PPK ante el semáforo fujimorista

Por: 

Fernando de la Flor A.

El semáforo está definido como un aparato que da señales. Mucho se está especulando acerca de cuál será la actitud del fujimorismo al iniciarse el nuevo gobierno de Pedro Pablo Kuczynski  (PPK). No es que se trate de una adivinanza –aunque mucho tiene de ella – sino de un simple cálculo político: ¿le interesa al fujimorismo que a PPK le vaya bien y que el Premier Fernando Zavala haga lo que deba hacer? Será una verdad de Perogrullo que a ambas preguntas se contestará que sí. Es el típico lenguaje político: desear lo mejor para el país y apoyarlo. 

La cuestión que interesa ahora, sin embargo, es cómo se comportará la amplia mayoría fujimorista en el Parlamento,  al presentarse el Gabinete Ministerial de Fernando Zavala a pedir la aprobación del plan de gobierno que exponga y el consiguiente  voto de confianza para que PPK pueda gobernar. No debe olvidarse que la Constitución establece que dentro de los treinta días de juramentado el Consejo de Ministros, éste concurre al Congreso a debatir su plan de gobierno y recibir su voto de investidura. 

Como se sabe, en el Parlamento se vota verde para aprobar y rojo para desaprobar. Desde el punto de vista constitucional, esas dos únicas opciones son las que existen para decidir la confianza del Consejo de Ministros. O las que debieran existir. Y es que se ha creado una tercera posibilidad: la abstención o voto ámbar. Esto quiere decir simple y llanamente no decidir.  Recuérdese los casos de René Cornejo y de Ana Jara, en los que estuvo involucrado el fujimorismo, entre otros grupos políticos,  a quienes el tristemente célebre Congreso del gobierno de Humala que acaba de terminar su mandato, no les concedió, en su momento, el voto de confianza cuando fueron designados Presidentes del Consejo de Ministros. Lo hizo días después de haberse impuesto el voto ámbar, generándose una indeseada situación de inestabilidad política. 

A propósito de la inminente  presentación del Gabinete Zavala ante el nuevo Congreso controlado por el fujimorismo, caben estos comentarios. 

El primero, y más relevante, es que no puede permitirse que haya abstención en la investidura del Consejo de Ministros. No puede –no debe aceptarse – el voto ámbar. Esa opción resulta perniciosa y claramente antidemocrática. La elección de los Congresistas es para que tomen decisiones en representación de quienes los eligieron, no para abstenerse. Es la esencia de la democracia: decidir en nombre de. No rehuir a ello. 

La razón para desconocer  la opción del voto ámbar es que sin investidura al Consejo de Ministros, no hay ejercicio válido de gobierno. Los Ministros, aunque juramentados, sin voto de confianza del Congreso, no pueden ejercer sus funciones, o sea, están impedidos de refrendar los actos del Presidente y éste, por consiguiente, no puede gobernar. Así de simple y de dramático al mismo tiempo. 

Hasta aquí una aproximación conceptual al tema. 

Ahora una especulación política: ¿Optará el fujimorismo, que cuenta con amplia mayoría en el Congreso – tiene setentitrés representantes – por el voto ámbar cuando el Gabinete Zavala reclame su voto de confianza?

No hay que descartarlo, es perfectamente posible: puede estar dentro de su cálculo político, invocando consideraciones revestidas de principios, cuestionar algunas medidas del plan de gobierno del Gabinete Zavala, mantener en suspenso al gobierno hasta negociar una salida a algún cuestionamiento teñido de seriedad (acreditando con ello quién tiene la fuerza y dónde está el poder) para, finalmente, luego de algunos días de alguna zozobra y de no menos especulaciones, convertir el voto ámbar en verde y dar la confianza requerida para gobernar. 

El semáforo, ese aparato preparado para emitir señales  (rojo= pare; verde = pase; ámbar = cuídese), puede ser utilizado por el fujimorismo para eso mismo. 

Finalmente, una sugerencia: hay que preparar la manera de enfrentar y resolver esta eventualidad. Hay que ponerse en el caso – ya sucedió antes –  que esta mera (y no deseada) especulación se convierta en realidad, que el país (sin merecérselo) ingrese a un estado de inesperada inestabilidad política al iniciarse el nuevo gobierno. 

La Constitución tiene la respuesta. 

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