En un clima de encono, Perú va a la segunda vuelta
Luis Pásara
En medio del enfrentamiento político más agudo de las últimas décadas, Keiko Fujimori y Pedro Castillo se encaminan a definir el 6 de junio quién presidirá Perú a partir del 28 de julio, fecha en la cual se conmemora el bicentenario de la independencia nacional. Ninguno de ellos cautivó al electorado en la primera vuelta, llevada a cabo el 11 de abril. Castillo obtuvo el 15,3% de los votos emitidos y Fujimori alcanzó solo el 10,9%. Esto significa que solo uno de cada cuatro electores sufragó por uno de los dos.
En la campaña de esa primera vuelta prevaleció un desánimo basado en razones de peso. En ese momento la pandemia de Covid-19 seguía produciendo un gran número de víctimas –que ha decrecido en las semanas posteriores–, pero más allá de esa circunstancia entre la mayoría de peruanos prevalecía la percepción de la falta de progreso. Según los resultados obtenidos por la encuestadora IPSOS, solo uno de cada cuatro entrevistados consideraba, a comienzos de este año, que su familia está progresando y el 53% creía que el país está retrocediendo. La percepción no ha variado.
Por entonces había pocas esperanzas de que los políticos pudieran hacer algo por cambiar el paisaje. En América Latina el electorado peruano se halla entre los que menos aprecian y muestran satisfacción con la democracia. Numerosos políticos –entre ellos todos los presidentes elegidos en los últimos 35 años– han sido procesados por corrupción. Y abundan los personajes que han pasado por tres o más camisetas partidarias como parte de su carrera hacia el poder.
En rigor, no hay partidos, salvo Fuerza Popular, que sigue la estela del dictador Alberto Fujimori. Lo que hay son agrupaciones reunidas para cada elección, que carecen de vida partidaria y de militantes; solo tienen adherentes temporalmente reclutados. De allí que quienes perdieron en la primera vuelta carezcan de capacidad para endosar sus votos a Castillo o a Fujimori en la segunda.
Aguda polarización entre las candidaturas
El clima de desinterés en el que se votó en abril se ha transformado en las últimas semanas, bajo el estímulo del mecanismo de segunda vuelta y una agresiva publicidad. En todas las encuestas posteriores a la primera vuelta aparece una fuerte polarización de la intención de voto, que solo de manera simplificada puede ser interpretada en el eje izquierda-derecha.
Una dimensión es la regional. Fujimori gana en Lima y en algunos puntos de la costa norte; Castillo, en el resto del país, mientras los sondeos muestran que cuatro de cada cinco de sus potenciales votantes viven en el interior. El centralismo limeño y el resentimiento que ha generado históricamente se manifiestan de manera plena en la intención del votante.
La otra dimensión es económico-social. Las encuestas sobre intención de voto que atienden a las diferencias según estratos socioeconómicos (NSE), muestran clarísimamente una suerte de lucha de clases electoral: Castillo aumenta su voto según se desciende en la escala social y Fujimori lo pierde.
Por cierto, el peso de cada estrato en la población electoral no es el mismo. Los sectores A y B, principalmente localizados en Lima, suman el 14%; el estrato C, 32%; el D, 24%, y el E, 30%. Esto significa que los desfavorecidos suman el 54% del total de electores.
Fuente: IPSOS
Dado el mecanismo de segunda vuelta, el “antivoto” es muy importante. El antivoto para Keiko era muy alto, pero ha ido reduciéndose mientras que el de Castillo aumentaba a medida en la campaña avanzaba. Aun así, los sondeos más recientes indican que el rechazo a Fujimori es compartido por más de la mitad de los encuestados, mientras que el de Castillo suma a algo más de una tercera parte.
En 1990 se dijo que los sectores postergados inventaron un candidato –Alberto Fujimori– frente al candidato de “los de arriba”, el escritor Mario Vargas Llosa. Treinta años después parece haber ocurrido lo mismo. Castillo surgió casi de la nada. Es un maestro rural, con escasa preparación. Pero el “dueño” de su partido, Vladimir Cerrón, es un médico formado en Cuba que se declara marxista leninista y que debido a sus posturas patriarcales es llamado “machista-leninista”. Fue condenado judicialmente por irregularidades en su gestión como gobernador regional. No obstante, la candidata de la izquierda educada, Verónika Mendoza –que en la primera vuelta obtuvo 6,39% de los votos emitidos– ha firmado un pacto de compromisos con Castillo, quien ha afirmado: “El señor Cerrón está impedido judicialmente y no lo van a ver ni siquiera de portero en ninguna de las instituciones del Estado”.
