La fragmentación como signo distintivo

Por: 

Baldo Kresalja R.

REPRESENTACION Y GOBERNABILIDAD: LA ELECCIÓN DE ENERO 2020

A los partidos que intervinieron, hayan o no pasado la valla del 5%, se les ha denominado “teloneros” de la gran fiesta del bicentenario en el 2021, también los “enanitos” de siempre, y a los electores “distantes y desinformados en asuntos públicos.”  Los comentarios apuntan a la dificultad de lograr acuerdos de envergadura, aunque en los temas de ciertas reformas políticas y lucha contra la corrupción probablemente habrá acuerdos, algunos de los cuales se asentarán sobre las propuestas que les haga llegar el Poder Ejecutivo. Otro tema de casi total acuerdo es que las conductas de las bancadas congresales estarán muy pendientes de la campaña presidencial que probablemente se inicie en julio/agosto del presente año. También hay acuerdo sobre el castigo infringido a los partidos que boicotearon el funcionamiento democrático en el Congreso disuelto, utilizando el escándalo y la confrontación permanente: Fuerza Popular, que disminuyó grandemente su representación, y el histórico partido Aprista, que en esta elección contaron con el apoyo de Solidaridad y Contigo que no pudieron pasar la valla del 5%. Pero hay la impresión de que ese castigo no fue debidamente contrastado por los partidos ganadores. 

Como era de esperar, pero quizás no en la proporción alcanzada, fue alta la votación en zona sur del país de Unión por el Perú, partido ultra radical y autoritario de  izquierda, liderado desde la cárcel por el militar Antauro Humala, cuya condena por asesinato, pregonero de una difusa “etno- representación cacerista”; y por el Frepap, un partido religioso, teocrático, con aproximadamente 400,000 seguidores, que tiene ya varias décadas interviniendo en política y que es ajeno a las propuestas progresistas de origen liberal; razón por la cual sea una incógnita su futura actuación en temas de importancia. Han perdido también, sin duda, las propuestas de la ultraderecha, los cristianos protestantes y los fundamentalistas católicos.

Puede afirmarse que han triunfado mayoritariamente posiciones contrarias a la confrontación, a las arengas extremistas, a las generadoras de miedo tanto en el ámbito de la educación sexual como de la política. En general, ha sido un voto por la prudencia, por el afán mayoritario de iniciar una nueva ruta no confrontacional, pero que ha conservado tendencias electorales anteriores: el norte del país compuesto por un capitalismo informal y pujante, Lima y el centro divididos entre una élite republicana liberal y el desborde popular, y el sur con su tradicional voto de protesta.

Se especula por tanto sobre las tendencias entre los elegidos al Congreso, pero será la realidad la que deberá confirmarla o desmentirla: un Congreso está dividido en tres tercios de similar proporción: derecha (APP, Morado y FP), centro (AP, Podemos y SP) e izquierda (FA y UPP). La indispensable correspondencia entre representación y gobernabilidad, queda menguada con esos resultados. No sabemos si entre tantas agrupaciones –nueve– se podrá llegar a grandes acuerdos, pero no los habrá, sin duda, en el área de las propuestas extremas. Pensando en el futuro cercano del 2021 no puede ocultarse que la fragmentación en el voto puede minimizar acuerdos ideológicos amplios que perderán su capacidad integradora, tan necesaria en un país multicultural y de grandes dificultades geográficas como es el Perú. Las elecciones del 26 de enero y sus resultados enervaron a los integrantes de la extrema derecha y a los fundamentalistas de la izquierda tradicional, ambos aislados por los resultados que mostró la realidad, tal como ya había ocurrido en procesos electorales anteriores. 

Representación vs gobernabilidad

La fragmentación representativa dio lugar a comentarios disimiles.  La composición del Congreso muestra claramente la gran diversidad cultural y multiétnica del Perú, lo que se extiende a la falta de identificación sobre cuáles son los principales problemas del país y cuáles son las soluciones.  Pero creemos que los resultados de enero han ayudado a sincerar la multiplicidad de miradas que existen en el Perú, aunque ello cause temor hacia lo desconocido. Pero esa diversidad, tan rica en muchos aspectos, no suele ser un elemento que favorezca la concertación o el diálogo, en otras palabras, la gobernabilidad democrática, que siempre ha insistido en la conveniencia de una adecuada homogeneidad.

El gran tema que la elección del 26 de enero ha vuelto a poner de manifiesto es el de la calidad de la representación, porque resulta evidente que la ausencia de grandes temas políticos y económicos diferenciados, la falta de entusiasmo y la desconexión de buena parte de los electores con los congresistas elegidos, volverá a plantear la necesidad de una reforma que implica no solo superar los errores de la ley electoral, sino también cuestionar la conducta de los grandes medios de comunicación, de la universidades y de los entes representativos de la economía  y los servicios, porque con sus conductas cotidianas han precarizado la representación.  

Pero una de las evidentes conclusiones del proceso electoral de enero es su profunda repulsa al liderato político tal como se ha comportado durante los últimos años, especialmente al limeño, que ha controlado las principales herramientas de gobierno, y en donde se han distinguido, por su falta de generosidad con el país, las huestes seguidoras del fujimorismo, así como la ineptitud moral aprista. Hay en el resultado electoral un angustioso llamado ético que ojalá pueda ser satisfecho, aunque sea parcialmente. El espíritu republicano que estuvo presente solo en minorías desde la proclamación de la independencia no ha podido –razones mil– estar presente en el espíritu y la mente de la mayoría de nuestra actual población.

Como hemos adelantado, el número de congresistas obtenido por cada grupo que superó el 5% de los votos obtuvo un número de elegidos muy superior al número de electores que votó por ellos respecto a la población electoral total, como consecuencia del sistema electoral vigente. Esa sobre-representación da lugar a una sub-representación; en otras palabras, mientras no sea variado el sistema y se aumente significativamente el número de congresistas la población no estará bien representada.

La fragmentación de las agrupaciones elegidas nos muestra como un país de minorías políticas, lo que dificultará las tareas gubernamentales, y puede dar pie a posiciones extremas, encontrándose lejana la idea de un bien común o la necesidad de una compartida y colectiva tarea a largo plazo, lo que constituye un reto para asumir en la campaña electoral presidencial del 2021 por los partidos políticos.   

Una encuesta reciente revela que el 53% de los peruanos no se siente representado en el nuevo Congreso, aunque el 32% sí lo hace, y aceptan que tendrá con el Poder Ejecutivo una mejor disposición al diálogo que el anterior. Pero este resultado hay que leerlo, creemos, con cuidado, porque sin duda todo aquel que votó nulo, en blanco o por partidos que no pasaron la valla, se inclinará naturalmente por manifestar su malestar, más aún cuando prácticamente han desaparecido los militantes partidarios en todo el país. 

Se ha dicho también que la fragmentación de las opciones revela una crisis de representatividad de los partidos o que ella ha resuelto la crisis de gobernabilidad como producto de la confrontación entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo. No coincidimos totalmente con estos juicios. En primer término señalar que la fragmentación puso de relieve al Perú íntegro y diverso. En muchos países democráticos el ausentismo es grande, como lo ha sido el 26 de enero entre nosotros, pero ello no le quita legitimidad a la elección. Y la afirmación en el sentido que se ha resuelto la crisis de gobernabilidad me parece parcial y únicamente dirigida al gobierno de Vizcarra. El problema generado por la fragmentación del voto no es la falta de representatividad sino las dificultades futuras de gobernabilidad. Ese es el gran reto que tiene el Perú.

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