El difícil camino del liderazgo político de las mujeres

Por: 

Susana Chávez

El doble rasero que políticos y políticas utilizan para valorar los actos públicos y de gobierno ya no nos sorprende. Pero esto no implica quedarnos en silencio ante una denuncia como la del congresista Jorge Del Castillo, quien cuestionó el nombramiento de la ministra Liliana La Rosa en la cartera del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (MIDIS) por supuestamente ser militante del Frente Amplio y por la ventaja que su organización política podría obtener de cara al próximo proceso electoral.

Lo primero que habría que hacerle saber al congresista es que, desde enero de este año, la ministra ya no milita en esta agrupación política, tal como ella misma lo ha anunciado en redes sociales. Esta situación no resulta difícil de creer ya que todos/as sabemos del cisma que hubo al interior del Frente Amplio y de la posterior salida de muchas personas de esta agrupación. 

No deja de ser irónico que la militancia ajena sea un factor de preocupación para el congresista Del Castillo, cuando hasta hace muy poco tiempo dos de sus compañeros ocuparon las carteras de Salud (Abel Salinas Rivas) y Trabajo (Javier Barreda). Por lo menos, no lo escuché decir que esto podría dar ventaja al Partido Aprista en las elecciones.

También preocupa un poco que se objete la militancia de la ministra y no el nombramiento del ministro de Defensa, José Huerta Torres, que aparece en un vladivideo junto con una reducida cúpula militar que celebra alegremente el cumpleaños de su “amigo”, Vladimiro Montesinos. Habría que preguntarse si se trata o no de alguna solidaridad de género. 

Sin embargo, no es el ataque a la ministra o el desagravio lo que me anima a escribir sobre este tema. Estoy convencida que ella sabrá responder con una buena gestión, ya que se trata de una mujer competente y de una carrera profesional exitosa. Lo que me gustaría abordar es algo que nos compete a muchas mujeres y es el asunto de las militancias políticas, sobre todo en un contexto donde todavía enfrentamos una enorme brecha de género. 

Según el Registro de Organizaciones Políticas (ROP) del Jurado Nacional de Elecciones (2016), en 13 de los 24 partidos políticos que presentaron datos de sus afiliados, la militancia femenina es mayor que la masculina, aspecto que se ha mantenido de manera sostenida desde el 2007. Pero cuando se compara la cantidad de directivos, todos los partidos políticos presentan una mayor cantidad de dirigentes hombres que mujeres. Esta proporción apenas ha variado y al revisar las cifras, en los últimos diez años las brechas parecen haberse incrementado. Esta afirmación no exceptúa al Partido Aprista ya que solo el 10% de sus dirigentes son mujeres.

Importa poco si una ministra se encuentra registrada en un partido político o no. Lo que sí es relevante es que las mujeres dejemos de estar subrepresentadas y marginadas del liderazgo. Necesitamos que al interior del debate político nos ocupemos de las causas estructurales de la desigualdad de género, con propuestas concretas para combatir la desigualdad salarial, la violencia contra niñas, adolescentes y mujeres, la ausencia de políticas de cuidado y la desatención a sus necesidades de salud sexual y reproductiva.

Es decir, necesitamos que nuestra democracia se humanice y logre finalmente hacer que todas y todos construyamos un país, en donde la igualdad de oportunidades dejen de ser simples palabras, para convertirse en una realidad.   

 

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