¿Democracia andina o formal?
Pablo Najarro Carnero
En una reciente conversación sobre construcción de ciudadanía en Puno, salió a colación el tema y concepto de democracia en modo crítico, a propósito de una exposición previa. Y había mucha razón en plantearlo. Hablamos siempre de democracia desde el concepto griego y mundialmente aceptado. Es impuesto como camisa de fuerza para cualquier estado, sea este de oriente u occidente. Y la pregunta es si en el Perú, específicamente, en el mundo andino, ¿podemos aplicar en todos sus extremos los principios del concepto? Planteo el tema para ahondar en la discusión.
Quiero comparar entre el concepto helénico aceptado como país y la vivencia consuetudinaria de nuestro mundo andino, que también puede – y podría – ser considerado como un ejercicio mejor de democracia del que estamos manejando.
Comencemos por la elección de autoridades. Cada cuatro o cinco años en el sistema, llamémosle formal, se elige a quienes nos representarán o gobernarán. Para llegar a ello, quienes quieran representarnos o gobernarnos, se mostrarán – marketearán – ante nosotros, para decirnos que tienen los pergaminos para votar por ellos. Pocos dicen la verdad, la mayoría, con ayuda de los medios de comunicación concentrados, se mostrarán como objetos del deseo de nuestro voto. Y, votaremos por ellos. ¿Qué después nos decepcionen?
Bueno, que el electo/a haga lo contrario de lo que prometió, no hay manera de resolverlo. Ya fuimos.
La elección en la “democracia formal” es a través de una votación obligatoria y coercitiva. ¡Vaya coincidencia! En la Andina, también lo es. La formal te obliga y, si no votas, te multa y te restringe tus derechos sociales, económicos y hasta contractuales.
En el sistema andino, la comunidad – polis – que no ha entrado al sistema “democrático”, el tener una autoridad o representatividad es por elección – no votación – de la misma comunidad. Ninguno se presenta como candidato. No hace campaña. Peor aún, no será bien visto que se auto proponga. Los miembros de la comunidad proponen nombres bajo responsabilidad, es decir, que la propuesta tenga un fundamento. Lo usual es que el propuesto tiene un historial – CV – comunitario. Ha pasado por encargos menores en los que ha demostrado su capacidad en el ejercicio de las funciones encargadas. Demás explicar todos los adjetivos. La comunidad consensúa – no vota – y decide que el designado será quien asuma el cargo o representatividad.
La elección de un cargo en la democracia andina, dicho ut supra, es a través de un consenso. Lo grave – si vale el término– de lo anteriormente dicho es que el elegido no puede negarse a asumir el cargo. El hacerlo le acarrearía una sanción o desmerecimiento dentro de la comunidad y su familia. Negarse le supondría no tener beneficios que la comunidad consiga para sí misma. No hay eso de lo que se vive en la “democracia formal” el de por esta vez paso.
Más aún, toda la comunidad – sin excepción – se obliga a apoyarlo en el ejercicio de su función. No hay entre la comunidad eso – tan “democrático” – de “yo no estuve de acuerdo en su elección” y por eso no lo apoyo. Fue elegido por la comunidad y todos “tienen” – no es que “sienten” – el deber de apoyarlo.
¿Qué hay en lo anteriormente dicho? Uno podría decir que se coacciona a la función política – de la polis como comunidad – a asumir una función. ¿Por qué no? La pertenencia a una comunidad familiar, comunal o social supone que sea parte activa de la misma. En el mundo andino hay una ley no escrita, llamémosla ancestral de lo dicho. Desde nuestra mirada occidental, las obligaciones y derechos son de ida y vuelta.
Sobre el ya entendido concepto de diálogo como constructor de democracia. La formal considera que esta se logra a través de un debate, un torneo de posturas, sean estas personales o partidarias. Sean estas verdaderamente democráticas o ideológicas. Hoy en la formal, económicas y delincuenciales. El que tiene más recursos lingüísticos, además del marketeo, se mete al bolsillo al elector.
La decisión, en la “democracia formal” se toma por mayoría. En ella puede haber el disenso que puede llevar – y suele ser así – a abstenerse de apoyarlo, es más, puedo criticarlo, ofenderlo, mancillarlo y pedir su revocatoria, salvo blindaje legal para el mismo.
Contundente es, el sistema democrático andino, si el elegido no cumple el mandato, puede ser corregido y sancionado. Es ya conocido que cuando no cumple para lo que fue elegido, se le saca en un burro fuera de la ciudad – la polis – en señal de severo castigo.
En menor grado, será azotado públicamente para escarnio, no solo de él mismo, sino como lección para la comunidad. No será defenestrado del cargo, sino que seguirá, pero con la clara advertencia de que no se le permitirá volver a equivocarse.
Lo último supone que la polis está atenta a su desempeño público. Y el elegido sabe que no puede hacer algo para lo que no fue encargado. Ya tenemos aquí en Puno, por ejemplo, casos en que alcaldes han ido a Lima y han terminado apoyando a un gobernante de turno. A su vuelta, han sido azotados en la plaza. Chicotazos al poto.
La democracia “formal” es coyuntural. Cada cuatro años o cinco, se tiene el llamado “proceso electoral”. Después de ella, al menos por ahora, no hay manera de controlarla. El único medio era la Defensoría, que como ya sabemos, es manejada por el Congreso.
El elegido se abstrae del control social y se subsume a lo que disponga el partido. Y para el caso de nuestro Perú, ya ni le importa lo que digan quienes lo eligieron.
Y durante todo el periodo, sólo queda la prensa, que igual, responde a los favores políticos. Puede haber un proceso de revocatoria, pero con los candados que se han puesto, lo hacen imposible de lograrlo.
¿El castigo del voto en la siguiente elección? Pregúntales si les importa.
En la democracia andina, el control es permanente – concurrente – por lo ya expuesto. Cuando sea conveniente, en algunos casos, programada, hay una reunión comunal. Siempre hay tema de conversación – digamos diálogo – y es siempre constructivo, consensual. No hay, como en el formal, peleas o insultos ofensivos, menos amenazas. Hay argumentos que se escuchan, se merituan y se decantan, hasta llegar a un nombre. Antes, sí, en un sentido patriarcal, no machista, (hay, creo, una confusión terrible entre estos dos términos usados indistintamente) se elegía usualmente a un varón. Hoy en día, eso ha cambiado. Ya se eligen a mujeres para cargos antes sólo considerados para varones. Al menos en Puno, ya tenemos “tenientinas” en una forma feminizada de llamarlas tenientes o tenientas.
Quedan ideas en el tintero. ¿Se entendió?
¿Y entonces? A manera de conclusión. ¿No es mejor la democracia andina? ¿Debemos deconstruir el concepto de democracia y todo lo que ella conlleva para adecuarla y/o reconstruirla y que pueda ser mejor entendida en nuestra idiosincrasia? ¿Valorarla y ponerla en contexto?
Y entonces, ¿podríamos también hablar de otras democracias? ¿Ser más interculturales? ¿Una democracia de la selva? ¿También en todo el mundo? ¿Tiempo de considerar las convivencias sociales de cada sociedad en el mundo? Entonces, ¿el pacto social deberá ser adecuado a la estructura social organizativa de cada pueblo, a cada cultura? Tiempo de filosofar. Perdón, Platón.