) En 1960 eran elecciones presidenciales, y Nixon, del partido republicano, enfrentaba a John F. Kennedy, del demócrata. Ambos iniciaban sus discursos refiriéndose al “caso cubano”. Herbert Klein, secretario de prensa del vicepresidente, escribiría: “Mientras hacíamos campaña nos alimentábamos con la esperanza del pronto desembarco. La derrota de Castro hubiera constituido un poderoso factor para el triunfo de Nixon”. (3)
Paralelo al proyecto militar y propagandístico, a fines de agosto la CIA puso en marcha otro plan. Bissell contactó a la mafia de la Cosa Nostra para que asesinara a tres de los principales dirigentes cubanos. Según la investigación de la Comisión Church del Senado estadounidense, (4) en la Casa Blanca se consideraba que si “Fidel, Che Guevara y Raúl Castro no son eliminados al mismo tiempo”, toda acción contra el régimen cubano sería “larga y difícil”. Si los asesinatos se lograban y Cuba volvía al redil, la CIA se comprometía a que la mafia recuperara “el monopolio de los juegos, de la prostitución y de la droga”
El 3 de enero de 1961 Washington rompe relaciones con La Habana. El día 20, Kennedy asume la presidencia, y 24 horas después ordena continuar con los planes de agresión, incluido el trato con la mafia. Aunque el adiestramiento continuaba en la Florida, la CIA convierte a Guatemala en el principal campo de entrenamiento, “con su propio aeropuerto, su propio burdel y sus propios códigos de conducta”. (5)
Washington había logrado que la casi totalidad de naciones del continente censuraran la revolución cubana. Sin embargo México, Brasil y Ecuador se opusieron a cualquier tipo de acción militar, evitando que Estados Unidos se sirviera de la Organización de Estados Americanos, OEA, para una operación conjunta. Solo Guatemala y Nicaragua prestaron sus territorios para preparar la agresión.
Los preparativos para la invasión eran un secreto a voces. El presidente Kennedy repetía constantemente que no se agrediría a Cuba, pero pocos le creían. Moscú y Pekín le advertían de no pasar al acto, mientras que “en Londres, Paris, Bonn o Roma, se estableció una tensión extraordinaria y no paraba de aumentar. El mundo entero se interrogaba, con los ojos puestos en Cuba” (6).
A pesar de ello, en Estados Unidos los medios de información apenas narraban los sucesos. No realizaban investigaciones “por autodisciplina patriótica”, como dijo el ex patrón de la CIA, William ‘Bill’ Colby. (7) Por ejemplo, en el New York Times la redacción sabía en detalle lo que se preparaba, “pero en nombre de la seguridad nacional -dice Colby- ella se dejó convencer del propio presidente Kennedy de nada publicara sobre el tema”.
El 15 de abril, y por orden presidencial, Bissell envió ocho bombarderos B-26 para destruir la poca y vieja aviación de combate cubana. Cedidos por el Pentágono, habían despegado de Nicaragua llevando las insignias de la Fuerza Aérea Revolucionaria, FAR. Luego de lanzar su carga un B-26 aterrizó en Miami, y en minutos una historia se regó: los responsables de tal acción eran desertores.
Mientras llovían bombas sobre Cuba, su ministro de Relaciones Exteriores, Raúl Roa, pedía en la ONU que se exigiera a Estados Unidos el cese de la agresión. El jefe de la delegación estadounidense, Adlai Stevenson, refutó las acusaciones mostrando fotos del avión en Miami. Su colega británico lo apoyó diciendo que “el gobierno del Reino Unido sabe por experiencia que puede tener confianza en la palabra de Estados Unidos” (8). El día 16 se supo toda la verdad. La CIA y el presidente Kennedy le tenían todo escondido a Stevenson y al propio Secretario de Estado, Dean Rusk.
Durante el sepelio de las víctimas de los bombardeos, casi todas civiles, Fidel Castro llamó a la movilización total: “Cada cubano debe ocupar el puesto que le corresponde en las unidades militares y centros de trabajo sin interrumpir la producción, ni la campaña de alfabetización” (9). Ese mismo 16 de abril expresó una frase que dio vuelta al mundo, porque anunciaba el camino ideológico del proceso: “Eso es lo que no pueden perdonarnos (…) ¡que hayamos hecho una revolución socialista en las propias narices de los Estados Unidos!”
Para ese momento cinco barcos “mercantes”, repletos de hombres y armas, escoltados por buques de la Marina estadounidense, incluido un portaaviones, se aproximaban a Cuba. Habían partido de Nicaragua y Nueva Orleans.
Según lo planificado en Washington, los mercenarios de la Brigada debían lograr rápidamente un territorio “liberado”. Ahí sería trasladado, desde Estados Unidos, el “gobierno provisional”, el cual estaría compuesto de exiliados seleccionados por la CIA. En ese momento Kennedy le daría “reconocimiento”, el “nuevo gobierno” pediría ayuda internacional y los Marines desembarcarían.
