Recordando a Daniel Estrada Pérez a veinte años de su partida

Por: 

David Ugarte Vega Centeno

Asistimos a la conmemoración de los 20 años de la muerte de Daniel Estrada Pérez.  El paso de los años nos permite acercarnos de mejor manera para hacer un balance de su obra y el significado que tiene ahora y tendrá Daniel Estrada. 

Su muerte temprana generó una frustración en la región, porque, muchos de los sueños estratégicos para la región y el país quedaron truncos. Su muerte frustró el proyecto del desarrollo regional. Y la esperanza de una proa visionaria, un camino para poder lograr construir una región y un país más justo y democrático.

Daniel se fue en el mejor momento de su vida política; se había configurado como un líder nacional, expresando las demandas de las provincias y regiones. Su partida dejó un vacío que hasta hoy es un gran desafío cubrir su ausencia, y lograr los objetivos que diseño con visera alta, para la historia del Perú y particularmente de la región. Diseñó una estrategia para construir un Cusco nuevo, un Perú nuevo, en un mundo nuevo, donde se revalore la cultura andina. 

Para explicar la historia regional, tenemos que hablar, de un antes un después, de Daniel Estrada.

Él abrió surcos, sembró ideas y proyectos con lineamientos de lucha contra el centralismo, por una descentralización auténtica, que las generaciones de hoy están obligadas a conocer. 

Hasta hoy, el vacío que dejo Daniel, no ha podido remontarse, los fracasos consecutivos de los diferentes gobiernos regionales, nos muestran, no solo la ausencia de proyectos, sino la incapacidad para ejercer la transformación regional y contribuir de esa manera a la construcción de un Perú más justo y democrático. A lo largo de estos últimos veinte años han sucedido presidentes regionales y alcaldes que no han logrado transformaciones que permitan una mejor redistribución de la riqueza en la región. Siendo depositarios del gas, aun no tenemos gas para los cusqueños y se venden a precios excesivos. Que tal ironía. De igual manera, la renta minera. En la región no existen obras de envergadura que muestren el inicio de la transformación regional. Hay incapacidad para el gasto público.  Esa ausencia del desarrollo, se expresa en el mapa de pobreza en la que estamos entre las regiones más pobres. Las cárceles están pobladas por ex presidentes regionales y alcaldes por corrupción. Denominamos a esta realidad como “Cusco, frustración y esperanza”.

Tenemos tres ejes fundamentales de desarrollo en la región, el gas y la minería que aún no nos beneficiamos de ella, y el turismo, que, si bien es importante en la región, sus ganancias, no tiene onda expansiva ni expresiva en las provincias más atrasadas que tiene el Cusco.

Por eso, la partida de Daniel, hoy nos exige el surgimiento de un nuevo liderazgo, probablemente distinto, más colectivo; pero necesariamente emular esa grandeza que tuvo, su profundo cusqueñismo, que no era más que la reivindicación del mundo andino, el autor reconocernos mirando el pasado, para encontrar en él una ciudad milenaria, que se perdía entre el mito y la utopía. Daniel, resaltaba nuestra condición de ser herederos de una cultura originaria, de una de las civilizaciones más singulares de la cultura universal.

Daniel impulsó el conocimiento de nuestro pasado, porque sin conocer la historia no se podía entender el presente ni prever el futuro. Su don dialéctico y su socialismo creativo lo acompañaron siempre en la ejecución de sus obras; por eso, la gran transformación que tuvo la ciudad son hitos y testimonios de alguien que amó con profundidad su tierra, de aquel gestor que modernizaba el Cusco sin contradicción entre la tradición y la modernidad. No se podría entender la obra material de Daniel Estrada, si es que se le desligaba de la concepción de valores que primó en él, como sustento ideológico y político.

Estrada valoró, reivindicó y acercó la cultura a la política, entendía que para descentralizar y regionalizar el país había que construir un regionalismo capaz de alimentar dialécticamente la afirmación de la nación y no regionalismos inocuos, sino más bien regionalismos de largo aliento, que pudieran ayudar a configurar y entender, de mejor manera, este Perú diverso y pluricultural.

La institucionalización de nuestra bandera, el cambio del blasón español por el disco de Echenique, hoy escudo del Cusco, el recobrar las letras originales del himno al Cusco, la oficialización del idioma quechua en nuestra región, la apertura a la publicación de obras sobre historia, literatura, arte y música de nuestra cultura andina, la construcción de los monumentos a nuestros héroes míticos Manco Cápac y Mama Ocllo y como el reconocimiento, en nuestra cotidianeidad, del mayor símbolo del poder incaico: «Pachacúteq», hacedor y creador de la grandeza y expansión más importante de los cusqueños, fueron para Daniel, el reencuentro con la historia.

