Trump.2: ¿la fase terminal del Destino Manifiesto?

Por: 

José F. Cornejo

En su discurso inaugural el presidente Donald Trump no se desmarcó en ningún momento de la imagen imperial con la que quiere marcar su segundo mandato. Parodiando a Chaplin en el Grand Dictador, Trump apareció jugando con el globo terrestre, señalando territorios que desea adquirir y renombrando otros a sus designios majestuosos de una gran América que regresa con él a una nueva etapa dorada.

En realidad, en su discurso no hubo ninguna sorpresa, repitió lo que ya había venido señalando en sus diferentes mítines de campaña electoral y que daban claras señalas de la dirección en la que busca embarcar su segunda gestión. Los temas de política interna ocuparon el lugar central, el tema migratorio, el costo de vida, y los cambios a realizar en la administración pública para encaminar nuevamente a los EE. UU. a una era dorada y excepcional bajo su mando.

Para los que habían tomado sus ambiciones de retomar el Canal de Panamá o cambiarle el nombre del Golfo de México como exabruptos populistas electorales, descubrieron que Trump no bromeaba y que sus ambiciones imperiales van en serio. No es un detalle menor su reivindicación del presidente McKinley, el 25 presidente de los EE. UU., para renombrar la montaña más alta de los EE. UU., el monte Denali en Alaska. En una rápida búsqueda en Wikipedia podemos encontrar que McKinley fue uno de los presidentes que expresó mejor el destino manifiesto de expansión territorial de los EE. UU., dirigió la victoriosa guerra en contra de España en 1898 y la anexión de Hawái, Guam, y Puerto Rico a los EE. UU.

La pregunta central es si la imagen propagandizada por Trump.2 de una América todopoderosa que reina a su antojo los destinos del mundo es una realidad o un espejismo publicitario de destino doméstico. Como ha señalado pertinentemente Emmanuel Todd, la tarea herculeana que le espera al presidente Trump es frenar el declive de los EE. UU. como superpotencia luego de sus fracasadas intervenciones militares buscando imponer un orden mundial unipolar, la más cruda de ellas, la derrota aplastante de la OTAN en Ucrania. O es que ya nos olvidamos del manifiesto “mackindereano” de Z. Brzezinski escrito en 1997, El gran tablero mundial, que guiado bajo la máxima de H. Mackinder :"Quien gobierne en Europa del Este dominará el Heartland; quien gobierne el Heartland dominará la Isla-Mundial; quien gobierne la Isla-Mundial controlará el mundo”, proponía una ampliación de la OTAN para que el año 2010 se construya el “núcleo fundamental de la seguridad europea” entre Francia, Alemania, Polonia y Ucrania (pág. 92). Que, en ese mismo manifiesto de dominación global unipolar, Brzezinski postulaba una partición de Rusia, en “una laxa confederación rusa -compuesta por una Rusia europea, una República siberiana y una República del Lejano Oriente (pág. 205), con el declarado propósito de que una Rusia descentralizada sería menos propicia, según Brzezinski, a “movilizaciones imperiales.”

Como un gran ilusionista, el presidente Trump, pretende que nos olvidemos de los 20 años invertidos en la ampliación de la OTAN para alcanzar los sueños de opio mackinderianos de dominar Europa del Este para dominar el mundo y nos fijemos en el conejo que acaba de sacar de su sombrero de anexionar Groenlandia, el Canal de Panamá e intentar convertir a Canadá en un nuevo estado de los EE. UU., como un movimiento geopolítico grandioso.  

La derrota militar en Ucrania ha mostrado nítidamente, más que la retirada de Afganistán o la de Irak, que el ejercito de los EE. UU. no está preparado para un conflicto convencional con un adversario de su calibre. Rusia, con una población que es un tercio de la de los EE. UU., con un PIB que representa sólo el 3% del PIB conjunto de los países de la OTAN, ha sabido enfrentar exitosamente la tramposa guerra híbrida que buscaba su colapso económico, su derrota militar y su desmembramiento. Trump.2 tiene el enorme desafío de reformar el ejército de los EE. UU. Debe resolver la crisis en la OTAN que deja la derrota en Ucrania. Debe reducir su extensa red de bases militares alrededor del mundo y, sobre todo, no perder la carrera tecnológica en la que claramente Rusia y China le han sacado ventaja. Trump.2 tiene que resolver el problema de la monumental deuda interna de los EE. UU., que alcanza la faraónica cifra de 34.7 billones de U$ y que representa el 124% de su PIB. Para ello, tiene que mantener la hegemonía del U$ como moneda de referencia en las finanzas y el comercio mundial y frenar la tendencia a una creciente desdolarización de la economía mundial seriamente amenazada hoy en día por los BRICS.

Si Mckinley representaba la etapa auroral del destino manifiesto en la búsqueda de convertir a los EE. UU. en una potencia mundial, Trump.2 representa más bien, un esfuerzo desesperado por defender su condición de superpotencia en retirada. Por eso la fotografía más apropiada para representar al gobierno de Trump.2, no es la de Charlot en el Gran Dictador, jugando con el globo terrestre en sus manos, sino el cuadro de Northen de la Retirada de Napoleón de Moscú. Este repliegue imperial hacia los territorios americanos, con una clara intención de vasallizar América Latina, representa por supuesto un gran desafío para la soberanía de nuestra región. Si este destino manifiesto recargado de neo monroísmo tiene posibilidades de éxito está por definirse, pero este problema debemos dejarlo para otro artículo.