En las primeras horas del desembarco, Grayston Lynch se dio cuenta de los errores garrafales que había cometido la CIA. Los arrecifes impidieron el acercamiento de los barcos, pero también dificultaron el avance de los botes. Esa zona, al centro-sur de Cuba, tenía un terreno pantanoso e inhóspito. Aunque lo peor fue haber decidido un asalto anfibio nocturno. Las tropas estadounidenses habían demostrado, durante la segunda Guerra Mundial su capacidad para grandes desembarcos, pero nunca en la noche. Esto era una especie de experimento. Por todo ello, solo un puñado de hombres, de los 1511 que constituían la Brigada 2506, pudo llegar a tierra esa madrugada. Y estos fueron recibidos a tiros por una patrulla de milicianos.
Por todos los desaciertos, las tropas cubanas tuvieron tiempo para desplazarse a la zona e iniciar la contraofensiva. Desde que el sol despuntó, los pocos aviones cubanos que se salvaron del bombardeo empezaron a derribar naves invasoras. En la mañana pusieron fuera de combate a siete, y hundieron a los buques “Houston” y “Río Escondido”, perdiéndose el armamento y combustible que transportaban. Casi todos los pilotos que diezmaban a la Brigada habían sido entrenados por Estados Unidos, durante la dictadura de Fulgencio Batista.
El gobierno revolucionario, sabiendo lo que se le preparaba, había adquirido tanques, cañones, morteros y ametralladoras en la Unión Soviética y Checoslovaquia. Los instructores venidos de esos países, calcularon que era necesario dos años para entrenar a un ejército capaz de repeler una invasión. “Entonces inventamos una cosa -contó Fidel Castro en 1996- que fue pedirles a los milicianos que lo que aprendían por la mañana lo enseñaran por la tarde” (10).
José “ Pepe” San Román, de origen cubano y quien oficiaba como comandante de la Brigada, constató en la mañana del día 19 que todo estaba perdido. Entonces envió un mensaje a su responsable en la CIA: “¡Por favor, no nos abandonen!” (11). Al final de la tarde, en Playa Girón, la tentativa de invasión era derrotada. Casi toda la Brigada fue capturada: 1197 hombres. Aunque se creían camino al paredón, Fidel Castro ordenó que se les respetara la vida. En combate murieron 114, incluidos cuatro pilotos estadounidenses. Años después Lynch recordaría: “Por primera vez, a mis treinta y siete años de vida, me sentí avergonzado de mi país” (12).
No hubo ninguna tentativa de levantamiento interno en apoyo al desembarco. La CIA había calculado que ello sería espontáneo, e increíblemente no tuvo en cuenta sus propios informes. A mediados de 1960 “se realizó un sondeo de opinión, encargado por la CIA, el cual reveló que la inmensa mayoría de gente apoyaba a Castro” (13). Bissell y Dulles siempre supieron que sin una insurrección popular, se necesitarían unos cinco mil hombres para poder ocupar un sector del país.
Ante el triunfo, e l 23 de abril de 1961 Fidel Castro expresó: “¡el imperialismo yanqui sufrió en América Latina su primera gran derrota!” (14).
Al día siguiente, y con otro tipo de emoción, el presidente Kennedy reconoció la responsabilidad de Estados Unidos. Colby dice que ante tal “humillación”, Kennedy expresó encolerizado su deseo de “regar las cenizas de la CIA a los cuatro vientos”. Allen Dulles y Richard Bissell tuvieron que renunciar unos meses después.
El 22 de diciembre de 1962 los prisioneros fueron enviados a la Florida. Por su libertad, La Habana pidió unos 53 millones de dólares en alimentos, medicinas y equipos médicos. Siete días después, durante una ceremonia en Miami, San Román le entregó a Kennedy una réplica de la bandera de la Brigada. El presidente les aseguró que ella sería 2devuelta en una Habana Libre”. Quince años después, la asociación de ex brigadistas pidió al Museo Kennedy que le fuera reintegrada, pues la palabra no había sido cumplida. ¡Se la devolvieron por correo!
Notas:
(1) Arthur Schlesinger Jr, «La Baie des Cochons, retour sur un échec parfait», Le Monde, Paris, 11 de abril de 2001, Paris.
(2) Richard Nixon. Six Crises . Simon & Schuster, Nueva York, 1990.
(3) The San Diego Union . San Diego, 25 de marzo de 1962.
(4) Comisión presidida por el senador Frank Church. «Alleged Assassination Plots Involving foreign Leaders.» An Interim report of the Select Committee to Study Governmental Operations With Respect to Intelligence Activities United States Senate Together. Washington, Noviembre, 1975.
(5) Tim Weiner, Legado de Cenizas. Historia de la CIA. Debate, Barcelona, 2008.
(6) Haynes Johnson, The Bay of Pigs. W. W. Norton. Nueva York, 1964 .
(7) William Colby. Honorable men. My life in the CIA. Simon and Schuster. Nueva York. 1978.
(8) Daniel Ganser. » Retour sur la crise des missiles à Cuba. » . Le Monde Diplomatique , Paris, noviembre de 2002.
(9) Fidel Castro et José Ramón Fernández, Playa Girón, Pathfinder, New York, 4ème édition, 2007.
(10) F. Castro y J. Ramón Fernández. Ob.Cit.
(11) Haynes Johnson. Ob.Cit.
(12) Grayston Lynch. Decision for Disaster: Betrayal at the Bay of Pigs. Potomac Book, Washington, 2000.Tim Weiner. Ob.Cit.
(13) F. Castro y J. Ramón Fernández. Ob.Cit.