Daniel siempre se preocupó por educar al pueblo en la toma de posición sobre los hechos históricos más importantes. De ahí que la posición que embanderó de no festejar la fundación española del Cusco ni los quinientos años de la llegada de los españoles a América, fue coherente y una fina lectura dialéctica de la historia. Él entendió que podíamos conmemorar críticamente los hechos históricos, porque la historia estaba al margen de nuestra voluntad, no la podíamos cambiar, pero sí podíamos tomar posición, y los cusqueños no debíamos festejar la pérdida de nuestro poder, la caída de nuestro imperio, de nuestro origen, la brutalidad del genocidio y etnocidio. Por ello, Daniel tomó posición apasionada en la defensa por la intangibilidad de Machupicchu, contra la pretendida construcción del teleférico. Defendió la sacralidad del santuario y se resistió a que se convirtiera en una «disneylandia» andina. Señalaba que Machupicchu fue construido por Pachacúteq, como un centro religioso y de descanso, y había que respetar esa condición, velando por su protección y conservación, sin deformarlo.

Daniel Estrada entendió que cultura y poder debían andar juntos, y si la cultura se levantaba como banderas y valores sinceros, junto a ello levantaba su obra material de construcción y modernización de barrios y calles, afirmando el orgullo étnico e identidad regional.

El qosqoruna, pues, nos hizo mirar el pasado para beber la sabiduría en las fuentes de los antiguos peruanos, para enfrentar el presente, transformar y salir de la postración dolorosa de un pueblo quechua-andino, salir de su pauperización y empobrecimiento. Soñó con los ojos abiertos que el Cusco recobraría su rol protagónico en la vida nacional, latinoamericana y mundial.

Por su condición de hombre de mundo, él sí, sabía el significado del Cusco milenario, la valoración de esta ciudad milenaria en el extranjero, el parangón con otras culturas. Su obra estuvo alejada del localismo, y más bien alimentó ondas expansivas y ecos que remarcaban con intensidad el nombre del Cusco como el centro de la nacionalidad quechua, y como una de las culturas más importantes del mundo.

Junto a ese legado andino, el cual amaba tanto, estaba su intransigente y férrea lucha anti centralista; él sustentaba el atraso y la miseria de estos pueblos en la concentración del poder y la economía en Lima, la capital política.

Estrada fue, pues, un persistente luchador de la necesidad de una auténtica descentralización, que se distribuyera el poder y la economía en las regiones, pero sin perder la visión de país y que a partir de este proceso se construyera un Perú nuevo.

En el transcurrir de su vida política y la lucha por la descentralización, alimentado por una disciplinada y rigurosa formación teórica, mostraba una vasta producción de artículos y ensayos, cuya compilación sigue siendo hoy, un reto para la sociedad regional, camaradas, amigos y familiares.

Estrada nos dejó también la reivindicación de la ética en la política, porque para él, era inconcebible que, en un país empobrecido como el Perú, la corrupción, el narcotráfico y demás actividades ilegales, destruyeran sistemáticamente las instituciones, el medio ambiente y se afirmara el antivalor. Fue un hombre pulcro y transparente en el manejo de la cosa pública; de ahí que su gestión fuera intachable, limpia e incorruptible; esa es la herencia que nos deja, en un país que se pudre.

Daniel fue un hombre de principios, de una filiación y una fe, un socialista; principios por los que supo luchar, no solo para humanizar el capitalismo, sino para transformar el Perú en una sociedad más justa y democrática.

Daniel nunca arreó banderas, fue el ejemplo de la consecuencia en épocas duras, donde muchos se prestaron para acomodos políticos. Daniel supo hacer alianzas políticas, como el gran proyecto con Pérez de Cuéllar en Unión por el Perú. Se acercaba y construía frentes a partir de las coincidencias, afirmándolas, sin negar las diferencias. Asistía a estos hechos sin negar su identidad socialista, que era del reconocimiento de todas las tiendas políticas. Él era un hombre que entendió la política como un accionar de principios y transparencia.

Así fue Daniel, así lo recordaremos siempre. En la memoria colectiva de su pueblo será recordado como el hombre de la tenacidad, honestidad, transparencia y consecuencia por liberar a su pueblo del atraso y la pobreza.  

Recordando su vigésimo año de su partida, conmemoramos con diferentes actos culturales y políticos, reafirmando sus aportes y enseñanzas de una vida consagrada al servicio de su pueblo y que compartimos con él, en esa aventura política de construir una sociedad justa y democrática, con la esperanza de un nuevo mañana. 

Daniel, estarás presente siempre en nuestra memoria histórica y cotidiana, como un hombre cabal, de una filiación y una fe. Hasta siempre MAESTRO.