La guerra Irán - Israel, el precio del petróleo y sus efectos
Alejandro Narváez Liceras (*)
El petróleo, como pocos otros activos, condensa el poder geopolítico, la fragilidad económica y la ansiedad del mercado global. Cuando una bala cruza las fronteras entre países del Medio Oriente, las ondas expansivas llegan no solo a los países en guerra, sino también a los tableros financieros de Londres, Nueva York, Shanghái, y del mundo entero. La actual guerra entre Israel e Irán ha provocado un repunte en los precios del petróleo y como es de esperar tendrá efectos colaterales en el crecimiento económico, la inflación global y en las decisiones de política monetaria.
Riesgos para el crecimiento y la inflación
La reacción del mercado ante los ataques israelíes sobre objetivos estratégicos iraníes—incluyendo infraestructura energética y centros militares— y la respuesta de este último, no se hizo esperar. El precio del Brent subió más del 11 % y el WTI aumentó alrededor del 13% en apenas una semana. Es decir, cuando el petróleo se convierte en rehén de la geopolítica, el precio no lo determina ni la oferta ni la demanda, sino la incertidumbre.
Reconocidos analistas han advertido que un aumento sostenido de 10 dólares en el precio del barril de petróleo puede agregar hasta 0.5 puntos porcentuales a la inflación de las economías avanzadas y golpear con más fuerza a los países importadores netos, como Japón, Alemania, India, Indonesia y varios países de América Latina, incluido Perú.
La paradoja es clara: mientras la economía global intenta desacelerar su inflación con políticas monetarias restrictivas, el conflicto en Medio Oriente amenaza con encender nuevas presiones inflacionarias. Así, el margen de maniobra de los bancos centrales se reduce drásticamente. En un escenario de escalada prolongada de la guerra con el bloqueo del Estrecho de Ormuz (por donde transita el 20% del petróleo mundial) y la intervención directa de Estados Unidos en la guerra, el precio del oro negro podría rondar fácilmente los 120 - 150 dólares el barril, con riesgo de estanflación (alta inflación y bajo crecimiento) en la economía mundial.
Cabe recordar que la historia está plagada de precedentes similares. La Guerra del Yom Kippur (1973) y la Revolución Iraní (1979) desataron shocks petroleros globales. La guerra entre Irak e Irán en los años 80 tuvo efectos prolongados en los precios internacionales. Y la invasión de Kuwait por parte de Irak en 1990 empujó el Brent a niveles históricos. Hoy, como entonces, el mercado no reacciona tanto por escasez real del petróleo, sino por el miedo a la disrupción futura.
Y en este punto se evidencia una segunda capa del problema: el rol de la economía financiera. Los grandes fondos de inversión han reactivado sus apuestas sobre derivados energéticos, lo que amplifica los movimientos de precios. El petróleo, en este entorno, no es solo un bien físico: es un activo financiero sujeto a la especulación. BlackRock, Vanguard y otros gigantes financieros y gestores de fondos de inversión han aumentado su exposición al petróleo en sus portafolios de cobertura, lo que añade más volatilidad a su precio.
En consecuencia, el mercado petrolero ha dejado de ser un reflejo de la economía real para convertirse en un campo de juego de la economía financiera. Esta desconexión es la que explica por qué los precios suben más rápido que los fundamentos de la economía real. El barril de petróleo se convierte así en símbolo de una economía global en desequilibrio: una donde la lógica especulativa prima sobre las necesidades energéticas reales.
El dilema de los Bancos Centrales
El aumento del costo de vida y la reducción de la demanda global debido a la inflación impactaran directamente en el crecimiento. Para escenarios de conflicto prolongado, el Banco Mundial estima que el crecimiento global podría reducirse en un 0.5% durante el segundo semestre de 2025. Además, sectores altamente dependientes del petróleo, como transporte, manufactura y logística, sufrirán recortes, despidos y congelamiento de inversiones.
En este contexto, los bancos centrales enfrentan un dilema: combatir la inflación con tasas altas o evitar la recesión con políticas más expansivas. La Reserva Federal de Estas Unidos ha optado el miércoles pasado por mantener su tasa clave sin cambios, pero advierte que un conflicto prolongado podría obligarla a intervenir. Entre tanto, el Banco Central Europeo optó por detener cualquier avance en la reducción de tasas de interés. Por otro lado, no hay indicios de que el Banco Central de China vaya a modificar próximamente sus tasas de interés por el alza del petróleo.
Por otra parte, la guerra ha reforzado el papel de activos considerados refugios, como el oro y, paradójicamente, algunas criptomonedas. Mientras tanto, las bolsas de valores han reaccionado con caídas generalizadas, especialmente en países con alta exposición a la región. El precio del oro ha superado los 3.450 dólares por onza, aunque sin llegar a los 3.500 que alcanzó brevemente el 22 de abril último.
Apunte final
La guerra Israel–Irán ha reactivado una alarma energética que se proyecta globalmente. El impacto real dependerá de la capacidad del mundo para contener el conflicto, proteger rutas clave de transporte y estabilizar precios mediante coordinación entre los grandes jugadores del sector. De lo contrario, la economía mundial enfrentará una confluencia peligrosa: alta inflación, divisas débiles, represión del consumo y un ciclo monetario estancado.
Este episodio reitera una lección histórica: mientras el petróleo siga bajo control de regiones inestables, la economía será prisionera de la geopolítica. La humanidad necesita repensar sus estrategias energéticas y geopolíticas, reconociendo que la paz no es solo humanitaria, sino también un requisito básico para la estabilidad económica global.
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(*) Es profesor Principal de Economía Financiera en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y actual presidente de Petroperú.
(**) Este y otros artículos del autor pueden leerse en: www.alejandronarvaez.com