Posibilidades y peligros en la postpandemia
Santiago Mariani
El Covid-19 ha tensado los resortes básicos de la supervivencia. Las respuestas más efectivas en la emergencia se orquestaron a través del estado, única instancia desde la cual fue posible implantar un confinamiento masivo por largo tiempo, cierre de fronteras, liberación de detenidos, cancelación de vuelos, prohibición de desplazamientos internos e incluso hacer que la producción de algunos sectores como el automotriz virase hacia ventiladores, mascarillas e insumos vitales.
El músculo de los atributos soberanos del estado para desplegar medidas excepcionales que limitaron severamente la libertad en favor de la seguridad no encuentra en nuestra región un correlato con la situación de sus prestaciones básicas. La otra cara del estado emerge con la pandemia mostrando las marcas propias de una destrucción del tejido social y una precariedad generalizada como producto de un sistema de salud al garete.
Una explicación al descalabro estatal habría que rastrearla en la ofensiva lanzada hace varias décadas por la escuela de economía de la universidad de Chicago liderada por Milton Friedman. La prédica orientada a propiciar que el mercado fuese liberado de cualquier regulación o control lo convertiría en el rector de la organización económica, política y social. Ello suponía también un repliegue del estado como eje vertebrador de los equilibrios económicos y sociales.
El pastiche ideológico de los muchachos de Chicago cosechó rápidos beneficios que comenzaron a acumularse como nunca en la cúpula gracias a la baja de impuestos para los sectores que más acumulan en el ciclo económico. Ese nuevo pacto fiscal de carácter regresivo vino acompañado de la ruptura del pacto social con una desarticulación generalizada de políticas redistributivas, recortes masivos a la inversión social y un traspaso a la esfera privada de la cuestión del empleo y los salarios.
Las medidas se justificaron como la antesala a un círculo virtuoso en el ciclo de acumulación que chorrearía en forma de prosperidad generalizada. El mantra parecía sólido, pero las mayorías pagaron un alto precio. Solo gotas en forma de suave rocío cayeron con la aplicación de estas políticas que dejaron como saldo el mayor ciclo de regresividad del ingreso en la historia de la humanidad y un andamiaje estatal languideciendo por falta de recursos.
La concentración inédita del poder contó con el favor de predicadores y voceros de todo pelaje que rotaron de manera endogámica desde la academia y la empresa hacia los puestos claves de gobierno. La coalición que lograron articular para imponer esta visión contó desde ya con habilidosos prestidigitadores que se ocuparon de cosechar el vital apoyo en las urnas.
En el norte próspero y desarrollado, donde la política tiene que jugar en pared con la soberanía popular, el proceso de desmontaje precisó de un largo tiempo y el cuidado de las legitimidades. Esa música a la que recurrió el poder para cortejar, con paciencia y disimulo, a la ciudadanía precisó de otros ritmos, tiempos más cortos y formas menos sutiles donde el autoritarismo, la desigualdad, los privilegios y la exclusión de las mayorías han prevalecido como patrones históricos. De allí que en nuestra región el asunto fue más sencillo. El trabajo se haría de golpe y mediante un golpe, primero con militares con patente de corso otorgada por el poder económico y luego por civiles que llegaron al poder a través de las urnas.
Ningún contratiempo ni percance torcería el rumbo de acoso, acorralamiento e instrumentalización del estado y concentración del ingreso que tuvo lugar en nuestras tierras. La ola crítica que lograría llegar al gobierno durante los primeros años del siglo XXI representó una esperanza, aunque terminó siendo unos días con resolana dentro de la “larga noche neoliberal”. Los mayores recursos en políticas sociales focalizadas que estos gobiernos contestatarios financiaron con los ingresos fiscales generados por el fenómeno temporal de la demanda asiática no cambiaron la estructura de acumulación del modelo de mercado ni los pactos implícitos. La pérdida de credibilidad que generó la connivencia con el modelo que denunciaban, sumada a escándalos de corrupción, produjo una nueva alternancia de corte conservador. Los gobiernos que llegaron después de la bonanza del super ciclo mundial, buscaron reordenar la casa con un regreso a las recetas consabidas. En menor tiempo entraron también en un desgaste que catalizó protestas y movimiento en las calles. El teflón neoliberal parecía comenzar a crujir, pero resistía y daba batalla.
La trágica sopa de Wuhan se esparció con saña para poner todo en cuestión. La necesidad de una relación distinta, más equilibrada, entre el estado y la sociedad, durante un largo tiempo acariciado como ideal se torna a partir de la tragedia colectiva como imprescindible. La rueda de la historia comienza a moverse hacia otra dirección, con un escenario con posibilidades de introducir cambios que en ciertos lugares parecían cuestiones sin cabida.
La discusión de un aporte extraordinario de sectores que cuentan con recursos millonarios ya asoma como algo factible de lograr incluso en países como el Perú donde el neoliberalismo ha logrado hincar el diente con mucha fuerza. Aunque una medida de corto alcance en el tiempo, la marca inicial de un pacto fiscal basado en la progresividad podría generar un efecto simbólico muy trascendente para comenzar a suturar una legitimidad históricamente averiada.
En esos primeros gestos se juega la partida más grande de un cambio de rumbo, pero suponer que eso suceda como resultado de la demanda desde abajo parece poco probable ante tantas carencias básicas y urgencias que tendrán que resolver la gran mayoría de personas con los efectos brutales de la pandemia.
El trágico costo en vidas humanas de la sopa, junto con la magnitud de la evidencia del desastre que han ocasionado las políticas de ajuste estructural, permite suponer que las condiciones para viabilizar desde la política un cambio estructural se presentan distintas. La ilusión renace, pero en contextos de tanta precariedad institucional y tantas demandas urgentes por satisfacer hay riesgos en forma de una nueva deriva autoritaria.
¿Cuántos huaicos más tendremos que sufrir para que la política reaccione y nos acerque finalmente a ese ideal de libertad, igualdad y fraternidad que inspiró a nuestros ancestros para que podamos constituirnos como naciones soberanas e independientes?
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