Si no está roto, no lo arregles
Humberto Campodónico
Este dicho norteamericano alude a que si la máquina funciona bien, entonces no la desarmes ni le busques repuestos, porque todo está OK. Si hay algún problema, no será otra cosa que algo pasajero. Espera un poquito para que el motor caliente y rápido volverá a su velocidad de crucero.
Ese es exactamente el razonamiento (es un decir) de los economistas ortodoxos –y aquellos que los acompañan– cuando proclaman a los cuatro vientos las bondades del modelo económico actual, que descansa sobre las bases de “Perú, país minero”. Cada día se ven más las grietas de ese modelo. Pero para ellos no hay que arreglar ni cambiar nada, a pesar de que a gritos se ve que hay que pasar a un nuevo ordenamiento minero, como lo demuestran los luctuosos sucesos en Las Bambas.
Los precios de las materias primas van a estar estancados dos o tres años (y eso); caen la inversión y la recaudación tributaria; las grandes empresas mineras postergan sus nuevos proyectos; el MSCI degrada a la BVL y la califica como “fronteriza”; también caen las exportaciones no tradicionales; y el dólar prosigue su carrera alcista jalando consigo a la inflación.
El problema no es solo que creyeran el cuento de que la buena situación internacional duraría 15 a 20 años, con lo cual bastaba poner el piloto automático y cuidar las variables macro: que no haya déficit fiscal, que haya dólar barato para importaciones baratas, que no haya casi ningún rol del Estado (léase CEPLAN) en orientar inversiones que se enmarquen en una visión de país de largo plazo.
El problema es que decían y dicen: ¿Para qué hacer algo si también tenemos un crecimiento exportador como el del Sudeste Asiático, China e India? Al fin hemos aprendido la lección, dejando atrás esas tonterías que apuntan a la necesidad de promover las ventajas comparativas dinámicas de la industria y de invertir más en las tecnologías de la información y del conocimiento.
Agregaban, y agregan, los tecnócratas que todo lo saben: Esas son pamplinas de los que no creen en las bondades del libre mercado. Ideas obsoletas que parecen provenir de “Jurassic Park”. No saben hacer otra cosa que criticar. Pájaros de mal agüero, pesimistas sin vista al mar, agoreros del desastre.
Eso pensaban y piensan. No se les ocurrió nunca que si los precios de las materias primas subían era porque el sudeste asiático las necesitaba para su industrialización (esa “mala palabra”). Necesitaban minerales para transformarlos en valor agregado. Nosotros les vendíamos los insumos y disfrutábamos la bonanza artificial producto de precios altos. Para qué preocuparse de la diversificación productiva, de nuevos motores de crecimiento.
El fondo del asunto, sin embargo, es que los dos crecimientos exportadores son distintos, claro que sí. Ese es el quid de la cuestión. Y también que el despegue industrializador de China no podía durar para siempre. Por eso estamos viendo que la crisis global económica y financiera del 2008 –la crisis sistémica– todavía está allí, vivita y coleando, como ahora lo afirma hasta el FMI (después de la batalla). Entonces, si la máquina estaba rota, había y hay que arreglarla. ¿No es cierto.
Publicado en el Diario La República, 30 setiembre 2015
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