Conversando con un peruano desinformado
Fernando de la Flor Arbulú
Me enteré que un buen amigo estaba internado en un hospital por un problema de salud. Lo fui a visitar y conversé con él. Logré entrar a su habitación no obstante los piquetes de huelguistas que intentaron impedírmelo. Las condiciones materiales en las que estaba eran precarias, pero él se sentía atendido, diría bien atendido. Su enfermedad estaba controlada y, según los médicos, en franco proceso de recuperación.
Me llamó la atención, primero, que él no estaba informado de la huelga del sector salud. Me dijo que no la sentía. Como no puede leer periódicos y la única televisión que tiene solo le permite ver noticias internacionales, me comentó que no estaba al tanto de lo que sucedía en el país. Es un hombre solo, sin familia. Yo era uno de los pocos amigos que lo había ido a visitar.
Le comenté varias cosas, las cuales ignoraba por completo. Así como la huelga del sector salud, no sabía que los colegios de buena parte del país están paralizados. Es probable que los estudiantes pierdan el año.
Le hablé también de lo que se viene conociendo del denominado caso Odebrecht. Había escuchado, antes de internarse, que la ahora famosa empresa de construcción brasilera, había declarado que tenía una estructura dentro de su organización destinada a comprar políticos y gobiernos en América Latina, incluido el Perú, a cambio de recibir obras públicas con presupuestos incrementados desproporcionadamente.
Nada sabía del caso Humala. No estaba informado que la Fiscalía había pedido su prisión preventiva y que el Poder Judicial la había concedido. Humala está preso –le dije- en una celda al costado de Alberto Fujimori.
Su rostro iba cambiando de la serenidad al sobresalto, pasando por la perplejidad. No podía creer lo que le estaba contando.
Hizo reflexiones sensatas, síntoma de que estaba mejorando su salud. Cómo es –me preguntaba- que se ordene la detención de alguien, como Ollanta Humala, si es que no existe acusación fiscal ni juicio en curso. No es acaso –me dijo en voz alta– que se ordena la cárcel como una medida excepcional, y no ordinaria. Dónde queda –finalizó su reflexión– la presunción de inocencia. No es que quién acusa debe probar la culpabilidad antes que el acusado su inocencia.
Su sorpresa era evidente. Y su indignación empezaba a manifestarse.
Cayó en la cuenta, inmediatamente después de lo que veníamos comentando, que todos los ex presidentes vivos del Perú, democráticamente elegidos, estaban judicialmente encausados. Todos, sin excepción.
Advirtió la diferencia, sin embargo. Alberto Fujimori lo estaba luego de un largo proceso judicial en forma, al cual se sometió expresamente y en el que ejerció su defensa legal sin restricciones, con todas las garantías del debido proceso. Lo recordaba, así como también se acordaba de los cuestionamientos posteriores que el propio Fujimori hizo a dicho proceso, pero sin poder desmentir que jamás se le recortó el derecho a su defensa.
En el caso de Alejandro Toledo, comentamos entre ambos, si bien tiene orden de captura internacional, según ha trascendido, hasta ahora no puede iniciarse su proceso de extradición porque la resolución del juez no ha completado los requerimientos exigidos por Estados Unidos, lugar donde está ubicado.
Le conté que las audiencias judiciales en los casos de Toledo y Humala fueron transmitidas por televisión en directo, con gran sintonía. Le dije que había escuchado buena parte de algunas de ellas, no de todas. Le comenté que habían durado algo más cuatro horas, las que yo vi. Se apenó de no haberlo hecho. No tengo televisión con señal nacional, me recordó de inmediato.
Alan García está comprendido en una investigación fiscal sobre el caso Odebrecht.
Me adelantó un comentario reflexivo: el mundo debe estar sorprendido. Los únicos cuatro ex presidentes del Perú vivos, están en la cárcel o, eventualmente, en vísperas de estarlo. No es para enorgullecerse –me añadió. Pero sin duda es un record.
Antes de despedirme de él, algo repuesto de la impresión de todo aquello que no sabía que estaba ocurriendo a su alrededor, me tomó por el brazo y se me acercó al oído: sé todo lo que está pasando en Venezuela, la de Maduro, aquel dictadorzuelo –me recalcó- caribeño, que está desangrando a su pueblo mientras todos lo contemplan sin hacer mucho.
A veces –me dije a mi mismo, en atento silencio- hace bien, en el Perú, no ver televisión ni leer periódicos, ni cambiar información, ni recibir noticias. La conversación con mi amigo desinformado, así me lo confirmó.
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