La cuenca amazónica en el centro de la disputa geopolítica de América Latina

Por: 

Róger Rumrrill

La cuenca amazónica con sus más de 8 millones de kilómetros cuadrados, uno de los mayores bancos genéticos de la Tierra, así como la mayor fábrica de agua dulce del mundo y que aporta el 20 por ciento del oxígeno planetario, se está convirtiendo en el epicentro de la disputa geopolítica de las potencias hegemónicas, sobre todo entre EE.UU. y China, en el contexto del quiebre epistémico, el colapso civilizatorio provocado por la pandemia del coronavirus y la amenaza apocalíptica del cambio climático.

Uno de los escenarios estratégicos de esta batalla geopolítica, además del Medio Oriente y otras zonas del mundo, es América Latina y el Caribe y acaba de empezar en Chile con el contundente triunfo electoral de Gabriel Boric, el candidato del conglomerado de centroizquierda “Apruebo Dignidad”, que aplastó sin atenuantes con el 10 por ciento más de votos a su rival ultraderechista, el pinochetista José Antonio Kast del “Partido Republicano”.

La victoria del joven nuevo presidente chileno de 35 años, en el balotaje del 19 de diciembre del 2021, es el inicio de un parteaguas y una inflexión en Chile y en toda América Latina y el Caribe: anuncia una nueva reconfiguración geopolítica en nuestro continente y es el punto de partida de un segundo ciclo de gobiernos progresistas en el espacio latinoamericano.

Chile, el portaviones de los intereses geopolíticos de EE. UU. en América del Sur

Chile ha sido, históricamente, el guardián de los intereses imperiales en América del Sur, desde el siglo XIX, en el ciclo imperial británico y en el siglo XX, y de EE. UU., antes y durante la dictadura de Augusto Pinochet. Ha cumplido el mismo rol, guardando las respectivas distancias, poderes e influencias que cumple Israel en el convulso Medio Oriente. Desde la creación del Estado de Israel, el 14 de mayo de 1948, hasta el día de hoy, EE.UU. ha proporcionado apoyo, sobre todo militar, a Israel por un monto de 146 mil millones de dólares. Washington ha ejercido su poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas 44 veces para librar y exculpar a Israel de la rendición de cuentas por crímenes de guerra y violaciones de los derechos humanos.  

Esta taimada y cínica protección del país más poderoso del mundo explica la impunidad con que Israel invade Palestina y comete crímenes de lesa humanidad y otras tropelías en el Medio Oriente, cuidando los intereses de su aliado, cómplice y protector, EE.UU.

La reconfiguración política de América Latina

Con el triunfo de la centroizquierda en Chile, EE.UU. pierde a su principal aliado, socio y a su portaviones geopolítico en América del Sur. No hay que olvidar que Chile ha sido durante tres décadas, la” democracia perfecta”, el “modelo ideal del capitalismo neoliberal”. Las protestas de 2006 y 2011 y el estallido social que empezó el 18 de octubre de 2019, derrumbaron ese castillo de arena y dejaron al desnudo una de las sociedades más inequitativas y desiguales del mundo. De acuerdo a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el 1 por ciento de los ricos de Chile concentra el 25 por ciento de toda la riqueza de la nación.
      
Los probables triunfos de Luíz Inácio Lula en Brasil  y de Gustavo Petro en Colombia, en las elecciones del próximo año (ambos tienen una ventaja del 20 por ciento en las encuestas de intención de voto sobre sus más cercanos contendientes) consolidarán aún más esta reconfiguración geopolítica y el segundo ciclo de gobiernos de izquierda en América Latina, ahora conformado además por los gobiernos de Luis Alberto Arce Catacora en Bolivia, Alberto Ángel Fernández en Argentina, Andrés Manuel López Obrador en México, Pedro Castillo en el Perú, Xiomara Castro en Honduras, incluyendo a Cuba, Nicaragua y Venezuela.

Para el geopolítico argentino, Atilio Borón, este segundo ciclo de gobiernos progresistas, a diferencia del primer ciclo de principios del siglo XX, se dará en un escenario y contexto de crisis y grandes cambios globales y de todo orden de cosas, incluyendo el crecimiento de las ultraderechas fascistas en América Latina.

La clave del éxito de estos nuevos gobiernos progresistas, según Borón y otros analistas, es y será la unidad de las fuerzas políticas de centro izquierda, la llave maestra del triunfo de Boric en Chile y un ejemplo para los demás países de América Latina, en especial para el Perú, pues, sin la unidad de las fuerzas de cambio, de la construcción de un poder popular con una estructura programática, será imposible el avance de los nuevos gobiernos. Porque los que estos regímenes progresistas han ganado es el gobierno. No el poder. El poder se consigue y se sostiene con la fuerza del pueblo.

Porque, además, este nuevo ciclo de gobiernos progresistas y la reconfiguración de la geopolítica de América Latina y el Caribe que ha puesto entre las cuerdas al neomonroísmo de EE.UU. en su “patio trasero”, ha levantado las alarmas y ha generado un estado de pánico y miedo en las fuerzas más retrógradas y cavernícolas del continente. Preparan sus hordas para pasar al contraataque.

El vocero intelectual más famoso de estas ultraderechas, el novelista Mario Vargas Llosa, acaba de exclamar en una cita internacional: “En estos días podemos estar perdiendo América Latina” y ha hecho un llamado a los intereses oligárquicos y a los dueños de la riqueza del mundo para ver “Si salvamos América Latina”.

Porque para Vargas Llosa, “la pluma privilegiada del imperio”, como lo llama Atilio Borón, todos los movimientos, partidos, organizaciones y multitudes   democráticas que han hecho posible el triunfo de los gobiernos de izquierda, los millones de trabajadores y trabajadoras, campesinos e indígenas, jóvenes, mujeres y hombres, discriminados, explotados, invisibilizados, empobrecidos y explotados, los convidados de piedra del sistema y el modelo neoliberal, son la mayor amenaza para “la libertad” y la “democracia”. Triste y patético final de un destacado escritor, ganador del Premio Nobel, que ahora es el guardia pretoriano y defensor a ultranza del cadáver todavía insepulto del capitalismo fósil y de ese 1 por ciento de ricos que controlan la riqueza mundial.