El hambre crece desbocado en el Perú

Por: 

Alejandro Narváez Liceras (*)

El tema del que me ocupo en este breve artículo encoge el alma, pero no podemos esquivarlo, ni mirar de costado. Hay que ponerlo en la palestra para que no se olviden y tomen conciencia, para que todos conozcan que, en un país tan rico, vasto y diverso como el nuestro, más de la mitad de sus habitantes se van a la cama cada día con el estómago vacío, para que todo el mundo sepa que en pleno siglo XXI millones de hombres y mujeres no puedan alimentarse dignamente y se levantan cada mañana sin saber si van a comer ese día.

Los peores datos del hambre 

El hambre en el Perú está en su punto más alto, como jamás se había visto antes y muy por encima del resto de países de América Latina. El informe global de crisis alimentaria (FAO, 2022), revela que 16 millones 600 mil peruanos (50.5% de la población total) están en situación de inseguridad alimentaria moderada, es decir, personas que han visto reducida la cantidad y la calidad de sus alimentos y no están seguros de obtener alimentos debido a la falta de dinero u otros recursos. En el 2016 había 11 millones 300 mil personas (37.2%) en esa misma condición.

En el extremo están los otros 6 millones 800 mil (20.5%) peruanos en situación alimentaria grave, que son aquellas personas que se han quedado sin alimentos, sufren hambre y no consumen alimentos durante un día o más. El escenario en el Perú ya era muy preocupante en 2016. En ese entonces, un total de 4 millones 100 mil almas (13.5%) no pudieron alimentarse dignamente (Véase el informe FAO de 2021). Las cifras son desoladoras y desafiantes. Lo peor es que estas cifras pueden aumentar cuando vemos intactas las causas que las han generado. 

Hambre cero para 2030: una quimera

La producción mundial de alimentos se ha multiplicado, al menos 3.6 veces desde hace 70 años y la población en sólo 2.5 veces. Sin embargo, el mundo atraviesa sus peores momentos de hambruna. Es una gran paradoja. Hoy, la situación es mucho más dramática que hace ocho años, cuando los países firmantes de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) se comprometieron a cumplir el objetivo de poner fin al hambre y todas las formas de malnutrición para 2030. Desde 2015, año en el que se firmó el compromiso de hambre cero, el número de personas desnutridas y hambrientas en el mundo, no ha dejado de crecer. 

En 2019, año de pre-pandemia el hambre alcanzaba a 618 millones de personas en todo el mundo. Con la llegada del virus, la cifra se disparó hasta colocarse entre los 702 y 828 millones. El panorama   es aún más grave, si se considera a todos aquellos que viven con la incertidumbre de conseguir alimentos o que no pueden permitirse una dieta saludable, es decir, que están en situación inseguridad alimentaria. En esta condición vivían más de 2,300 millones de personas en 2021: una de cada cuatro en el mundo. Según los últimos cálculos de la FAO, cerca de 670 millones de personas seguirán padeciendo hambre en 2030, que equivale, al 8% de la población mundial. 

Los causantes del hambre 

Quizás podríamos encontrarlas respuestas en dos frentes. En el frente interno:  las elevadas tasas de pobreza monetaria   y la creciente desigualdad de ingresos, agravadas con la pandemia que inicio en 2020. El análisis de Latinometrics, basado en el informe sobre desigualdad global 2022 del World Inequality Lab (WIL), acaba de revelar que el Perú es el cuarto país con más desigualdad en el mundo (el informe estremece). También están los efectos negativos de otros factores como el cambio climático, la recesión económica, la permanente crisis política y social, la corrupción que sustrae millones de soles anuales del presupuesto público, la inflación, etc.  Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, la falta de un Gobierno eficiente y de un Estado capaz de garantizar los mínimos derechos a sus ciudadanos es la causa fundamental de las abultadas cifras de hambre que exhibe el Perú.

Las causas en el frente externo: el control de los alimentos básicos que está en manos de monopolios y de pocos países. La seguridad alimentaria mundial no está diversificada. Y lo peor de todo esto es que no se trata de un problema nuevo. Ya lo era en 2008 (en la última crisis financiera global). Y lo es ahora. Menos de 10 países controlan cerca del 86% de las exportaciones de trigo, el 85% del maíz, el 78% del arroz y cerca del 87% de la soja. También es preocupante la distribución de las reservas de estos alimentos, sólo cinco países tienen las tres cuartas partes de todas ellas. China y Estados Unidos concentran el 82% de las reservas de maíz en el mundo. 

La situación se agravó aún más con los elevados precios mundiales de los hidrocarburos y las materias primas agrícolas, sumado a ello, un entorno de alzas de tasas de interés por parte de los principales bancos centrales del mundo (dicen para combatir la inflación), lo que acarrea pérdida de valor de las monedas locales frente al dólar. La guerra en Europa es un factor adicional de la crisis alimentaria.

Reflexiones finales

Estamos ante una crisis alimentaria en toda regla.  Desgraciadamente, las cifras pueden seguir aumentado.  Las condiciones están dadas: un país sin norte económico, crisis política permanente, corrupción generalizada, crisis de confianza, falta de políticas de Estado dirigidas a combatir las causas del hambre, etc.  Sumado a todo ello, la escalada de la guerra en Europa, la crisis alimentaria mundial, la recesión económica global, la crisis energética, etc. El plato está servido. 

Las cifras de hambre son evidencias del rotundo fracaso de los planes de seguridad alimentaria y nutricional del MINAGRI de los que se viene hablando desde el año 2012.  El crecimiento exponencial de las ollas comunes (3,355) y los comedores populares (13,484) promovidos por el MIDIS son meros paliativos, que crean dependencia, pobreza, humillación, desalientan el esfuerzo y el mérito a millones de peruanos que acuden a estos servicios llamados de “bajo costo”. Los peruanos demandan trabajo y la obligación del Gobierno es promoverla creando condiciones para ello. 

Los problemas estructurales (desempleo, pobreza, desigualdad, hambre, etc.), son consecuencias, de decisiones políticas equivocadas tomadas por quienes gobernaron el país durante décadas. Es también el efecto de un modelo económico de más mercado y menos Estado, del dejar hacer y dejar pasar (El Laissez faire) que pusieron en marcha sus mentores hace 30 años. Habrá quienes no reconozcan esta cruda realidad. Eso poco importa en este momento.

Necesitamos propuestas disruptivas para transitar hacia un país desarrollado, cohesionado socialmente y abierto al mundo. Planteo dos propuestas para el debate y no son nuevas:  1) una profunda reforma de la actual constitución pensando en los desafíos del siglo XXI y en la nueva era de la inteligencia artificial 2) Un cambio del modelo económico a partir de nuestra propia realidad y las lecciones aprendidas en tres décadas de su vigencia. Un modelo con justicia y donde el medio ambiente importe. Un modelo para alimentar a todos los peruanos. 

Sólo necesitamos, voluntad política, sentido de país y sentimiento patriótico.  
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(*) Es profesor Principal de Economía Financiera en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y director del Instituto Internacional de Economía & Empresa.