Keiko Fujimori, además de haberse desempeñado como “primera dama” de su padre durante seis años, cuando su madre fue desplazada por discrepar de su marido, afronta varios procesos judiciales y ya ha pasado varios meses en prisión preventiva. Rodeada de asesores que son los de su padre, ha prometido indultarle la condena de 25 años de prisión por corrupción y violación de derechos humanos, que le fue impuesta en 2009.
Ambos son líderes autoritarios en un país que quiere un gobierno elegido, pero de mano dura. Y en el que prevalece el conservadurismo en asuntos sociales: siete de cada diez electores están contra el aborto, el matrimonio igualitario y el millón de migrantes venezolanos que viven en Perú. Ambos candidatos se oponen a la educación sexual en los colegios.
Hasta ahí, las semejanzas. Fujimori, pese a una retórica súbitamente convertida en inclusiva de los pobres, simboliza el mantenimiento del status quo. Castillo anuncia el reemplazo de la Constitución de 1993 impuesta por Alberto Fujimori, que –como ha ocurrido en Chile con la de Pinochet– es vista popularmente como garante de las desigualdades prevalecientes, y busca renegociar los contratos que benefician a las empresas de industrias extractivas.
Una campaña que alienta el miedo y cuestiona ‘el modelo’
En la campaña actual, tiempo y recursos se gastan en acusaciones mutuas que han creado un clima de enfrentamiento agudo, al tiempo que las propuestas escasean. En las redes abundan noticias falsas, entre las que resaltan “datos” de encuestadoras fantasma y la multiplicación de información ficticia. Facebook e Instagram han eliminado decenas de cuentas falsas que hacían campaña por Fujimori.
La mayor parte de los medios y de la publicidad electoral giran en torno al anticomunismo: los casos de Venezuela y Corea del Norte se utilizan para crear miedo a Castillo entre el electorado de capas medias. Al efecto, una gran inversión publicitaria inunda medios, calles y redes sociales.
Pero un gran asunto de discusión es la defensa del “modelo” neoliberal que el país ha mantenido durante los últimos 30 años y que, si bien ha sostenido el crecimiento y ha reducido la pobreza, no tiene mayores efectos sobre las dramáticas desigualdades. Acceden a servicios públicos quienes pueden pagar por ellos, en educación y en salud. Con ocasión de la pandemia se ha revelado el desastroso estado de la salud pública. De allí que “el modelo”, tal como está, solo fuera respaldado por uno de cada diez encuestados por IPSOS a comienzos de mayo.
Fuente: IPSOS
¿Y por qué hay que cambiar el modelo? Las respuestas de los encuestados revelan que la pobreza (31%) y la desigualdad (27%) generadas por el modelo son las razones de mayor peso.
A fines de mayo, las últimas encuestas dan a Castillo no menos de cinco puntos porcentuales de ventaja, una diferencia que fue mayor y Fujimori ha ido recortando hasta estancarse, debido a su mayoritario antivoto. Entre el 10% y el 15% de los encuestados no se inclinaba por ninguno de los dos. Pero debe tenerse presente que ninguna encuestadora acertó en la primera vuelta. Es conocido en el país que las decisiones del elector se adoptan en los momentos previos a la votación. Y en el panorama actual cada gesto puede contar. Los indecisos pueden decidirse luego del último debate entre los candidatos, el 31 de mayo.
Después del 6 de junio
En el Congreso, 10 partidos han alcanzado representación parlamentaria. Ninguno tiene siquiera la cuarta parte de los escaños. En los últimos cinco años se ha demostrado que el enfrentamiento entre el ejecutivo y el Congreso, motivado solo por ambiciones personales o de grupo, paralizó el país. Quienquiera que gane no contará con una mayoría estable en el Congreso. Si a eso se suman los conflictos sociales –alentados a lo largo de la candidatura de Castillo– probablemente se estará en un escenario de escasa gobernabilidad.
Otra incógnita se encuentra en las Fuerzas Armadas, que hace medio siglo se lanzaron, con Velasco Alvarado a la cabeza, a la aventura de recrear el país, a fin de acortar las diferencias sociales, y no lo lograron. Hoy están corroídas por la corrupción y no se sabe hasta qué punto estarían dispuestas a “arbitrar” en el enfrentamiento social que aguarda. Las acusaciones de fraude que los partidarios de Fujimori han lanzado en estos días acaso busquen crear un clima propicio para un “pronunciamiento” militar que hundiría al país en un panorama aún más oscuro.