Travesuras de la niña mala o una flagrante provocación de EEUU
Ariela Ruiz Caro
La visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, a Taiwán y su reunión con Tsai Ing-wen, presidenta de ese territorio, es sin lugar a duda una falta de respeto del gobierno estadounidense al cumplimiento de acuerdos internacionales y bilaterales, así como una provocación al gobierno chino. De nada sirvieron las advertencias de no jugar con fuego que le hiciera días antes el presidente Xi Jinping a su par Joseph Biden. Las medidas adoptadas por el gobierno chino como respuesta a lo que consideran una agresión a su soberanía e integración territorial y una violación a los acuerdos alcanzados en las Naciones Unidas constituyen un punto de inflexión en la disputa por el poder hegemónico, en el que los protagonistas han tenido un enfrentamiento sin precedentes.
Encender la chispa
No es creíble que la visita a Taiwán se haya realizado contraviniendo las supuestas recomendaciones del Pentágono –que advirtió que no era un momento propicio para realizarla– y sin la venia del presidente Biden. Este, y el secretario de Estado, Anthony Bllinken, aludieron a la independencia de poderes vigente en el reino de la democracia para justificar la visita, pues en él no es posible interferir en las decisiones de un miembro del Poder Legislativo. Pero Pelosi, además de presidenta de la Cámara de Representantes, es la segunda en la sucesión de mando después de Kamala Harris y una conspicua militante del Partido gobernante.
Que en la reunión sostenida con Tsai Ing-wen Pelosi le haya dicho que Estados Unidos no abandonará a Taiwán ni a su democracia es claramente un mensaje del gobierno estadounidense que propicia la narrativa independentista que prevalece en la isla, en particular bajo el actual gobierno del Partido Progresista Democrático (PPD) que aspira a que los habitantes de Taiwán abracen una nueva identidad y busquen su independencia. China exige que la resolución de este conflicto sea china y que ningún gobierno se entrometa.
Desde que en 1979 la administración de Jimmy Carter reconociera a China continental como Estado y estableciera relaciones diplomáticas -luego de romperlas con Taiwán-- los sucesivos gobiernos estadounidenses han tenido una posición ambigua con respecto a la isla. Reconocen que hay una sola China, de acuerdo con lo establecido en la Resolución 2758 de 1971 de las Naciones Unidas y los acuerdos firmados entre ambos Estados en 1979, pero la arman hasta los dientes y apoyan su independencia con poco disimulo.
¿Qué perseguía el gobierno estadounidense con el viaje de Pelosi? ¿Por qué se eligió este momento para iniciar un conflicto con China, cuando el planeta está amenazado por la inflación, la recesión y el hambre, como consecuencia de la pandemia y de la intervención militar de Rusia a Ucrania?
Es probable que el gobierno estadounidense perciba que China tiene actualmente la capacidad militar para incorporar a Taiwán como parte de su territorio, que históricamente le pertenece, por esa vía. También, que todavía tiene el poderío militar para enfrentar esa eventualidad.
Estados Unidos ha resentido la humillante retirada de Afganistán, en septiembre de 2021, un golpe severo a los cimientos que sostienen su prestigio y poder hegemónico en el ámbito militar. No solo terminó armando con lo más sofisticado de su industria bélica a sus enemigos, los talibanes, sino que no mejoró las condiciones de vida de la población, salvo la de algunos sectores de los centros urbanos. Durante la prolongada ocupación, la pobreza pasó de 36% a 70%. La producción y consumo de amapola y sus derivados, heroína y morfina, se incrementaron en 37%, a vista y paciencia de la CIA.
En medio de esta tragedia económica, social y humana que dejaron en Afganistán el complejo militar industrial y las empresas militares privadas resultaron los grandes ganadores. El desarrollo de la industria armamentista es una política de Estado en la primera potencia mundial, y su producción necesita recursos del presupuesto. La oferta de armamento, a su vez, requiere compradores. Es simple. Al fin y al cabo, son sus lobbies y los de la industria petrolera y farmacéutica los poderes fácticos detrás de los bailes de las waripoleras, los globos y el despliegue de fuegos artificiales en tiempos electorales.
Nada más idóneo para la proyección de guardián mundial de la democracia que transgredir las líneas rojas, primero en Rusia –con la consiguiente trágica respuesta militar en Ucrania– y luego en China, a pesar de las advertencias recibidas. Las autoridades de ese país han reiterado en todos los foros internacionales que Taiwán es parte de China, que su incorporación se dará por vías pacíficas (un país, dos sistemas) y que no aceptarán que se vulnere el principio de soberanía e integridad territorial sobre esa pequeña isla ubicada estratégicamente a 130 kilómetros de la costa china que, con apenas 23 millones de habitantes, en comparación con los 1.400 millones de China, y 266 veces más pequeña, es la primera productora mundial de microchips de alta tecnología, clave para las industrias de punta. Taiwán mantiene fuertes lazos económicos y comerciales con China, inclusive en este ámbito que Estados Unidos busca resquebrajar. No en vano, durante la visita de Pelosi, esta se entrevistó con el presidente de la empresa Taiwan Semiconductor Manufacturing Company. (TSMC)
Ánimos caldeados
La relación entre Estados Unidos y China adquirió altos grados de tensión a raíz de la guerra de Rusia con Ucrania. El gobierno de Biden le exigía que impusiera sanciones económicas a Rusia y se plegara a sus propuestas de declaración en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Pero China siempre se abstuvo: condena la guerra, pero señala que la OTAN y Estados Unidos pasaron por alto las atendibles demandas de Rusia por su seguridad interna. Mantiene tradicionalmente una posición de no injerencia en los asuntos internos de otros países y respeto a la soberanía e integridad territorial de los Estados, motivada, entre otros, por su reclamo sobre Taiwán.
China tampoco acompañó las sanciones económicas a Rusia. En marzo, la secretaria de Comercio estadounidense, Gina Raimondo, advirtió en el Congreso que las empresas chinas que desafíen las sanciones a Rusia y Bielorrusia pueden ser objeto de acciones “devastadoras”, mientras que la subsecretaria de Estado, Victoria Nuland, señaló que ser neutral “no es una opción”.