La buena nueva: la democracia plebiscitaria no hace daño a la democracia

Por: 

Víctor Caballero Martin

Desde hace tiempo en el establishment de la politología han identificado dos conceptos que son el anatema de toda la ciencia política, consideradas como muy perjudicial para los Estados y la salud de las democracias liberales: “Democracia Plebiscitaria” y  “Populismo”. 

El concepto Democracia Plebiscitaria no es nuevo, es verdad. Ya Max Weber lo había identificado y debidamente analizado como “una forma de legitimar la dominación carismática”, “como la forma más importante de la democracia de jefes”, pero no tuvo una posición negativa de esa forma de democracia, incluso la asoció a gobiernos como los de Cromwell, Robespierre y Napoleón. Claro, uno entiende que para ciertas épocas históricas que aparezcan un Cromwell derribando al Rey de Inglaterra o un Robespierre profundizando la Revolución Francesa generan el pánico justificado de quienes se sienten amenazados de su poder.

Lo cierto es que ese concepto de democracia plebiscitaria ahora se usa para descalificar todo intento de cambiar un orden injusto,  constituciones y leyes que siendo de origen de una dictadura son consideradas como si fueran escritas en piedra. Tengo la impresión incluso que cuando se trata de descalificar toda protestas social o toda lucha por el cambio social, se usa esta anatema pero para impedir el cambio social o mantener el status quo. Claro, no desconozco que hay experiencias históricas que muestran como líderes inescrupulosos usan los plebiscitos para introducir cambios constitucionales pero para quedarse en el poder eternamente, pero, tampoco debemos desconocer que para tumbarse a esos gobiernos tiránicos los métodos o procedimientos constitucionales establecidos en esas constituciones dictatoriales solo se pueden lograr con eso: con la movilización popular apelando a la democracia de masas. No hay otra, tampoco se conoce de otras experiencias de romper con una etapa dictatorial manteniendo el status quo.

Pues bien, lo que han hecho los jóvenes peruanos con sus movilizaciones en todo el país que han tumbado un gobierno absurdo con un gabinete de extrema derecha ha sido precisamente mediante el uso de democracia plebiscitaria. No es la primera vez que esto ocurre en el Perú. Cuando un tirano o grupo tirano se apropia del gobierno, es justo y legítimo tumbarlo con la acción de masas, eso pasó con Fujimori y eso ha pasado ahora con Merino y Antero, y eso ha puesto al Congreso que impuso ese gobierno en una extrema debilidad para sostener la democracia peruana. 

Claro, el miedo que se tiene a la democracia plebiscitaria es que sirve para justificar a líderes “populistas”, por tanto, los análisis sobre lo que ha pasado en esta semana en el país ha llevado a que algunos medios de prensa y analistas políticos no se fijen en el movimiento en sí y en las demandas que mueven las pasiones de la juventud, sino en los “azuzadores”. 

Lo que debemos tener en claro al respecto es lo siguiente:

  1. Que el sacrificio generoso que han hecho los jóvenes peruanos por tumbarse un gobierno de extrema derecha, con un gabinete integrado por gente impresentable, realmente aberrante, debe ser considerado como el triunfo de los jóvenes. Nadie debe atribuirse ese triunfo. 
  2. Ningún partido, ningún candidato tiene derecho a aprovecharse de ese gran sacrificio que ha costado la vida de dos jóvenes sin militancia política. Tampoco tienen derecho a denostarlos, insultarlos o terruquearlos como dijo Dalesio (nada menos que Ministro de Educación).
  3. Que Merino y Antero diseñaron un gabinete realmente alucinante, que no entendió nunca qué es lo que está pasando en el país. Antero llegó a decir que iba a contratar sociólogos para que le expliquen lo que estaba pasando con la protesta social; y otros ministros que representaban a los grupos empresariales se aprestaban a organizar sus equipos con el claro objetivo de usarlos como puerta giratoria.
  4. El Congreso de la República, como sabemos es un caso perdido: gente desleal, pérfida, la gran mayoría con procesos abiertos de corrupción o de violencia de género, hizo lo indecible para llevar a la política a los niveles más bajos e inmundos.  Que hay gente honorable, no lo dudo, son los menos, pero no nos confundamos, ellos nos llevaron a los niveles de crisis en que estamos ahora, lamentablemente, según los procedimientos establecidos, serán ellos los que deben sacar al país de esta crisis.

Precisamente es contra ellos, contra todo lo descrito es que se han rebelado los jóvenes y han hecho el uso legítimo de la desobediencia civil. Felizmente los jóvenes han logrado que en varios países la política activa pase a sus manos: en Chile lograron tumbarse la Constitución de Pinochet, uno de los asesino y ladrón más grande de la historia chilena; y así.

La buena nueva, para usar el lenguaje cristiano, es que ya tenemos una juventud que se ha puesto sobre sus hombros al país; que no tolera ser dejado de lado, terruqueado y no les asusta la violencia represiva, y exige ser actor en la construcción de la democracia en el Perú.

Si hay algo que ha puesto en riesgo la democracia peruana no es la movilización de los jóvenes, sino la corrupción desembozada de la clase política en alianza con grupos de poder económico; si hay algo que ya resultaba intolerable para la salud democrática es la increíble componenda de las bancadas parlamentaria y sus partidos  en la captura de los poderes del Estado.

De ahora en adelante estoy seguro que  la clase política debe estar muy consciente de que ya no les será fácil imponer medida impopulares. El reto que tenemos en adelante es construir esos espacios de comunicación con los jóvenes y el pueblo para gobernar en democracia y por el bien común, y no a escondidas, con corruptelas y para beneficio de grupos de poder.

Esa es la gran lección de esta jornada histórica.

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